Lecciones de compromiso. Люси Монро
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Читать онлайн книгу Lecciones de compromiso - Люси Монро страница 6
–¿Esa vida incluía un marido? –preguntó Win con una mirada que helaba la sangre–. ¿Niños?
Carlene se puso tensa. Le ofendía que la considerara capaz de abandonar a sus propios hijos.
–No, nunca me he casado.
A Win no se le suavizó la expresión.
–¿Y lo haces muy a menudo?
–¿Qué? ¿Irme?
Carlene se preguntaba si le preocupaba la posibilidad de que se fuera y lo dejara plantado como Rosa.
–No te preocupes –añadió–. Cuando decida marcharme, te avisaré con tiempo.
La mirada de Win se volvió aún más severa.
–Entiendo.
–No hay nada que entender. Soy una trabajadora responsable y no te dejaré en la estacada.
–Has dicho que me avisarás cuando te marches, no si te marchas. Eso significa que planeas irte.
Carlene no entendía por qué le hablaba como si lo estuviera traicionando. Tan sólo era una empleada.
Además, ella misma era un ejemplo de lo fácil que era sustituir a un ama de llaves. Pensó en la posibilidad de contarle su plan de volver a la docencia en otoño, pero descartó la idea de inmediato. No estaban hablando de un puesto de trabajo con expectativas de ascenso a largo plazo. Mientras trabajara para él haría el trabajo para el que la habían contratado y lo haría bien, y cuando decidiera irse, avisaría con el tiempo suficiente para que encontrara una sustituta. No se le podía pedir más.
–Si sólo aspirara a cocinar y limpiar durante el resto de mi vida, sería una persona muy distinta.
Win asintió con la mirada perdida.m
–Sí, serías otra persona.
Capítulo 3
Un par de días después, Lonny entró en la cocina cuando Carlene estaba lavando los platos del desayuno. Shorty había dejado de ir a ayudarla en cuanto vio que se había familiarizado con el funcionamiento del lugar, de modo que estaba sola con el peón de la cuadra. Hizo caso omiso de la incomodidad que le generaba la idea. Aunque Lonny tuviera los ojos más fríos del mundo, podía lidiar con un jovencito como él.
Decidida a tener el control de la situación desde el principio, se plantó una sonrisa en los labios y dijo:
–Si buscas a Shorty, está en el establo.
–No he venido buscando a Shorty. He venido a hablar contigo.
Lonny se apoyó contra la encimera a pocos centímetros de donde estaba Carlene. Ella puso el último plato en el lavavajillas, lo cerró y se enderezó para secarse las manos con un paño.
–¿Qué necesitabas? –preguntó.
–No quería nada en especial.
Carlene sabía que estaba mintiendo. En los ojos del joven había una intención clara, además de una seguridad inconfundible. Una seguridad que no le serviría de nada si intentaba hacer algo indebido. Al igual que el antiguo jefe de Carlene, averiguaría que ella no era ni sería nunca una presa fácil. Por suerte, Lonny no podía vengarse del rechazo con la misma crueldad que el director del colegio. Al menos esta vez, Carlene podría decir que no sin perder el trabajo y la reputación en el proceso.
Aprovechó que tenía que sacar una fuente que pensaba usar en la comida para alejarse de él. Fue un esfuerzo vano, porque la siguió.
–¿No deberías estar trabajando? –preguntó sin ocultar su exasperación.
–Si sólo me dedicase a trabajar, sería muy aburrido. Y yo soy todo menos aburrido, nena.
Carlene dejó la fuente en la encimera con más energía de la necesaria.
–Me llamo Carlene y no soy tu nena. Y la verdad es que soy bastante aburrida. Cuando me pagan por trabajar, trabajo. Tengo que preparar la comida y limpiar la casa, así que si me disculpas…
Lonny avanzó hasta arrinconarla, la tomó de la cadera con una mano y apoyó la otra en la pared.
–No te preocupes –susurró–. Yo te enseñaré a divertirte.
Carlene le puso los puños en el pecho. Lejos de inmutarse, él le recorrió el cuerpo con la mirada y se detuvo en los senos ocultos bajo el delantal antes de seguir. La mirada lasciva le hizo sentir retortijones. Lo último que necesitaba era tener que enfrentarse a aquello.
–Aunque estoy seguro de que con el cuerpazo que tienes sabes pasártelo bien, ¿no es así, nena?
Cuando bajó la cabeza como para besarla, a Carlene se le agotó la paciencia. Había hombres que no comprendían cuándo una mujer no estaba interesada. Lonny podía ser joven, pero ya tenía edad suficiente para aprender la lección.
Aquel día, Carlene llevaba tacones y no dudó en clavarle uno en la bota con todas sus fuerzas. Él lanzó un gruñido y retrocedió a trompicones. Antes de que pudiera recuperar el equilibrio, ella cerró un puño y lo golpeó justo debajo de las costillas, tal y como le había enseñado el profesor de defensa personal en Texas.
Mientras Lonny se retorcía de dolor y soltaba una catarata de insultos, Carlene se irguió con su metro sesenta y cuatro y dijo:
–No soy la nena de nadie, y menos la tuya. ¿Te ha quedado claro?
Él levantó la cabeza sin dejar de cubrirse el estómago con los brazos.
–Sí.
–Puede que no tenga edad para ser tu madre, pero soy demasiado mayor para ti. Y ni siquiera puedo ser tu amiga, porque no me fío de los idiotas a los que no se les ocurre nada mejor que acosar a una compañera en horas de trabajo.
Él se la quedó mirando sin decir nada.
–Trabajamos para la misma persona y espero que me trates con el mismo respeto que a los demás –continuó Carlene–. ¿Entendido?
Lonny se enderezó, aunque siguió respirando con dificultad.
–Entendido, pero no sabes lo que te pierdes.
Ella le permitió el desliz, porque sabía que lo había herido en su orgullo. Sólo le quedaba una cosa por decir.
–En cuanto a si mi cuerpo tiene algo que ver con lo bien que me lo puedo pasar, te diré que tengo las mismas partes que cualquier mujer. La diversión, en especial la que parece que buscas, es un estado mental, no físico.
Él asintió y se escabulló de la cocina sin hacer más comentarios.
Win llegó justo cuando se estaba yendo.
–¿Te has olvidado de lo que hablamos esta mañana? –le preguntó.
Lonny