Las Ciencias Sociales. Omar Alejandro Bravo

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para interrogar al pasado e interrogarnos de nosotros mismos acerca del significado de las culturas, géneros, razas, sobre todo de los grupos subalternos como mujeres, niños, ancianos, entre otros, así como referirnos a ámbitos de la producción material y cultural que están ahí inmóviles y sin vida pero que, sin embargo, son parte del concierto del pasado y del presente y que han sido excluidos o marginados del quehacer histórico. Y aquí me refiero únicamente a las disciplinas sociales y humanísticas, pero de igual modo puede decirse de las relaciones entre la historia y las ciencias naturales y las ciencias exactas y esto sea aún más conveniente cuando se ha puesto en entredicho la idea de ciencia y de sus resultados por corrientes de pensamiento vinculadas al posmodernismo.

      Aquí afirmo que es necesario pensar el mundo de otro modo y para esto hay que entrenarnos, formarnos en un pensamiento que tenga como referencia permanente los nexos entre el presente y el pasado, en estar conscientes de las múltiples relaciones del mundo social y del mundo natural lo cual demanda de una manera de concebir y construir el conocimiento que reconozca que el conocimiento no se propone simplificar nuestro estudio de la realidad sino examinarla a partir su complejidad aunque no siempre sea posible alcanzarla. En este sentido estimo fundamental que el interesado en la historia debe pensar y experimentar en primer lugar varias formas de acercarse al pasado lo que puede hacerse por medio de ejercicio en las sub disciplinas derivadas de la misma especialización de los estudios históricos: desde la historia política, la historia social, historia cultural, historia de la cultura material, la historia visual, la historia del cuerpo, historia oral, historia de los sentimientos, hasta las nuevas formas de practicar la biografía y la narrativa porque cada una de ellas establece relaciones con campos y disciplinas del saber que facilitan una más compleja comprensión del pasado y del presente. Creo que sólo así es posible tener una nueva visión de la historia y de sus relaciones con las ciencias, en particular con las ciencias sociales y las humanidades, así como de la selección de los géneros narrativos hoy en boga. De hecho, no podemos negar que gran parte del giro historiográfico al que hemos asistido en las últimas décadas ha sido posible por los efectos que tuvieron el giro epistemológico y lingüístico que insistió en la complejidad de la realidad, en la importancia de las representaciones y de la vuelta al sujeto como objeto de estudio.

      Aquí reside una de las tareas elementales y el gran desafío para la historia como disciplina y del historiador como profesional: contribuir con sus herramientas teóricas, metodológicas y técnicas de análisis e interpretación de sus fuentes y contribuir a la formación de una mente y de una práctica científica y cotidiana distinta y por añadidura a una comprensión “compleja” del pasado y del presente. Con mayor precisión, agudeza y elegancia, Polibio advierte el sentido de la “verdad histórica” y de la construcción del conocimiento histórico: “Es natural que el hombre ame a su país y a sus amigos y odie a los enemigos de ambos. Pero al escribir la Historia debe prescindir de tales sentimientos y estar dispuesto a alabar a los enemigos que lo merezcan y a censurar a los amigos más queridos y más íntimos”.

      EL PENSAR HISTÓRICO Y SUS DIMENSIONES

      En todo caso, veamos algunas consideraciones personales que, inicialmente, pueden ser compartidas por todos los lectores. El estudio de los procesos históricos sociales entraña establecer y reconocer dos dimensiones fundamentales para comprender y explicar los elementos que los configuran: el tiempo y el espacio. Ambas dimensiones permiten situar los temas, problemas de investigación, las preguntas al pasado desde el presente y son del interés del investigador o del estudioso, las hipótesis de trabajo, que surgen de la combinación de la experiencia y de las teorías, así como la selección y recolección de fuentes , tanto primarias como secundarias, desde las cuales el historiador o el científico social orienta su búsqueda del material empírico para la construcción de sus objetos de estudio y que derivan en las respuestas a los problemas formulados.

      El análisis de los procesos históricos culturales supone establecer y reconocer dos regiones fundamentales de la historia para comprenderlos y explicarlos. Esos contornos son el tiempo y el espacio. Ambas dimensiones permiten situar los problemas y las peguntas de investigación, delimitar el tema o a los temas que son de interés del investigador o que importan al estudioso como producto de sus preocupaciones que, en gran medida, son las de las sociedades, los grupos y los individuos. También ayudan a esclarecer las hipótesis de trabajo que surgen de la combinación de la experiencia y de las teorías, así como la selección y recolección de fuentes, tanto primarias como secundarias y desde las cuales el historiador o el científico social orientan su búsqueda del material empírico. La amalgama de estas actividades constituye el proceso de investigación, la arquitectura de los objetos de estudio y las respuestas a los problemas formulados.

      El primer contorno, el tiempo permite establecer los arcos temporales de los cuales el estudioso se aproxima a la comprensión e interpretación de un proceso social, esto es, a desvelar su génesis, evolución, expansión y crisis. Un ejemplo es el surgimiento de la escuela, del estado y de la sociedad modernas, capitalistas o disciplinarias o bien la configuración de una nueva concepción del mundo, de un nuevo pensamiento social en torno a la pobreza y los pobres, el tránsito de la caridad a la filantropía, el surgimiento de actores, de grupos o clases sociales como la clase obrera, los campesinos, la clase media, la infancia o la juventud o de prácticas sociales y culturales entre ellas la imprenta, la lectura, la escritura y el remplazo de la cultura y la tradición oral, las transformaciones de los hábitos alimenticios e higiénicos resultados, en gran medida, del predominio del mundo urbano. Desde luego, esto supone una multiplicidad de expresiones del tiempo: el tiempo individual, el tiempo social, el tiempo del ocio, el tiempo escolar, el tiempo religioso que, en su conjunto, configuran el tiempo histórico como un concepto y como un proceso de reconstrucción del pasado, es decir, de la comprensión y la explicación de las acciones humanas, de los hombres y sus relaciones con la naturaleza. El tiempo histórico hacen inteligibles a las sociedades, a las culturas y los actores que las producen y las reproducen.

      De ahí que el concepto de tiempo sea esencial para comprender no sólo lo que es un proceso, en términos teóricos, sino para diseñar las herramientas metodológicas desde las cuales examinar los rasgos, los elementos, las ideas, los valores, las creencias, las acciones, las actitudes, los valores, en otras palabras, las disposiciones mentales y los artefactos materiales que los hombres crean y recrean en una época, etapa o fase específica o, más en general, en una sociedad específica. Pero no únicamente esto. La idea y más que la idea, los conceptos de proceso y de tiempo involucran el análisis de cada uno de los elementos que constituyen una estructura mental, social, económica, política y cultural. De este modo, el estudioso estará en condiciones de diseccionar y responder a las preguntas básicas de toda reflexión histórica: cuáles, cómo y porqué los factores materiales y los motivos o las sinrazones que explican esta u otra organización social e individual que modelan la actuación de los actores y de los grupos, así como de sus relaciones, el lugar que ocupan y la función que desempeñan en esas estructuras, los momentos en que surgen y como se insertan en ellas, la diferenciación y articulación de sus componentes en una palabra, los vínculos que se presenta a lo largo de una temporalidad.

      En particular, el historiador “operacionaliza”, descompone y deconstruye el concepto del tiempo para poder registrar los ritmos, las rutinas, los momentos de ruptura, las continuidades, las tradiciones y las mentalidades, las instituciones y los lenguajes que regulan y las encarnan las acciones, sus sentidos y significados y que, en última instancia, sirven para comprender la representaciones y las prácticas colectivas o individuales. El quehacer histórico pretende pensar la relación entre las ideas y el contexto de su producción, las formas de vida social que se crean y se difunden. En esta dirección, como sostiene Roger Chartier, busca hacer inteligible el pasado y para ello recurre a las categorías del pensamiento y al concepto de épocas para dilucidar el sentido de las ideas y las palabras, los símbolos, los hábitos y las costumbres mentales, conceptos que provienen de diferentes disciplinas y comunidades y que el historiador ha de emplear para identificar los hechos históricos y sus singularidades que se desvelan como “objetivaciones históricas”,

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