Para aprender a viajar así:. Michael D. Hill

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Para aprender a viajar así: - Michael D. Hill

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de compartir sus vivencias para ilustrar sus lecciones. Tal vez por ese estilo personalizado, me sentí cómodo al salir del clóset, como hombre gay, relativamente temprano en nuestra amistad, una decisión hasta cierto punto riesgosa en función de aceptación o rechazo social en lo que es una ciudad andina bastante conservadora. Gina tenía poca experiencia con la identidad LGBTQ cuando le conté de mi identidad, pero desde entonces me ha relatado cómo nuestra amistad le llevó a aprender más y tener más conciencia con respecto a los asuntos de identidad sexual (ver Horswell 2006; Picq 2019). Parte de lo que le ayudó a comprender y asimilar mi noticia fue su revelación recíproca de sus dificultades en decidir divorciarse y vivir como mujer mayor, divorciada, en el conservador Cusco. Mientras nuestra amistad iba profundizándose, Gina me expresó que a ella le preocupaba la lejanía de mi familia durante el periodo del trabajo de campo, y ya que ella tenía dos hijas pero ningún hijo, había comenzado a sentirse como mi madre andina (ver Seligmann 2009 para un marco similar de parentesco en la colaboración etnográfica). Yo, felizmente, acepté este marco para nuestra amistad.

      [Foto 1.3: Los autores comparten un momento de su larga amistad en 2017 en Mindo, Ecuador.]

      Durante estas casi dos décadas de amistad, muchos momentos de compartir tiempo y experiencias juntos han formado la base de este proyecto. Además de visitas durante mis periodos de campo o liderando programas de intercambio estudiantil en Cusco, Gina viajó a visitarme en el estado de Missouri, en los EE. UU., durante su año de enseñanza de quechua en la Universidad de Notre Dame. Resultó que justo antes de la visita de Gina, yo había tenido una cirugía urgente para tratar un caso de cáncer de piel (melanoma), pero igual Gina vino y ayudó a mi pareja a cuidarme. Luego, en 2012, mi pareja y yo viajamos a Perú y compartimos una tarde con Gina y su hija Andrea. En 2013, después de haberme mudado a la ciudad de Quito, Gina viajó a visitarme con su hermana menor, Lidia, que nunca había viajado fuera del país. Y a través de llamadas telefónicas y numerosos mensajes por correo electrónico, Gina y yo hemos compartido muchos de los momentos más significativos de nuestras vidas, sean las bodas de sus hijas, el nacimiento de sus nietos, problemas de salud, logros profesionales y asuntos emocionales y existenciales. Estos momentos de amistad y vida no existen separados o aislados del trabajo de campo etnográfico, sino que son, precisamente, la base y el estrato subyacente para el método. ¿Acaso un extraño, que no fuera amigo de Gina, podría contar y analizar mejor sus vivencias? Dudoso, pero aun si así fuera, esa persona tendría su propia serie de posicionamientos como interlocutor. La etnografía reflexiva sigue estando comprometida con nociones de veracidad, pero no busca la objetividad a través de la neutralidad, sino a través de la reflexividad profunda sobre los múltiples posicionamientos de los interlocutores y los efectos que estos tienen en la representación etnográfica. Es cierto que la versión de la vida de Gina, elaborada en este proyecto, habría sido diferente si ella hubiese trabajado con otro interlocutor. Por ejemplo, tal vez Gina habría hablado más de sus experiencias románticas, algo que quizás era más difícil o incómodo abordar, dada nuestra relación de madre andina e hijo gringo. O tal vez no. Mi punto central es que todo etnógrafo está posicionado y, si bien este hecho merece profundo análisis, no niega en sí el valor de su diálogo o análisis etnográfico.

      En su artículo «Navigating Narrative», Kohl y Farthing (2013) contemplan las cuestiones éticas en la producción de los testimonios o «biografías colaborativas», e incluyen asuntos de legitimidad, veracidad, representación y poder. Siendo estos factores tan relevantes para el presente trabajo, me gustaría describir, en términos logísticos, cómo Gina y yo enfrentamos estas cuestiones éticas. Discutimos varias formas posibles de organizar las narraciones y escogimos un marco cronológico, a través de una serie de sesiones de entrevistas, durante 2008, 2010 y 2017 (siete sesiones de narración con un total de aproximadamente dos horas cada una). Previa a la primera sesión, tuvimos una sesión de planificación, en donde asignamos ciertas etapas de vida o temas para cada sesión y generamos una lluvia de ideas sobre los recuerdos de Gina de cada etapa, todo anotado. Dejé estas hojas de notas con Gina y ella colaboró revisándolas antes de nuestras sesiones, incluso en algunos casos buscando fotos u otros recuerdos materiales para activar su reflexión y meditación. Gracias a la planificación colaborativa y al hecho de que Gina había trabajado en muchos contextos académicos (además de que es una narradora excelente), ella llegaba con una muy buena idea de lo que quería compartir y hablaba elocuente y extensamente, sin mucha intervención de mi parte. Es decir, la metodología que emergió de nuestro proceso colaborativo no era la de una entrevista etnográfica semiestructurada, basada en una lista de preguntas, sino una semiestructuración colaborativa previa de sesiones de narración. Durante los días de narración, Gina frecuentemente hacía notas adicionales sobre recuerdos relacionados y compartía estos recuerdos durante la siguiente sesión.

      Conversamos explícitamente sobre cuestiones de autoría, el proceso de análisis y redacción, los costos de investigación e idioma de publicación, tomando en cuenta en nuestros diálogos y decisiones, los criterios de reflexividad sobre nuestros posicionamientos, la justicia social y los impactos potenciales del libro. Con la cuestión del idioma, Gina expresó su esperanza de que el proyecto tuviera éxito para que eventualmente pudiera ser traducido al quechua, en primer lugar, y luego al inglés u otros idiomas, pero al fin prefirió la idea de publicar primero en español por dos razones: 1) un mayor impacto o audiencia nacional y regional que con el quechua, 2) se descartó el inglés, ya que ni ella ni sus conocidos lo hablan, y español daba accesibilidad del proyecto a sus seres queridos. Después de todo, también, entre los tres idiomas de ambos, el español era el único que teníamos en común.

      Con el tema de autoría, yo decidí y avisé a Gina, casi al iniciar el proyecto, que era mi deseo tener una coautoría igualitaria, reconociendo las contribuciones y trabajo de cada uno, aunque fuesen distintos. Una etnografía colaborativa y decolonial tiene que romper con ciertas ideas hegemónicas ‘letradas’ sobre la definición de la autoría como el acto único de escribir, confundiendo las verdaderas fuentes culturales de la creatividad etnográfica con un formato dominante y una modalidad autoritaria. La autoría de la obra de vida que ocupa estas páginas es de Gina, y como ella misma diría, de sus seres queridos, colegas, redes y comunidades. Y su autoría preferida fue en la forma de narración y testimonio verbal, luego transcrito y editado en procesos colaborativos, mientras que mis intervenciones fueron hechas directamente en forma escrita. Nos gustaría romper con el statu quo de proyectos sin coautoría, a pesar de la retórica discursiva frecuente de colaboración y horizontalidad etnográfica. No queremos negar las desigualdades de oportunidades y privilegios que existen entre nosotros, dados nuestros posicionamientos sociales, pero precisamente por esta razón queremos también hacer más reales los pasos decolonizadores que podemos tomar en nuestros proyectos frente a las desigualdades de raza/etnia, clase, profesión, género/sexualidad, edad, nación, entre otros ejes (Smith 2012). Finalmente, hemos dialogado siempre sobre los costos del proyecto y con un análisis, reconociendo las desigualdades estructurales, hemos optado por una colaboración proporcional a nuestras capacidades económicas, pero en la cual los dos asumimos ciertos ‘costos’ del proyecto.

      Se transcribieron las horas de narración en casi 400 páginas impresas, y uno de los momentos más significativos del proyecto para mí fue el acto de entregar los archivos de audio digital y las transcripciones de las narraciones a Gina y a sus dos hijas. Luego de enviar el paquete de archivos por correo electrónico, fueron las hijas de Gina, Andrea y Carmen, quienes me escribieron con mucha emoción y agradecimiento; además del libro como producto final a futuro, ellas ya sentían que tenían un tesoro en los archivos, un extenso récord hablado y escrito de la historia de vida de su mamá, en sus propias palabras. En nuestras conversaciones sobre la ética del trabajo de campo, los antropólogos no debemos olvidarnos de la importancia que puede tener la devolución de los mismos datos que recopilamos, sean transcripciones, fotos, grabaciones audiovisuales o los resultados de encuestas.

      Como proyecto piloto, trabajé con las transcripciones para generar, y eventualmente publicar (en inglés), un artículo, analizando algunos temas sociales

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