El camino sencillo. Margarita Ortega

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El camino sencillo - Margarita Ortega

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de integrar cuerpo y espíritu. No es un libro con recetas mágicas: no te prometo diez kilos menos en una semana, ni desintoxicarte con el batido ni la dieta de moda; esos son temas que no manejo y responsabilidades que no me corresponden. No soy profesional de la salud y lo que escribo hace parte de mis años de experiencias, búsqueda y aprendizaje a través de la comida, de los alimentos frescos. Nunca dejes de consultar con tu médico sobre cualquier duda que tengas sobre estas páginas o sobre cualquier indicación nutricional que encuentres en medios, en redes o que provengan de amigos y familiares.

      Escribo estas líneas con todo mi corazón para que puedas, como yo, reorganizar tu casa… Tu cuerpo y tu alma. Recuerda que no soy yo quien te va a curar, a salvar, ni a hacer milagros. Eres tú quien va a encontrar las herramientas para sanar, crear, creer y hacer tus propios milagros. De todo corazón espero que descubras lo que estás buscando. Gracias. Te amo.

       Margarita

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      ¡Hola! Sí. ¡Hola! Hola a ti que te has tomado el tiempo para visitar estas páginas que han dejado de estar en blanco y que escribo para contarte cómo vivo y por qué vivo de la manera que elegí. Mi nombre es Margarita María Ortega, pero pocos me llaman por mi segundo nombre. Desde hace 25 años trabajo en los medios de comunicación de mi país, Colombia. He sido actriz, presentadora y además llevo una vida familiar que me hace sentir plena y que decidí desde muy joven. Soy mamá de Emiliano y Melibea, mis maestros, mi fortaleza y una de las maravillosas razones por las que sin duda alguna sigo creciendo y aprendiendo. De estos 25 años de carrera profesional, 17 los llevo habitando un universo de alimentación consciente, en el que redescubrí mi cuerpo, mi espiritualidad, mi camino, mi yo y en especial la belleza y la verdad.

      Desde 2001 decidí, por razones de salud, dar un cambio en mi vida y volverme responsable de mi cuerpo, de mis emociones, de mi vida. Claro, he dado tumbos, he ido y he vuelto, me he dado largas, he encontrado muchas respuestas pero también más preguntas, y he ido modificando mis opiniones, intentando ser lo más coherente posible. Eso sí, nunca me he arrepentido de algo. A veces me siento y me pongo a pensar: ¿por qué tanta testarudez de mi parte con este tema? Y luego me doy cuenta de que creo completamente en lo que te voy a contar, con una convicción que me mueve y me apasiona, a tal punto que luego de dos libros y de haber contado ya mi historia, aquí te la voy a resumir.

      Pues bien, para acortarte el proceso y entrar en materia, quisiera que supieras que hace muchos años, cuando la juventud no era materia de reflexión en mi vida, comencé a tener serios problemas de salud que afectaban mis ganas de trabajar, mis actividades diarias y que me dejaban sin energía para acompañar, como era debido y como quería, a un pequeño como lo era, en ese momento, mi hijo mayor: Emiliano. Convencida de que debía haber algo más (bueno, eso siempre lo he pensado: que hay algo más, más grande que nosotros; pero de eso hablaremos después), decidí re-encontrarme con mi salud; lo que me llevó a ponerle una cita.

      De dicho encuentro surgió la aventura de recorrer el reencuentro con mi salud por el camino de diferentes medicinas: la alopática o tradicional occidental, la ayurveda, la china, la homeopática, la bioenergética… De cada una descubrí y pude aplicar, con ayuda de grandes profesionales, lo mejor. Hasta que comprendí que necesitamos una medicina integrativa, una que entienda el valor de la unicidad y la diferencia; una medicina personalizada, que resulta vital para la recuperación de cada quien. Me dirás que eso es imposible, con un sistema de salud como el que tenemos en casi todos nuestros países; y sí, no resulta nada fácil, pero tampoco es imposible. Debemos encontrar al profesional de la salud que nos devuelva la fe en la curación desde la raíz, y no en medicinas que narcotizan los síntomas y que no nos permiten ahondar, ni encontrar las verdaderas causas por las que nuestros cuerpos les dan voz a los llamados de atención más profundos de nuestra consciencia.

      Debemos ser im/pacientes, y trabajar en nuestra salud con ahínco, para que las medicinas y cuidados hagan su efecto; y, sobre todo, debemos escucharnos desde lo más profundo de nuestro ser, porque a través de la enfermedad es el alma la que habla. Pienso, por tanto, que la presunción del encuentro con una medicina integrativa que te permita hacerte responsable de tu salud es urgente, como parte de la creación de una salud colectiva que nos lleve a mejorar como sociedad (que por cierto está bastante enferma), y que nos permita redefinir y refinanciar un sistema de salud casi quebrado en todo el mundo por cuenta de aquello —en buena parte— que ingerimos, tanto para el cuerpo como para el alma.

      En verdad, en esta realidad de lo cotidiano y de la materia, los temas de toma de conciencia cuestan mucho dinero. Me puse en manos de algunos médicos y probé tratamientos en diferentes disciplinas; aprendí de todos, pero sobre todo de mí. Finalmente llegué a alguien en particular que hoy es un amigo entrañable, medico bioenergético, que me brindó las claves del camino; que jamás me obligó a nada, pero que sí me permitió cuestionarme sobre la forma en la que estaba cuidando de mí; ese es el primer gran paso: cuestionarnos. Todo lo que hacemos está tan dentro del ritual de lo habitual que ni siquiera nos preguntamos: ¿de qué van las cosas fuera del redil? Con este médico descubrí que todo aquello que yo le daba a mi cuerpo, él lo traducía en beneficio o en enfermedad. Parece obvio, pero en general no hacemos esta conversión, y simplemente “tanqueamos el carro” y lo ponemos a andar así, de lo más natural. Convencida de que esto tenía mucha más tela por cortar, comencé a hilar fino, a comprender, a observar y a mirar y hasta a escribir en una libretica qué me hacía bien y qué me estaba haciendo daño.

      Actualmente hay muchas cosas que no consumo por un tema ético y moral; no podría pegar los ojos en la noche si así lo hiciera, y otras por un asunto de salud y energía. Sí, de energía. Lo que te hace daño debilita tu energía; lo que roba tu energía reduce la capacidad de respuesta de tu organismo. Si somos un todo, se puede deducir fácilmente que no hay nada, nada en absoluto, que no sea afectado por nuestras decisiones y, para nuestro caso, por nuestras decisiones de consumo; y que la vida espiritual y mental resulta impactada por lo que le sucede a nuestro cuerpo y viceversa. Lo que te llena de vida refuerza aún y más allá tu salud, y esto en todos los caminos en los que quieras imaginar, comprender o reforzar esta idea. La premisa es: si comes alimentos frescos, vivos, tendrás vida.

      Por ahora, y para seguir con mi relato, has de saber que en su momento el diagnóstico —diferente del tradicional que ya tenía y que me condenaba a ir por la vida y de por vida con una bolsita llena de medicamentos para diferentes momentos del día, con tan solo 28 años— indicaba toxemia. ¿Qué? Pues que todo lo que comía, ingería, consumía, no había sido completamente procesado, estaba atorado y en un círculo vicioso, al no ser asimilado, mi organismo no sabía cómo deshacerse de aquello que se había convertido en veneno para mi cuerpo.

      Por mi sangre navegaban campantes todos aquellos contaminantes y añadidos químicos de la maravillosa “comida chatarra” que consumía con placer inconsciente; los de todos los refrescos que bebí; los de todos los paquetes de “comida” instantánea, precalentada, de máquina o de anaquel para saciar “los antojos” que abrí con devoción; y los de todo el alimento “muerto” desvitalizado, superprocesado, sin fibra, sin enzimas, sin micro ni macronutrientes, que me parecía tan natural comer en cualquier momento del día.

      Así que cuando entendí qué era lo que en realidad me tenía tan mal, decidí dar un paso adelante y comencé, hasta hoy, a estudiar, a investigar, a informarme sobre lo que se me había enseñado que era bueno y sobre lo que culturalmente me daba unos lineamientos de alimentación, sobre lo que la industria alimentaria y farmacéutica me ofrecía; sobre las razones por las que intentaba mantener despierto mi deseo de compra, avivado por la publicidad que, por cierto, si lo piensas bien, nunca publicita manzanas ni bananos, porque los alimentos completos, reales, se venden por sí solos, ya que nuestro instinto los

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