Antiespecista. Ariane Nicolas
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El término «vegano», adaptado del inglés vegan, nació a su vez del adjetivo inglés vegetarian, un adjetivo al que se le extirpa el corazón (veg-etari-an). Parece ser que este neologismo fue creado por Donald Watson en 1944, fecha en la que cofunda la asociación británica Vegan Society, a fin de señalar sus divergencias con el vegetarianismo, que encontraba demasiado tibio en su defensa de los animales.
Contrariamente al veganismo, el vegetarianismo (el simple hecho de no comer carne) existe desde hace milenios en las sociedades occidentales. Su práctica ha sido teorizada por grandes filósofos. Desde la Antigüedad, numerosos pensadores han argumentado en favor del vegetarianismo, apoyándose en la idea de que sería inmoral comer carne muerta. Pitágoras (siglo VI a. C.), que creía en la metempsicosis, es decir, en la transmigración de las almas entre diferentes cuerpos tras la muerte, se oponía fervientemente a los sacrificios religiosos de animales. Teofrasto (siglo IV a. C.), uno de los padres de la botánica, encuentra injusto matar a los animales que no causan mal alguno en la naturaleza. En cuanto a Plutarco (siglo I), consagra tres tratados a la inteligencia de los animales, uno de ellos en defensa del vegetarianismo, en el que refuta el argumento según el cual los seres humanos serían carnívoros, como otros animales:
Si os obstináis en sostener que la naturaleza os ha concebido para comer la carne de los animales, matadlos vosotros mismos, con vuestras propias manos, sin utensilios, como los lobos, los osos y los leones, y comeos la carne completamente cruda[2].
La cohabitación del vegetarianismo con el mundo cristiano no estará exenta de dolorosos desencuentros. El cristianismo elabora una jerarquía piramidal de los seres vivos en la que el ser humano está en la cumbre, como pastor todopoderoso del reino animal, quedando las otras criaturas a su merced. Con el paso de los siglos, el vegetarianismo se constituyó pues como una práctica marginal, aunque tolerada, una opción ética personal entre otras. Más tarde, la Modernidad, inspirada por Descartes, para quien los animales se asemejaban a «autómatas»[3], refrendaba algo más la legitimidad de los seres humanos para comer animales. Las sociedades occidentales son en gran parte las herederas de estas dos posturas, una religiosa, la otra humanista-racionalista. Hoy dicen las estadísticas que en torno al dos por ciento de los hogares franceses son vegetarianos[4].
Por más que el vegetarianismo haya existido siempre minoritariamente en Occidente, sus principios no cuestionan nuestra manera de habitar el mundo ni nuestros modos de socialidad. Sin embargo, basta sentarse a la mesa de un restaurante vegano o pasear entre los estantes de una tienda especializada para darse cuenta de hasta qué punto el veganismo plantea una ruptura de nuestra relación con la naturaleza. Han desaparecido de los platos la carne, el pescado, y también los huevos, el queso y la miel. Las verduras y las legumbres, que conforman el corazón de este régimen muy pobre en proteínas, se acompañan en cambio de tofu, soja y setas varias. Los pasteles están elaborados con harina sin gluten, a veces mezclados con puré de guisantes (que remplaza a los huevos). Los habituales aseguran que la variedad de sabores y texturas realzados por los chefs veganos compensa la ausencia de los productos tradicionales. Un neófito notará sobre todo el uso obsesivo de condimentos destinados a aportar sabor a los platos a los que les falta aroma, y también la desaparición de toda sensación de cremosidad en boca. Un crítico gastronómico juguetón encontrará entretenido descubrir todos los simulacros veganos destinados a emular el mundo de antes, como las «hamburguesas» y los «filetes» de soja, las «salchichas» a base de tofu y zanahorias, e incluso los «quesos» confeccionados con leche de almendras o de nueces o de anacardo. Es uno entre tantos otros signos, si no de un fracaso, sí al menos de la dificultad que tiene para cohonestar sus principios con un componente tan banal de la vida como el placer.
EL ANTIESPECISMO, UNA FILOSOFÍA ACTIVISTA
Llamamos antiespecismo a la ideología que ha dado a luz al modo de vida vegano. Se sitúa en la encrucijada de la filosofía, la antropología y las ciencias llamadas naturales. Esta teoría, que hunde sus raíces en el utilitarismo del filósofo británico Jeremy Bentham, afirma que el ser humano y los animales dotados de sensibilidad física y emocional merecen igual consideración, en la medida en que unos y otros están sometidos al imperio del placer y del dolor. De esta afirmación dimana un modo de vida radicalmente diferente al de los omnívoros y los vegetarianos, no solo porque se prohíban ciertos alimentos: un vegano que se respete también debe modificar su manera de vestirse, de desplazarse, de decorar el sitio en el que vive, cómo se cuida, etcétera. Las exigencias son mucho más restrictivas que las de los vegetarianos, que no tienen más que apartar los trozos de pollo tandoori al borde del plato para no quebrantar sus principios.
El término «antiespecismo» es el antónimo de «especismo», una palabra inventada en 1970 por el psicólogo británico Richard D. Ryder. La sonoridad de este neologismo es voluntaria (los antiespecistas no dejan nada al azar). Se hace eco de términos como «racismo» y «sexismo»: los animales serían víctimas de discriminaciones y opresiones del mismo tipo que los negros o las mujeres en su tiempo, cuando sus derechos no estaban plenamente reconocidos constitucionalmente. Como los seres humanos, y a causa de su sensibilidad, los animales tendrían «un interés» en vivir, que implicaría que no deberían ni ser matados ni explotados en modo alguno. La cadena de dependencias e interacciones entre los animales y los seres humanos, descrita por Charles Darwin en El origen de las especies, sería una creación egoísta de estos últimos. Asimétrica y violenta, nuestra relación con los animales debería ser integralmente repensada, tanto en cuanto a nuestros actos como a nuestras palabras o nuestros juicios. Al hacerlo, debería instaurarse un nuevo contrato social que incluya a los animales.
El primer filósofo que aportó envergadura conceptual al antiespecismo fue Peter Singer. Este filósofo australiano es el autor de un texto publicado en 1975, Liberación animal, que ha permanecido como punto de referencia. En esta obra abiertamente activista, abogaba por «que el principio de la igual consideración de los intereses no sea ya arbitrariamente limitado solo a los miembros de la propia especie»[5]. A veces caricaturizada por sus oponentes, la argumentación de Singer no pone en estricto pie de igualdad al Homo sapiens y la hormiga alada. Su modo de razonamiento, que recurre a experimentos mentales, toma en consideración ciertas diferencias ontológicas entre los seres humanos y los animales. Las marcas de la consideración pueden divergir no solamente entre las especies, sino también entre los individuos de una misma especie:
El principio fundamental no exige la igualdad o la identidad en el tratamiento, exige la igualdad de consideración. Una consideración igual para seres diferentes puede llevar a un tratamiento diferente y a derechos diferentes[6].
Desde hace algunos años se observa una aceleración de las publicaciones consagradas al antiespecismo. La revista de referencia Les Cahiers antiespécistes, creada en 1991, cada vez tiene más éxito, con treinta y un mil «me gusta» en Facebook a finales de 2019 (un diez por ciento más en un año). En febrero de 2018, tres investigadores y activistas han publicado La Révolution antiespéciste[7], primer compendio de artículos sobre el antiespecismo redactado en francés en el que los autores provengan del mundo de la investigación. Les había precedido en 2017 el periodista Aymeric Caron[8], autor del manifiesto Antiespéciste[9], cuya notoriedad conquistada en los platós de televisión ha permitido popularizar esta noción entre el gran público. A los libros de cocina vegana que proliferan en las librerías se añaden los combativos ensayos de Florence Burgat (L’Humanité carnivore[10]), Sue Donaldson y Will Kymlicka (Zoópolis[11]) o incluso Jean-Baptiste Del Amo (L214. Une voix pour les animaux[12]). Esta última obra está consagrada a la asociación proveganismo cuyos vídeos, grabados clandestinamente en explotaciones ganaderas o mataderos infringiendo la ley, marcan el ritmo de la actualidad.
Por mucho que el proyecto antiespecista pretenda ser radical, los iconos de este movimiento se muestran sorprendentemente solubles en el paisaje mediático. Se mueven con naturalidad entre las personas comprometidas contra el cambio