1968: Historia de un acontecimiento. Álvaro Acevedo

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en diferentes direcciones y temporalidades, sobre todo en las instituciones productoras y reproductoras de la cultura. En el seno de la familia se inicia una impugnación frontal de las relaciones machistas y patriarcales, y se cuestiona la naturaleza autoritaria y anacrónica de las capacidades y posibilidades afectivas de los seres humanos. La institución escolar sufre modificaciones considerables, tal y como lo atestigua la crisis de las jerarquías en el interior del aula de clase y de la transmisión unilateral de conocimientos disciplinarios y profesionales. Los cambios traen consigo también una reacomodación de los medios de comunicación; su expansión los convierte en productores de la opinión pública y en soporte fundamental de las nuevas formas de hacer y experimentar la política13.

      A nivel macro, luego del acontecimiento del 68, el capitalismo entra en etapas episódicas de crisis, pese al auge del neoliberalismo a finales de los ochenta y durante toda la década de los noventa. El Estado sufre una gran transformación, inspirada en los postulados neoconservadores, que lo hunden en cierto escepticismo porque desiste del proyecto de convertirse en el escenario para organizar la sociedad y la economía. La emergencia de un ultraindividualismo viene aparejada con el descrédito generalizado de los partidos políticos y de todo proyecto utópico de carácter reivindicatorio de la humanidad. Carlos Antonio Aguirre Rojas advierte que el mundo después del 68transforma todas las relaciones humanas:

      La explicación de este historiador mexicano sobre los acontecimientos del 68 no se expresa únicamente en las transformaciones culturales, sino en una interpretación geográfica y temporal del macroacontecimiento. La Revolución Cultural china de 1966 inaugura la nueva era, que llega hasta 1969 con el Otoño Caliente de Italia. Esta periodización abarca los hechos del Mayo francés o del Octubre mexicano. Aguirre considera que 1968 tiene tres epicentros planetarios: Francia para el mundo desarrollado, China para el área de influencia socialista y México para los llamados países tercermundistas. Explicar el 68 de una manera global, como la manifestación patente y estruendosa de toda una revolución cultural en proceso, conduce a Carlos Antonio Aguirre a preguntarse por las causas planetarias de los levantamientos simultáneos que se viven en el mundo a finales de los años sesenta.

      En cuanto a las demandas de los múltiples movimientos, Aguirre considera que es posible hallar puntos de convergencia. Más allá de las diferencias y particularidades nacionales, los jóvenes de todo el mundo, al cuestionar e increpar directamente las relaciones de poder entre Estados, géneros y roles, abogan por una radical revolución cultural. El objetivo puede ser el falso realismo socialista y su “democracia centralista”, el consumismo desaforado de las sociedades “posindustriales” o las luchas por la democracia y sus proclamas contra el autoritarismo. Los movimientos de 1968 no son el resultado de crisis socioeconómicas; por el contrario, se enmarcan en contextos de relativo auge económico y cierto crecimiento social. Las principales demandas se expresan en cuestiones relacionadas con la cultura, sin negar asuntos sociales y políticos.

      A mediano plazo, Fazio reconoce en 1968 cambios importantes en materia económica y social. A partir de aquellos años se da inicio a la tercera revolución industrial, determinada por la introducción de la robótica y la informática en la economía capitalista. El autor también destaca el papel medular de los nuevos medios de comunicación y su incidencia en la modificación de la temporalidad. A finales de los años sesenta se inicia el declive de los “años dorados” del capitalismo de posguerra, una de cuyas expresiones es el quiebre del modelo de Bretton Woods y del patrón oro. En el ámbito sociopolítico, y casi dos décadas antes, el 68 es un punto de continuidad y quiebre en el esquema bipolar de la Guerra Fría, situación que está íntimamente asociada a la emergencia de los nuevos actores sociales que Immanuel Wallerstein denomina como antisistémicos.

      A largo plazo, los cambios propiciados a partir del 68 son más profundos. En primer lugar, se inicia un proceso de acentuación del individualismo como efecto de una mayor dilatación del presente. La consecuencia más inmediata son los cambios en el régimen de historicidad de la Modernidad clásica. El ensanchamiento del presente se enmarca en una mutación profunda del capitalismo en razón del tránsito, con mayor fuerza, de la transnacionalización del capital. En términos productivos, esto se conoce como el paso del fordismo al posfordismo. Estos cambios profundos se comprenden mejor si se considera que el mismo proyecto de la Modernidad deja de ser aquel ideal universalista –con claro sesgo eurocéntrico–, para convertirse en una trama de aspiraciones de modernidades regionales y locales. Recapitulando, Fazio sugiere tres

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