1968: Historia de un acontecimiento. Álvaro Acevedo

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En primer lugar, deja de ser vista como una fase preparatoria hacia la vida adulta para ser asumida y pensada como un momento culminante del pleno desarrollo humano. La expresión “no se puede confiar en nadie mayor de treinta años” deja ver, en cierta manera, todo lo que hay de ímpetu y arrojo en esta nueva concepción de la juventud. El deporte o el espectáculo son escenarios de acción privilegiada para esta juventud; el rendimiento y éxito físico son de los jóvenes. Un campo de acción social como los negocios o la política financiera son una aspiración de significativa realización. Los jóvenes rechazan el control de una generación mayor que domina el mundo: Fidel Castro asume el poder con apenas treinta y dos años.

      La cultura juvenil se convierte en un sector dominante de las economías de mercado, más aún cuando su capacidad de poder adquisitivo aumenta. Los espacios de socialización, con cada vez más crecientes niveles de tecnología, separan aún más las relaciones con los mayores. Incluso la relación de aprendizaje se modifica: las generaciones predecesoras no son las únicas que imparten educación, ahora los jóvenes tiene mucho que enseñar a sus padres. Los ordenadores, que ya empiezan a tener una gran incidencia en la producción de la vida social, son elaborados por jóvenes, quienes se convierten en los alfabetizadores tecnológicos de algunos padres.

      Una de las características más importantes de la aparición de esta cultura juvenil es su asombrosa internacionalización en los centros urbanos. Aunque la hegemonía cultural no es nueva, la década del sesenta ve surgir un predominio del american way of live: los jóvenes de varios rincones del mundo imponen el uso de los jeans y la difusión de un género musical como el rock. El cine, la televisión, la radio, además de las redes universitarias y el turismo juvenil, cumplen un papel de primer orden en esta globalización de la cultura juvenil. La mundialización de los consumos juveniles se da en el marco de los años gloriosos del capitalismo. Un crecimiento económico que vendrá a fortalecer nuevas formas de producción al constituir mercados segmentados: productos de uso personal para hombres y mujeres o desarrollo de la industria de la música, en especial en el pop y el rock.

      El énfasis en el estilo hace que esta generación se preocupe con inusual insistencia en parecer diferente. La ropa, el peinado, el maquillaje se convierten en una importante marca de identificación generacional y política. Por otro lado, el estilo de la música se transforma en una peculiaridad de la época, más no su contenido; el tono y la manera en que se toca constituyen una falta de respeto para muchos padres en diferentes países. La música por sí misma ya es un modo de protesta.

      Más allá de la ampliación del mercado de consumidores de un sistema de producción obsesionado por producir más mercancías –que está en una etapa boyante–, en términos sociales, la juventud encuentra las ‘señas materiales o culturales de identidad’. Ser joven en la década del sesenta se define a partir de los bienes que se consumen y del abismo generacional que se crea con los mayores.

      Junto al aumento de la conflictividad intergeneracional lo que más destaca Hobsbawm es la imposibilidad de comprender las experiencias pasadas; los jóvenes no sienten lo que han vivido sus mayores. Desde las experiencias de la guerra [ocupaciones y resistencias] hasta las relacionadas con la economía y el mundo del trabajo [consumos, desocupación, inflación], la edad de oro del capitalismo ensancha la brecha que separa a los jóvenes de sus padres. Tanto la concepción de la vida como sus experiencias y expectativas se tornan distantes e incluso irreconciliables.

      La eclosión de la juventud es protagonista de la revolución cultural planetaria. La presencia histórica de los jóvenes se siente en distintas partes del orbe a pesar de la división bipolar del mundo y de las diversas fracturas geopolíticas. El ambiente que respiran hombres y mujeres de las ciudades empieza a estar determinado por las actuaciones de los jóvenes y por la manera como estos disponen del tiempo de ocio en su condición de trabajadores o estudiantes. La juventud se masifica en el consumo y se hace iconoclasta; instala al individuo como la medida de todas las cosas, con las presiones de los grupos de pares y lo que la moda impone en el comportamiento.

      La juventud es un campo de confrontación de intereses y poderes no solo por su definición como ‘etapa’ de la vida, sino por el control en la toma de decisiones. Los límites generacionales experimentan en la década del sesenta un momento cumbre: emergen con fuerza nuevas prácticas, lenguajes y acciones; se hace visible un sujeto histórico hasta ese momento concebido como incapaz, que no es ni niño ni adulto. Esta emergencia juvenil, con todos sus rasgos y variedades, cubre el planeta cuestiona la sociedad en su totalidad. Como resultado de estos procesos se genera una serie de rupturas y movimientos tanto en el plano social como académico: los jóvenes comienzan a ser estudiados y representados de diferentes formas, a propósito de la figuración que alcanzan como sujetos políticos en las protestas universitarias.

      Las dificultades para redimensionar el significado de la juventud provienen, en alguna medida, del desconocimiento de las particularidades de esta experiencia en sí misma y de la relación con otras experiencias que componen la trayectoria vital. El sociólogo italiano Alberto Melucci sostiene que, para acercarse al mundo juvenil desde el conocimiento social elaborado por adultos, hay que empezar por despojarse de la pretensión de imposición de categorías y perspectivas propias de la madurez. La única manera de pensar la condición de juventud no es otra que la de establecer un diálogo atento con los mismos jóvenes a partir de una actitud de escucha. Este diálogo y reconocimiento debe darse tanto con los jóvenes de la actualidad como con aquellas generaciones juveniles que propician una ruptura en la década del sesenta del siglo pasado.

      La inexistencia de fronteras temporales entre la infancia y la vida adulta no significa que desaparezca la juventud, en el fondo lo que está en juego es el problema de la identidad de los jóvenes. Para Melucci lo que está en vilo es la capacidad que tienen las nuevas generaciones para responder a la pregunta ¿quién soy yo?, interrogante que se formula con mucha fuerza durante la juventud. Para la respuesta, el autor propone que frente a la expansión de oportunidades que el presente ofrece a los jóvenes, la sociedad en general y los adultos en particular deben enseñarles a ellos la experiencia de los límites. El ensanchamiento de la juventud –aquella idea y realidad de los adultos juveniles que se niegan a envejecer– presenta un escenario en el que todo es posible y muestra a los jóvenes con un halo de aparente omnipotencia y con cierto aislamiento y despreocupación.

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