El jefe necesita esposa. Shannon Waverly
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–Por una sola razón. Porque Walter es aburrido. De lo único que puede hablar es de cómo meter en el cuerpo humano una serie de tubos. Y porque no tienes derecho a hacer de casamentera con gente que no conoces.
–Tampoco es para tanto. No estoy pensando en que se casen. Lo único que estoy haciendo es proporcionarle compañía para el día, para que así puedas conocer tú a Susan. Espera a conocerla, Nathan. Sé que te va a gustar.
–No creo. No me ha gustado ninguna de las chicas que me has presentado.
–¿Sabes por qué? Porque son mucho más serias que las chicas con las que sales.
–Está bien, mamá, tú tienes razón.
–Hay otra belleza aparte del maquillaje y los sujetadores que te resaltan los pechos, Nathan.
–¡Mamá! –Nathan se echó a reír–. ¡Cómo hablas así!
Se escuchó el tono de una llamada en espera.
–Tengo otra llamada, cariño, tengo que dejarte. Gracias por llamar y no te preocupes, tendré una habitación preparada para tu secretaria.
Nathan colgó con la sonrisa en sus labios y se recostó en su asiento. Recordando la conversación que acababa de tener con su madre, se preguntó qué había conseguido.
–Nada –susurró, dejando de sonreír. Su madre iba a invitar de todas maneras a aquella Susan y se la iba a presentar de todas maneras.
Levantó el teléfono y llamó a su madre otra vez.
–¿Mamá? ¿Sigues hablando con la persona que interrumpió nuestra conversación?
–No, ya ha colgado.
–Bien. He estado pensando en nuestra conversación y quiero decirte que dejes de organizar mi vida. No me gusta que lleves a casa mujeres para que me conozcan. Mi vida es asunto mío y de nadie más.
Fue más duro de lo que hubiera deseado.
–Te pido disculpas si te he molestado –le respondió su madre.
Nathan cerró los ojos y se apretó con los dedos el puente de su nariz. Estaba agotado, cansado de fingir que a los que estaban jugando no tenía otras razones más profundas.
–Escucha mamá. Sé que lo haces con la mejor intención del mundo y te lo agradezco. Pero te prometo que estoy bien.
Su madre debió notar el cambio de tono, porque ella también se dirigió a él más tranquila.
–Es que estoy preocupada por ti, Nathan.
–Lo sé.
–Ya han pasado cinco años y parece que no sales de ahí. Quiero ayudarte y que seas feliz.
–Lo sé. Y soy feliz. De verdad. He decidido seguir soltero. Me gusta mi estilo de vida. No tiene nada que ver con haber perdido a Rachel y a Lizzie.
–¿Estás seguro?
No, no lo estaba pero no se lo podía decir.
–Y estás confundida si piensas que no estoy haciendo nada –pero mientras se lo estaba diciendo, pareció como si a su corazón lo atravesara una daga–. Estoy en otro proceso en mi vida, y parece que tú no lo quieres aceptar.
–Puede que tengas razón, pero me gustaría verte con la cabeza ya sentada.
–No tengo tiempo. Mi trabajo no me deja tener una relación seria.
–Pero sí parece que tienes tiempo para irte a esquiar y a conciertos…
–Tienes razón. Trabajo mucho y me divierto también. Y así quiero seguir.
–¿Para siempre?
–¿Por qué no?
–Tienes treinta y tres años, cariño.
–¿Y?
–¿Eso es todo lo que quieres de la vida?
–Para mí es suficiente.
–Pero ¿dónde está el amor? –le preguntó su madre–. Antes eras un hombre que te gustaba la familia y eras un marido feliz. Y dabas todo por tu hija.
–Sí, bueno, pero de eso hace tiempo –Nathan se estaba sintiendo incómodo. Su madre estaba poniendo el dedo en la herida–. En mis recuerdos siempre estará Rachel y Lizzie, pero como tú dices, la vida continúa. Mamá, tengo que dejarte.
Pia suspiró.
–Está bien.
–Otra cosa, te agradecería que este fin de semana no hicieras ningún comentario sobre ellas. Todo eso ya pasó.
–Si eso es lo que quieres.
–Sí –Nathan suspiró y trató de adoptar un tono más suave–. Y eso nos lleva otra vez al asunto por el que te llamé, y es que por favor no me cargues con Susan.
–Veré lo que puedo hacer –le respondió su madre, en un tono más suave también–. Ya la he invitado, y no sé qué decirle para que no venga. Y le he dicho que te iba a presentar. Además, es muy guapa. No sé qué más quieres.
–Que me dejes a mí encontrar la chica que me guste. Que dejes que tome mis propias decisiones.
–Está bien, ya sé que puedes tomar tus propias decisiones. Simplemente te quería presentar a una chica para facilitarte las cosas. Tú eres el que tienes que elegir.
–Gracias por ser tan comprensiva conmigo, mamá.
–De nada. Hasta mañana.
Nathan colgó el teléfono, se apoyó en el respaldo y sonrió. No tardó más que unos segundos en darse cuenta de que su madre se había salido otra vez con la suya. Se pasó la mano por el pelo y soltó una maldición. Ni siquiera podía poner a Margaret como excusa. La habían destinado a Walter. Le dio pena por ella y por él mismo.
Tenía que haber alguna forma de librarse de todo aquello. ¿Qué excusa podría ponerle a su madre? ¿Qué tenía que hacer para que dejara de buscarle novias?
Se quedó mirando el teléfono, pensó en llamar otra vez, pero abandonó la idea, porque no se le ocurría nada que decir. Había tratado de convencerla, pero de nada había servido.
Se miró el reloj. Eran las seis y media. Lo mejor sería irse a casa y tomarse una copa. A lo mejor relajándose se le ocurría algo. Alguna solución. Siempre lo conseguía.
Sintiéndose un poco mejor se puso la chaqueta y apagó las luces de su despacho.
A las siete y diez del viernes por la tarde, veinte minutos antes de que el señor Forrest tuviera que ir a buscarla, Meg estaba con el coche en el aparcamiento de Forrest Jewelry, preguntándose si no estaría cometiendo una locura.
Iba