Viaje al centro de ti - Los 12 mandamientos del siglo XXI. Luis Fernando arean Alvarez

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Viaje al centro de ti - Los 12 mandamientos del siglo XXI - Luis Fernando arean Alvarez Harpercollins Nf

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al autobús la cantáramos juntos. Creo que no hace falta que te diga qué cara puse y las ganas que yo tenía de practicar esos «cánticos de alegría».

      Mientras los demás la tarareaban, a mí me venían continuos recuerdos de las vicisitudes que me habían ido ocurriendo a lo largo de la vida para llegar a ese día. Hice un repaso a todo mi pasado.

      Había luchado mucho para llegar hasta donde había llegado, y rememoré mis inicios viajando en una furgoneta con mi familia, recorriendo colegios, haciendo infantiles, instalando y desinstalando decorados, haciendo de chófer, actor y montador. Tan pronto estaba disfrazado de Pinocho como de príncipe, sapo, oso o chambelán. Recordé los miles de kilómetros que hacíamos de ciudad en ciudad, el frío, el calor, las noches sin dormir, los días sin comer, los veranos sin descanso y los inviernos agotadores. Recordé también cómo conseguí convencer a una gran artista para hacer La Cenicienta, mi primer gran show de teatro, cómo logré los derechos de 101 dálmatas, los de El Zorro, Spiderman y otros tantos que siguieron. Esto que se escribe en unas pocas líneas fueron años de trabajo, horas de reuniones y días sin descanso. Y aun así, después de todo, me encontraba en esa situación. Siempre había creído que aquello me daría la felicidad y ahora me daba cuenta de que no había sido así.

      Repetidas veces me venía a la cabeza la respuesta del famoso actor Jim Carrey en una entrevista cuando le preguntaron sobre la felicidad. Él dijo que habría que buscarla en otro sitio que no fuera el dinero, el reconocimiento y el éxito, y que cada persona solo la podría encontrar en su interior.

      El hombre no puede apropiarse de nada si no le es dado del cielo.

      SAN JUAN

      UNA LECCIÓN INOLVIDABLE

      Al despertarme después de una pequeña siesta, la vida me tenía preparada una de las enseñanzas más bonitas y más importantes que he aprendido nunca.

      Se acercó una azafata a una monja que iba en nuestro grupo, justo en la fila anterior a nosotros, exactamente en el asiento que había delante de mi hija Daniela. La auxiliar empezó a hablarle en inglés, pero ella la miraba sin entender nada. Me ofrecí para traducirle, y, obviamente, la monja aceptó. Tenía una cara que transmitía muchísima paz.

      La azafata me pidió que le comunicara que su equipaje no había salido de Madrid y que se lo mandarían a alguno de los hoteles en los que nos alojaríamos en el destino en los próximos días. Me imaginaba el grandísimo disgusto que se iba a llevar cuando se lo notificara, pero para mi sorpresa ella tan solo me dijo:

      —Muchas gracias por traducírmelo.

      La hermana mantuvo la misma sonrisa que llevaba antes de recibir la noticia.

      —¿Me ha entendido bien? Su maleta no va a estar cuando aterricemos —le repetí cuando la azafata se había marchado.

      Se veía por sus facciones que no era española y pensé que tal vez no me había entendido tampoco. En efecto, no lo era, pero lo había entendido perfectamente. Y con un español con acento, me contestó con un pasaje del Evangelio.

      Si quieres ser perfecto, dijo Jesús, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.

      SAN MATEO

      Pero no terminó aquí su reflexión.

      —Si eres capaz de aceptar con fe lo que la vida te da, sabiendo que todo es por tu bien y que todo sigue los cánones de los mandamientos de Dios, serás capaz de caminar siempre con una sonrisa.

      Que tu buena actitud cambie el mundo.

      No dejes nunca que el mundo te cambie a ti.

      No pude evitar mostrar mi admiración y a la vez mi sorpresa, puesto que la reacción que la hermana tuvo no era para nada la que se espera de alguien que recibe una noticia como aquella.

      El padre Majadas, que desde su asiento había visto y escuchado todo lo que había sucedido, se levantó y dijo en voz alta, dirigiéndose al grupo.

      —Con lo que acaba de pasar con la hermana me ha venido a la cabeza una historia que contaros, una divertida que voy a llamar «Ve por la vida ligero de equipaje».

      Dos hombres van en un tren desde Londres hasta Mánchester. A uno de ellos le acompaña un niño. Los tres van muy callados durante gran parte del trayecto. Después de una de las paradas intermedias que hace el tren en alguna de las ciudades, el hombre que va con el niño decide romper el silencio y le dice al otro pasajero:

      —Muy buenas, caballero, ¿qué le lleva a Mánchester?

      —Soy vendedor —le contesta amablemente.

      —¡Qué casualidad! Yo también lo soy. ¿Qué vende usted?

      —Máquinas de coser. Voy a Mánchester porque allí está la central de la compañía y nos van a dar un curso sobre una nueva máquina que va a salir al mercado. ¿Y usted qué vende?

      —Yo condones. Soy un gran experto. Me dedico a esto desde hace ya diez años.

      El vendedor de las máquinas de coser, sorprendido, no puede evitar preguntarle:

      —¿Le parece ético ir a vender condones acompañado por su hijo?

      —Eso jamás lo haría. El niño no es mi hijo, es una reclamación de una clienta a la que le fallaron mis productos y, como soy una persona muy responsable, he de hacerme cargo de él.

      —Así somos la mayoría de los seres humanos —continuó el padre resumiendo la moraleja del relato—. Vamos por la vida llenando nuestra mochila de los errores cometidos en el pasado, arrastrándola día a día y cada vez con mayor peso a nuestras espaldas. Debemos ser como la hermana, viajar ligeros de equipaje, y si, por cualquier circunstancia, tenemos que descargar lo que llevamos, no apegarnos a las cosas, dejarlas ir y disfrutar soltándolas.

      Soltar lastre nos hace despegarnos más de la tierra y acercarnos más al cielo.

      —En este viaje espero que consigáis vaciar vuestra mochila por completo y dejarla limpia para comenzar una nueva vida espiritual sin peso que acarrear.

      Tengo que reconocer que la historia y el mensaje me encantaron, y por primera vez tuve la sensación de que posiblemente en este viaje fuera a sacar más aprendizaje de lo que me había imaginado. Se abrió en mí una luz de esperanza al pensar que esta experiencia podría ofrecerme cosas que no me esperaba.

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