Escultura Barroca española. Nuevas lecturas desde los Siglos de Oro a la sociedad del conocimiento. Antonio Rafael Fernández Paradas
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De todas estas cosas da buena cuenta el libro que tienen entre sus manos. Nosotros, que le hemos dado vida a todas las historias que se cuentan en estas páginas, estamos en una sociedad, barroca, ciertamente, pero de un Barroco diferente al que le tocó vivir a Martín González, como diferente fue el Barroco del XVII al del XIX. Nuestras visiones, realidades, circunstancias, trabajos, etc., obligatoriamente nos tienen que hacer diferentes, y como tal queríamos que este espíritu se reflejara en esta obra, que es transversal a más no poder. En el libro hay Historia, pues había que contarla, pero el lector encontrará otras tantas historias que probablemente ni siquiera se hubiera cuestionado que existieran dentro de la escultura barroca.
A nuestros autores, seres de carne y hueso, repartidos por toda la geografía española y alguno allende los mares —Internet es maravilloso—, les pedimos que nos hablaran de lo que mejor saben hablar, de escultura, de sus circunstancias y sus problemas. Hemos buscado, como si de un casting se tratase, a quienes pesan en la materia, un peso mucho más contundente que los títulos y los grandes puestos de trabajo universitario. Buscamos, sobre todo, que fueran grandes conocedores de las esculturas con las que conviven, las que tienen cerca, con las que se pelean, rezan o a las que odian —alguno hasta las llevan sobre su hombros, pero esa es otra historia—. Si a estas alturas de la introducción, alguien sigue pensando que va a encontrar una retahíla de catedráticos/as, que los hay, este no es su libro. A nosotros, que a nuestra corta edad nos gusta que nos escuchen, lean, nos gusta también escuchar a nuevas voces y leer a nuevos escritores. Y aquí todos tienen cosas que contar, y además con toda la propiedad y autoridad del mundo.
Cada uno de los capítulos que a continuación el lector se encontrará se configuran como una serie de micro-relatos secuenciados, que quieren ser reflejo de cuantas historias se produjeron en la historia de la escultura barroca española, y que se están produciendo. Si venimos lloriqueando en toda la introducción que la escultura barroca ha sido capaz de perdurar a lo largo de los tiempos, no tenía ningún sentido cortar hacia 1770, con la explosión neoclásica que vive Europa en este periodo.
Como los grandes pintores, nosotros también queríamos hacer un gran libro, que por motivos de espacio y edición se ha convertido en tres, y sumando los granitos de arena de los treinta autores que lo componen, hemos creado un gran castillo de treinta y siete plantas/capítulos, con tres sedes, que nos cuentan una bonita historia barroca que se extiende desde finales del siglo XVI hasta ayer, cuando cualquier imagen, ya sea naturalista, barroca, clásico-barroca, preciosista, de Olot, de repoblación, popular, neo-barroca, neo-barroca gay, realista, hiperrealista, hipernaturalista, post Miñarro, post Zafra, post Buiza, post Duarte, post Suso de Marcos o 3D, fue compartida en una red social —alguno a lo mejor hasta se hizo un selfie con ella—, las queremos a todas.
El texto que tiene el lector entre sus manos Entre el Barroco y el siglo XXI. Esculturas, personas y sociedades, es el primer volumen de la trilogía Escultura Barroca Española. Nuevas lecturas desde los Siglos de Oro a la Sociedad del Conocimiento, una magna obra configurada en tres partes, cuya edición, con el fin de facilitar el acceso a la misma, se ha estructurado en diversos volúmenes con personalidad independiente, pero con solución de continuidad.
Con el permiso del profesor Martín González, nuestro tiempo comienza a continuación y, si lo hemos hecho bien, nos encontraremos dentro de 32 años.
Antonio F. Paradas
En Málaga a 5 días del quinto mes del año 2016.
1 Dimensión social del escultor en época moderna
Carmen González-Román
1. VALORES, PREJUICIOS Y MITOS: NARRATIVAS SOBRE EL ESCULTOR
“Aunque te convirtieras en un Fidias, o en un Policleto y crearas muchas obras maravillosas, todos elogiarían tu artesanía, cierto es, pero ninguno de los que te vieran –si fuera sensato– querría ser como tú; pues como quiera que fuera tu obra, serías considerado como un artífice, un artesano, uno que vive del trabajo de sus manos”.[1]
Las palabras de Luciano reflejan la persistencia en el siglo II de los prejuicios sociales hacia el artista, y en particular hacia el escultor, por el hecho de considerarse su actividad un oficio. Perpetuando conceptos medievales, durante el Renacimiento se mantuvieron vivos tales prejuicios contra pintores y escultores, siendo la escultura una profesión aún peor valorada que la pintura. Pese a estas consideraciones, la idea de que el “artista” es un personaje especial, distinto, diferente a los demás seres humanos, se verá reforzada por una ingente “literatura”, en esencia fabuladora o propagandística, que constituye la trama de lo que Ernst Kris y Otto Kurz llamaron la leyenda del artista (1935).[2] En la España de los siglos de oro se forjaron relatos en torno a escultores célebres, cuyas virtudes, gestos y demás circunstancias familiares y sociales han pervivido en las narrativas en torno a la escultura barroca española hasta fechas recientes.
1.1. ¿Por amor al arte? ¿Por fervor cristiano?
Uno de los mitos forjados durante la Antigüedad clásica, que revivió en época moderna, es el del artista cuyas actitudes, inquietudes y apariencia lo equiparan a la de una persona de mayor rango social. Existen anécdotas y juicios que señalan de qué manera en la Antigüedad algunos trataron de asemejarse a los señores en cuanto a la vestimenta y porte, negando que la parte manual de su trabajo fuera laboriosa.[3] Algunos artistas habían sido redimidos de su categoría de artesanos vinculados a los oficios mecánicos gracias a su aparente desinterés pecuniario. Sin duda, la búsqueda del beneficio económico restaba, durante la Antigüedad, entidad intelectual al artista, al igualarlo a la de un mero productor de objetos utilitarios.[4]
A partir del Renacimiento se configura un prototipo de artista cuyo modus vivendi se reconoce como el del hombre culto, versado en diversas disciplinas, que dedica la mayor parte de su tiempo al pensamiento y al estudio, y cuyo porte y modales son exquisitos. Cennino Cennini en Il libro dell´arte, retrata al artista nuevo: “Vuestra vida debería regirse siempre como si estudiarais teología, filosofía o las demás ciencias, es decir: comer y beber con moderación por lo menos dos veces al día, escogiendo comidas ligeras pero sustanciosas y vinos suaves”. Se trata, según Wittkower, de la primera exhortación escrita por un artista y dirigida a sus colegas en la que aconseja emular la dignidad y templanza del hombre erudito. De modo más preciso, Leon Battista Alberti, en De pictura (1436), describe este nuevo prototipo de artista, un artista intelectual que parece vivir despreocupado de la cuestión monetaria, aconsejando que “la primera gran preocupación del que busque lograr eminencia en la pintura sea la de adquirir la fama y renombre de los clásicos”, meta alcanzable si únicamente se dedica todo el tiempo al estudio. Alberti señala también que los buenos modales y elegante porte hacen más a la hora de conseguir clientela y dinero contante que la mera destreza técnica y la diligencia. Se trataría, en definitiva, de un artista bien asentado y socialmente integrado.
En la España del seiscientos sabemos que algunos afamados escultores buscaron, y solo algunos alcanzaron, el beneficio económico y el reconocimiento social. Pedro de Mena vivió una desahogada situación económica, como se deduce del testamento que redacta en 1679, donde se declara propietario de cinco casas, y al practicarse el inventario por su muerte, en 19 de noviembre de 1688, se le reconocen sus “casas principales” (palacio o casa noble) y otros tres inmuebles. No obstante, sabemos que para mantener su numerosa familia, Pedro de Mena se vio abocado a llevar a cabo otras actividades.[5] Otro ejemplo sería el de Alonso Cano, que obtuvo considerables ganancias de sus obras si bien, siguiendo a Wethey, dada