La democracia es posible. Ernesto Ganuza

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La democracia es posible - Ernesto Ganuza El origen del mundo

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internacionales sobre el cambio climático, la Organización Mundial del Comercio, la OTAN, etc. Unos compromisos que han atado y seguramente han ayudado a homogeneizar la percepción que se ha tenido sobre los partidos que se sucedían en el gobierno, pues, al fin y al cabo, el trasvase de soberanía hacia arriba (la Unión Europea o la Organización Mundial del Comercio, por citar solo dos) supone la aceptación de normas y procedimientos ajenos a un Parlamento elegido democráticamente. Todo eso ha constreñido mucho la capacidad de maniobra de los gobiernos.

      Representar a la gente se ha vuelto cada vez más difícil para los partidos, no solo porque la sociedad haya cambiado, sino también porque el supuesto papel que tradicionalmente han realizado los partidos, ese de agregar las demandas y estructurar las opiniones, es cada vez peor realizado por unos partidos que progresivamente han visto cómo sus bases se desconectaban y sus vínculos con la sociedad civil se difuminaban. Por eso, gobernar implica para muchos especialistas alejarse de la ciudadanía, en tanto en cuanto la responsabilidad como gobierno impide que la agenda política del partido pueda efectivamente desarrollarse plenamente.

      Esta paradoja dibuja una tensión que no es nada nueva, entre democracia y eficiencia, entre las opiniones y demandas plurales de la ciudadanía y las responsabilidades que tienen los gobiernos respecto a la gestión del Estado. Podríamos pensar que si la tecnocracia o el ímpetu de los empresarios para reclamarse buenos gobernantes inclina la balanza hacia los peligros que tiene un gobierno democrático que no sea responsable (y eficiente) con los asuntos del Estado, el auge de los populismos inclina la balanza hacia el otro extremo, poniendo el énfasis en la escasa conexión de los partidos que gobiernan con los deseos y las necesidades de la gente, es decir, evidenciando el déficit democrático de unos gobiernos que parecen mirar siempre para otro lado.

       Democracia y sorteo

      Solemos pensar que políticamente no hay muchas alternativas a lo que tenemos hoy. Estamos tan acostumbrados a entender la democracia solo mediante los partidos que cualquier otra alternativa suena fantasiosa. Incluso la llegada de los populismos o los profesionales a la política tiene lugar de la mano de los partidos. Por eso, quizá, banalizamos tanto la política, como si nos pareciera que diera igual lo que dijéramos de ella porque no se puede cambiar, a pesar de lo aburridos que estemos. Sin embargo, esto no se corresponde con la reciente historia política, al menos, en Europa. Si es cierto que siempre nos han contado que la democracia era lo que hacían los partidos, y que sin estos no tendríamos democracia, resulta extraño descubrir que en realidad no fue así casi nunca. Más bien al contrario. La democracia surgió hace unos 2.500 años, entre otras cosas, para evitar que la política quedara en manos de grupos y facciones enfrentadas, como los partidos. A partir de aquí, la democracia, como nos podemos imaginar, no tiene mucho que ver con lo que nos han contado o, al menos, es posible entenderla de otra manera.

      La referencia que hacemos a la historia es intencionadamente esquemática, porque no pretendemos plantear con ella un debate sobre lo que debería ser la democracia, sino comprender mejor dónde estamos ahora y qué alternativas podríamos imaginar para mejorarla. Porque para hablar hoy de democracia, bajo la exclusiva participación de los partidos, se ha erradicado de la vieja ecuación política el sentido aristocrático que las elecciones han tenido siempre en la historia, porque la «elección» ha sido siempre el procedimiento característico de los gobiernos que fundamentaban la tarea política en un ejercicio basado en el conocimiento y la capacitación de unos pocos. Si hoy decimos que lo que tenemos es democracia es porque hemos asumido que tanto las elecciones, como la necesidad de que la política sea ejercida por personas competentes, son rasgos inherentes a ella. Y el caso es que no siempre fue así. ¿Cómo ha ocurrido ese salto?

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