Hielo y ardor - Una novia por otra. Kate Walker

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Hielo y ardor - Una novia por otra - Kate Walker Omnibus Bianca

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pusiese al frente del proyecto.

      Max bajó los brazos y se echó hacia delante, apoyando los antebrazos en los muslos y entrelazando los dedos.

      –Así que espero que no te molestes si llevo yo el proyecto.

      Seb se quedó sin habla.

      –Sé que habíamos hablado de que lo llevases tú –continuó Max–, pero has estado muchas veces en Reno. Y todavía tienes cosas que hacer en el proyecto Fogerty, y en el edificio Hayes, ¿verdad?

      –Sí, es verdad –pero eso no significaba que no quisiera trabajar todavía más para llevar a cabo el proyecto Carmody-Blake.

      Max asintió con alegría.

      –Exacto. Así tendrás más tiempo para trabajar en el concurso del colegio de Kent. Les impresionaron mucho tus ideas.

      Seb hizo un sonido inarticulado y esperó parecer contento con el cumplido. Porque era un cumplido. Pero… él también quería el proyecto Blake-Carmody.

      En realidad, no tenía derecho a sentirse decepcionado. Sí, lo habían invitado a compartir sus ideas acerca del mismo, y sí, Max se las había tomado en serio. Hasta habían hablado de la posibilidad de que él lo llevase, pero nunca de manera oficial.

      Y era comprensible que Max quisiese hacer ese proyecto. A pesar de que, durante los últimos meses, Max había estado hablando de tomarse el trabajo con más calma.

      –Sabía que lo entenderías. Rodríguez estará al mando de la zona de oficinas. Y Chang, de la de tiendas –continuó Max.

      Aquello tenía sentido. Frank Rodríguez y Danny Chang también habían contribuido al proyecto con sus ideas. Seb asintió.

      –Y le he encargado a Nelly que se ocupe de las viviendas.

      –¿Qué? –Seb se puso muy tieso–. ¿Neely Robson?

      De pronto, le pareció que no se trataba sólo de que Max se quedase en el proyecto, sino…

      Seb sacudió la cabeza.

      –No puedes estar hablando en serio.

      –Por supuesto que sí –contestó Max, que se había puesto tenso al oír su tono de voz.

      –¡Pero si no tiene suficiente experiencia! ¿Cuánto tiempo lleva aquí? ¿Seis meses? Está verde.

      –Ha ganado premios.

      –Hace dibujos bonitos –Seb pensaba que podría haber sido decoradora de interiores.

      Él sólo había trabajado con Neely Robson en una ocasión, durante el primer mes de ésta en la empresa. Y no habían encajado bien. A Seb le había parecido que sus ideas tenían poca sustancia y se lo había dicho. Y ella había contestado que él sólo quería construir rascacielos, que eran símbolos fálicos.

      Era evidente que no se habían caído bien.

      –A los clientes les gusta.

      «A ti te gusta», quiso decirle Seb. «Te gusta su cuerpo curvilíneo y su larga melena de color miel. Sus seductores labios y los hoyuelos que le salen en las mejillas cuando sonríe». Pero apretó los dientes y se contuvo.

      –Es buena en lo suyo –comentó Max. Y se quedó pensativo, sonriendo.

      Seb se preguntó qué habría estado haciendo Neely con él, pero tampoco lo dijo en voz alta.

      No obstante, tenía que decir algo. Se había dado cuenta de la atracción que sentía su jefe por Neely Robson. Era una mujer atractiva. Eso no podía negarlo.

      Pero la empresa era tan grande que Max no se había fijado en ella hasta que había ganado un premio en febrero.

      Desde entonces, Max le había prestado cada vez más atención.

      Seb la había visto salir del despacho de Max en numerosas ocasiones durante los últimos meses, y lo había oído nombrarla. También había visto que Max fijaba la mirada en ella durante las reuniones.

      No le había dado importancia. Max no era como su padre. Max era un hombre decidido y profesional, y adicto al trabajo.

      Era imposible que Max Grosvenor se dejase seducir por una cara bonita. Tenía cincuenta y dos años y ninguna mujer lo había atrapado todavía.

      Aunque Seb suponía que siempre había una primera vez. Si hasta había ido a navegar…

      –Sólo quería decir que no tiene demasiada experiencia con edificios de viviendas y…

      –No te preocupes por su experiencia. Yo trabajaré con ella. Y si está verde, ya aprenderá. Yo la ayudaré –arqueó una ceja–. ¿No crees?

      Seb apretó los dientes con tanta fuerza que le dolió la mandíbula.

      –Por supuesto –dijo.

      Max sonrió.

      –Es muy creativa. Deberías conocerla mejor.

      –Ya la conozco.

      Max rió.

      –No tanto como yo. Ven a navegar con nosotros la siguiente vez, ¿qué te parece?

      –La siguiente… ¿Has ido a navegar con…? –no fue capaz de terminar la frase.

      ¿Max y Neely Robson habían salido a navegar juntos? Max debía de estar pasando por una crisis. Aquél era el tipo de cosas que hacía Philip Savas, no Max Grosvenor.

      –No se le da mal –comentó Max sonriendo.

      –¿No? –Seb se puso en pie y recogió su cartera–. Me alegra saberlo, pero sigo pensando que vas a cometer un error.

      Max dejó de sonreír. Miró por la ventana hacia el monte Rainier, aunque Seb no sabía si realmente lo estaba viendo. Por fin, volvió la mirada a los ojos de Seb.

      –No sería el primer error que cometo –comentó–. Gracias por preocuparte, pero creo que esta vez no me estoy equivocando.

      Se miraron fijamente. Seb quiso decirle que estaba muy equivocado, que él lo había visto muchas veces en su propio padre, sacudió la cabeza y dijo:

      –En ese caso, voy a volver a mi trabajo, si no quieres hablar de nada más conmigo.

      Max sacudió una mano.

      –No, nada más. Sólo quería decirte lo del proyecto Blake-Carmody en persona. Me parecía poco apropiado hacerlo por teléfono. Ah, y no es mi intención ofenderte, ocupándome yo de él, Seb. Es sólo, que quiero hacerlo.

      Con Neely Robson.

      –Por supuesto –contestó Seb.

      Ya había abierto la puerta cuando oyó a Max que le sugería:

      –Deberías tomarte algo de tiempo para ti, Seb.

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