Hielo y ardor - Una novia por otra. Kate Walker

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Hielo y ardor - Una novia por otra - Kate Walker Omnibus Bianca

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te parece estupendo? –le dijo Gladys sonriendo.

      –¿El qué? –preguntó Seb, frunciendo el ceño.

      –Max. Es estupendo que por fin tenga una vida.

      Si Max por fin tenía una vida, a él no le daba ninguna envidia.

      Las relaciones, según su experiencia, siempre eran complicadas, impredecibles y caóticas. Si Max se sentía tentado a tener una, era sencillamente porque estaba pasando por una crisis.

      Y con Neely Robson, a la que le doblaba la edad. Estaba abocado al desastre.

      A Seb siempre le había parecido que la vida de Max era ideal: ordenada, clara y controlable.

      Sacudió la cabeza e intentó olvidarse del tema y pensar en el proyecto del colegio de Kent.

      Eran más de las seis. Podría haberse marchado, pero ¿para qué? Tenía trabajo pendiente y ningún motivo para volver a casa.

      Seguro que su ático estaba hecho un desastre, con sus hermanastras recién llegadas. Además del desorden, seguro que hablaban todas a la vez, acerca de la boda, de Evangeline y Garrett, de lo perfecto que era todo, de lo felices que iban a ser. Y luego lo compararían todo con sus propias vidas amorosas.

      Y especularían acerca de la de él.

      Sus hermanas siempre habían intentado sonsacarle acerca de su vida privada. ¿Con quién salía? ¿Iba en serio? ¿La quería?

      Él no tenía vida amorosa. Y no pretendía tenerla.

      Sí tenía necesidades, por supuesto. Hormonas. Testosterona. Era un hombre con todos sus instintos, pero eso no significaba que fuese a casarse.

      Ni que creyese en los cuentos de hadas.

      Más bien al contrario, creía en proporcionar a sus hormonas lo que necesitaban de manera sana y sensata. Y llevaba años haciéndolo mediante aventuras discretas con mujeres que querían lo mismo que él. Ni más, ni menos.

      Y si su última aventura había terminado un par de meses antes, había sido porque la guapa ingeniera que había estado satisfaciendo sus necesidades se había marchado a vivir a Filadelfia a principios de año. Y eso sólo significaba que tendría que buscarse a otra para reemplazarla.

      No tenía por qué meterse en una relación seria.

      Aunque sus hermanas no pensaban igual. Y nunca dudaban en decírselo.

      Y dado que Evangeline se las había enjaretado durante todo un mes, seguro que se sentían libres de expresar sus opiniones.

      Que Dios lo ayudase.

      Necesitaba buscarse un refugio, aunque fuese sólo para ese mes. Un lugar donde nadie pudiese encontrarlo.

      Pensó en trasladarse a un estudio vacío que había comprado dos años antes. Era tentador, pero estaba muy cerca de su ático. Y Vangie lo sabía. Todas lo sabrían si se iba allí.

      Tal vez pudiese comprar un sofá para su despacho y dormir allí, aunque Max, con su nueva actitud, no estaría de acuerdo con la idea.

      Pero él no estaba pasando por una crisis, como Max. ¿Por qué no iba a trabajar veinticuatro horas al día si era lo que quería? Al menos, en su despacho, podría concentrarse.

      Intentó volver a pensar en el colegio de Kent. Casi todo el mundo se había marchado a casa ya. Eran casi las seis y media. Max había desaparecido hacía media hora.

      Había intentado trabajar durante otra media hora más, pero su estómago había empezado a rugir.

      Por suerte, no tenía que ir a casa a cenar, podía comprar algo preparado y volver a comérselo a su despacho. No iría a casa hasta la hora de dormir.

      Tomó su chaqueta y salió al pasillo.

      Sólo había una luz encendida, la del despacho de Frank Rodríguez. De camino al ascensor, oyó hablar a Frank y a Danny. Y sintió envidia. Aunque no quería el trabajo de Frank, ni el de Dani. Y no era culpa suya si no había conseguido el que sí quería.

      –No puedo ayudarte –oyó que decía Danny Chang–. Ojalá pudiese –decía desde la puerta del despacho de Frank–. Pensé que la habías vendido.

      –Y yo –decía Frank en tono sombrío–. Cath va a flipar cuando se entere de que no he cerrado el trato. Queremos esa casa. ¿Pero cómo voy a dar la señal si no tengo el dinero?

      Danny se encogió de hombros.

      –Si me entero de alguien que esté interesado, te lo mandaré –se dio la vuelta y vio a Seb–. Eh, ¿quieres comprar una casa flotante?

      ¿Una casa flotante?

      Cualquier otro día, se habría reído, pero ése, lo pensó, y sin querer, preguntó con cautela:

      –¿Qué tipo de casa flotante? ¿Dónde?

      Danny y Frank se miraron.

      Entonces, Frank se levantó y fue hacia la puerta.

      –No es demasiado grande, seguro que no la quieres. Dos habitaciones, un baño. En realidad, es bastante pequeña. Está en la parte este del lago Union. La compré cuando llevaba aquí un año. Y me encanta, pero Cath… Vamos a casarnos, y a Cath no le gusta.

      –Cuéntame más.

      Frank pareció sorprenderse. Y entonces, empezó a darle detalles.

      –Es muy funcional. Tiene unos cincuenta años, pero está muy cuidada. Es un lugar bonito y tranquilo. Justo al final del muelle. Como es evidente, las vistas son estupendas. El inquilino iba a comprarla, pero no ha conseguido la financiación, acaba de llamarme.

      –¿Tienes un inquilino?

      –Alquilé la habitación que estaba vacía.

      –¿Y cuánto pides por ella?

      –¿En serio? –preguntó Frank.

      –Te lo acabo de preguntar, ¿no?

      –¡Ah! Bueno… –sorprendido, Frank le dijo una cantidad.

      No era barata, pero la paz tenía su precio. Y luego, siempre podría volver a venderla.

      Seb asintió.

      –Te haré un cheque.

      ERA PERFECTA.

      Seb vio la casa flotante desde la colina. Estaba justo al final del muelle. Tenía dos pisos y parecía cómoda y acogedora. Tal y como le había dicho Frank.

      No podía haber tomado una decisión mejor, pensó mientras aparcaba. Se sintió vivo, con energía, sonrió.

      Le había costado mucho dinero, pero ¿para qué quería el dinero,

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