Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador. Francisco Fernández Buey

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Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador - Francisco Fernández Buey Estructuras y Procesos. Derecho

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durante décadas la tradición católica y la tradición comunista han competido en una interesantísima batalla de ideas, es natural. Pero eso no quiere decir que sea el único caso en el panorama europeo. Algo muy parecido estamos viviendo nosotros en España. Y previsiblemente esta situación nuestra se irá acercando a la italiana (en el sentido de la aproximación entre idealidad comunista y utopía cristiana de liberación) si se confirma la identificación del reformismo con el laicismo como cinismo, que Díaz-Salazar ha advertido —creo que con razón— en las teorizaciones recientes del socialismo hispano.

      A partir de datos como estos, innegables, Rafael Díaz-Salazar concluye, en primer lugar, la insuficiencia de la crítica marxista y gramsciana de la religión y, en segundo lugar, la necesidad de una reconceptualización del hecho religioso. Esto último viene siendo aceptado por el marxismo abierto al menos desde Bloch, quien escribió premonitoriamente que «el auténtico marxismo» tiene que tomar en serio al «auténtico cristianismo», y que hay que pasar del simple diálogo a la renovación de la alianza entre cristianismo y revolución que se produjo durante las guerras campesinas. Más difícil de aceptar para el gramsciano ateo es el radicalismo con que Díaz-Salazar critica lo que considera causa principal de la insuficiencia de Gramsci en estas cosas: su racionalismo, su «incapacidad para captar la importancia de lo simbólico y de lo que es no-racional». Pues en este punto se entrelazan ya de una forma tan inmediata como sutil juicios de hecho, valoraciones, creencias individuales y expectativas colectivas tan arraigadas y sólidas que las palabras mismas nos traicionan.

      En efecto, el gramsciano ateo, que aprecia la religiosidad laica y ha asumido la enseñanza de Bloch, que coincide con el militante cristiano de los movimientos de liberación en la necesidad de una nueva aproximación al hecho religioso (no solo más allá de Gramsci y del marxismo clásico, sino también más allá del «porvenir de una ilusión»), sigue aspirando, sin embargo, a un pensamiento y a una práctica emancipatorios no-ideológicos. Díaz-Salazar ha visto con mucha lucidez, en un paso del capítulo final de su libro, cómo el marxismo de origen gramsciano, precisamente por sus exigencias cosmovisionarias, tiene que hacer frente a dificultades mayores que las que plantea el marxismo cientificista o el marxismo como praxeología racional. El viejo Korsch estaba convencido —hoy me parece que razonablemente convencido— de que ya en los años cuarenta era una utopía irrealizable volver a construir el edificio del marxismo como concepción general del mundo y de la sociedad. Desde entonces se han añadido a las de Korsch otras razones, unas de tipo práctico (son demasiadas las proposiciones de aquella concepción general del mundo que han quedado refutadas por la historia) y otras de tipo teórico o lingüístico que no fueron tenidas en cuenta en su momento, y que hablan de la imposibilidad material de construir una concepción general del mundo. Por eso el gramsciano ateo prefirió desvincularse de la reivindicación positiva de la ideología que hay en los Cuadernos de la cárcel; y por eso, para solventar al mismo tiempo positivismo y cientificismo, inició una sensata retirada hacia el marxismo como praxeología racional.

      Pero este justificable repliegue teórico no tiene por qué implicar para el gramsciano ateo una renuncia a la fundamentación racional de la pasión milenaria de los de abajo, de los gritos del corazón de los oprimidos, que es una de las consecuciones de la cultura socialista moderna todavía en construcción. Es interesante —por significativo— que a mi amigo Rafael Díaz-Salazar le cueste menos trabajo desprenderse del término «ideología» (en la acepción positiva gramsciana) cuando habla de movimientos religiosos de liberación que al tratar del proyecto marxista de reforma moral e intelectual. Coincidido con él en el enfoque general y, sobre todo, en la necesidad de una reconceptualización de lo religioso que no se quede en la «profanación» secular, pero mi tendencia en esto de la valoración de las ideologías difiere. Creo que hay que hacer un esfuerzo por mantener y clarificar la diferencia entre fe y creencia cuando lo que está en juego es la relación entre política y religión. Y desde esa perspectiva sugiero que el pensamiento socialista del fin de siglo debería esforzarse —lejos de ver en Marx el fin de la moralidad, como hace a veces— por hacer visibles las diferencias entre ideologías e ideales, ilusiones y utopías. La obra de Gramsci todavía puede ayudar a eso, pues desde su juventud este tuvo claro algo que la mayoría de los marxistas de su generación no vieron, a saber: que el camino que conduce de la utopía a la ciencia no es un camino sin retorno, ni una vía de dirección única, sino una senda de bosque que vamos rehaciendo perdiéndonos en ella muchas veces. Cuando al final miramos hacia atrás, nos damos cuenta de que las pisadas son de gentes muy distintas.

      No deja de ser paradójico, en este sentido, que consumada la fase del marxismo cientifista, sea de la fe religiosa de donde vienen muchas veces la fuerza y la inspiración para seguir luchando contra el mal social. Pero tal vez sea una paradoja solo a medias, pues eso que llamamos marxismo —así, en singular— ha pasado a ser, como el cristianismo, parte de la cultura general de muchas gentes. Tanto es así que sería difícil hoy en día encontrar movimientos religiosos de liberación sin mezcla. En tiempos de dogmatismos el contacto, el diálogo, el intercambio de ideas y la fusión de las creencias y las fes solía definirse como «infiltración». Así se expresa hoy todavía el cardenal Ratzinger cuando se refiere a las obras de Leonardo Boff o Gustavo Gutiérrez.

      Tal vez la revitalización del laicismo pase ahora precisamente por dar una oportunidad a la actitud contraria: propugnar la mezcla, el acercamiento entre tradiciones liberadoras distintas, sin olvidar de dónde viene cada cual, ni ocultar que tales tradiciones tienen además otra historia, una historia de dominación y de opresión en nombre de los mismos ideales que apreciamos.

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