E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery Pack

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Aquella mujer era adorable y si fuera ella la única Stryker implicada en el caso, Heidi estaba convencida de que no les costaría nada llegar a un acuerdo.

      El problema principal, de casi dos metros, salió del coche más lentamente y la miró por encima del techo.

      –Buenos días.

      Bastaron dos palabras y pronunciadas en voz baja para provocarle a Heidi un extraño temblor en la boca del estómago.

      La culpa era de sus amigas, comprendió Heidi. Todo lo que habían hablado sobre sus posibilidades de acostarse con Rafe se había filtrado en su cerebro. Veinticuatro horas atrás, le veía solamente como un hombre malvado dispuesto a destruirla. En aquel momento era alguien con un bonito trasero al que debería intentar seducir en un penoso esfuerzo por salvar su hogar.

      –Lárgate.

      Lo dijo en una voz tan baja que parecía haber pensado más que pronunciado aquella palabra.

      Pero eso no mermaba la intensidad de su deseo. ¿Por qué él? ¿Por qué no podía tener May un hijo más amable que comprendiera que la gente podía cometer errores?

      –Eh... ahora mismo iba a montar –les explicó–. Los caballos que alojamos en el rancho tienen que hacer ejercicio.

      May caminó hacia ella.

      –Eso suena divertido. ¿Cuántos caballos tienes?

      –Los dos que viste ayer.

      –¡Ah, perfecto! Rafe, ¿por qué no ayudas a Heidi? Si tú montas al otro caballo, terminará su trabajo en la mitad de tiempo.

      Sí, y también podrían ir a hacerse una endodoncia. Eso también podría ser divertido.

      Heidi hizo un esfuerzo sobrehumano para mantener una expresión neutral.

      –No hace falta, de verdad. Además, no creo que a Rafe le guste montar.

      Ni siquiera estaba segura de que supiera hacerlo. Aunque tenía que admitir que imaginarle sobre una silla de montar tenía su atractivo. A lo mejor se caía, se daba un golpe en la cabeza y olvidaba todo lo ocurrido. En ese caso, ella fingiría que nunca había estado enfadado con él y sus problemas se resolverían...

      Rafe arqueó una ceja.

      –¿Crees que no estoy a la altura del desafío?

      –Yo no he dicho eso.

      –No hace falta que lo digas –alargó la mano hacia el interior del coche y sacó unas gafas de sol. Después, señaló el establo–. Adelante, yo te sigo.

      –De verdad, no tienes por qué hacer esto –protestó Heidi mientras caminaban hacia el corral.

      –Sé cómo manejar un caballo.

      –Sí, y también llevas un traje que probablemente cuesta cinco mil dólares.

      –Olvidas que crecí en este lugar. Además, quiero ver en qué estado se encuentran las tierras de mi madre.

      Entró en el corral en el que Mason y Kermit estaban disfrutando del sol. Soltó un silbido penetrante y los dos caballos se volvieron hacia él.

      Heidi se dijo que no debía dejarse impresionar. Pero el problema fue que los caballos comenzaron a caminar hacia él como impulsados por una fuerza invisible. Rafe entró en el corral.

      –¿Adónde quieres que los lleve?

      –Al establo.

      Los guio con una facilidad envidiable. Heidi permitió que la precediera, y así pudo contemplar el trasero que Charlie había mencionado. Tuvo que admitir que era bonito. Atlético, más que plano. Sí, era cierto, Rafe era un hombre atractivo, pero también lo era la serpiente coral y su mordedura era mortal.

      Una vez en el interior del establo, se pusieron los dos a trabajar. Rafe podía estar trabajando en un rascacielos de San Francisco, pero no había olvidado cómo ensillar un caballo. Después de utilizar un cepillo para limpiarle el lomo a Mason, colocó las almohadillas en su lugar con una facilidad que solo se conseguía con la práctica. Heidi se ocupó de Kermit, el caballo más pequeño, que apenas resopló cuando Heidi le colocó la silla.

      A continuación se ocuparon de las bridas. Tanto Mason como Kermit eran caballos tranquilos y las mordieron sin queja alguna.

      Por el rabillo del ojo, Heidi vio a Rafe asegurándose de que todo estaba bien atado, pero no demasiado tenso, y de que no quedaba ninguna arruga que pudiera molestar a los animales.

      Salieron después al exterior.

      En la parte más alejada del rancho, había una plataforma para ayudar a montar. Como Mason y Kermit eran caballos de gran tamaño, Heidi giró en esa dirección, pero Rafe la detuvo.

      –Yo te ayudaré.

      –No tienes por qué hacerlo.

      –Ya lo sé.

      Ató las riendas de Mason a un poste y se acercó a ella. Esperó a que Heidi agarrara las riendas con la mano izquierda y se aferrara a la silla. Después entrelazó las manos y se las ofreció para que apoyara el pie.

      Heidi posó el pie en ellas. A pesar de que no se estaban tocando de ninguna otra manera, le pareció un gesto extrañamente íntimo. Se dijo a sí misma que, en realidad, Rafe solo estaba siendo educado. Que su madre le había educado muy bien. Pero aun así, estaba nerviosa mientras contaba hasta tres y se alzaba hacia la silla.

      Pasó la otra pierna por encima del lomo de Kermit y se sentó.

      –Gracias.

      –De nada –continuó mirándola–. Pareces un poco susceptible.

      –Nos has amenazado a mí y a mi rancho en más de una ocasión. Creo que es prudente mostrarse recelosa.

      –Lo único que estoy haciendo es proteger lo que es mío.

      –Yo también –¿qué significaba aquello? ¿Tenían algo en común?–. Pero creo que todo esto sería más fácil si consiguiéramos llevarnos bien.

      Rafe curvó los labios en una sensual sonrisa.

      –No me gustan las cosas fáciles.

      –No me sorprende.

      Rafe se echó a reír y caminó hasta Mason. Lo montó y se alejaron juntos del establo.

      –¿Qué ruta sigues habitualmente? –le preguntó.

      Heidi se colocó el sombrero intentando no pensar que, para ser un hombre que conducía un Mercedes, Rafe parecía sentirse muy cómodo a lomos de un caballo.

      –Bueno, en realidad hago una ruta circular que cubre casi toda la propiedad.

      –Estupendo.

      Sí, suponía que porque

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