E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery Pack

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Venía todos los años aquí, y fue así como yo conocí Fool’s Gold.

      –No sé gran cosa sobre cómo es la vida en una feria.

      –Es un mundo único, nómada y muy encerrado en sí mismo al mismo tiempo. Siempre estás cambiando de entorno, así que la sensación de hogar la construyes con la gente con la que trabajas.

      –¿Cómo estudiabas?

      –Siempre había niños en la feria y adultos que se encargaban de enseñarnos diferentes materias. Glen nos enseñaba Matemáticas.

      –Eso sí que tenía que ser curioso.

      –Era muy buen profesor. Mi amiga Melinda aprobó el examen de admisión y pudo ir a la universidad.

      Heidi no había querido estudiar, pero Melinda y ella habían seguido muy unidas incluso entonces. Heidi siempre había pensado que si hubiera ido a la universidad con ella, a lo mejor todo habría sido diferente.

      Se dijo a sí misma que no tenía que pensar en ello en aquel momento. Que no podía permitir que nada la distrajera de la conversación que estaba manteniendo con Rafe.

      Se volvió hacia él. Rafe cabalgaba como si se pasara la vida sobre una silla de montar.

      –No mentías cuando has dicho que habías crecido en un rancho –admitió.

      Rafe palmeó el cuello del caballo.

      –Sí, y lo estoy recordando todo. A lo mejor no ha sido tan mala idea lo de pasar algún tiempo aquí.

      –Siempre puedes marcharte.

      Rafe clavó en ella su mirada.

      –No pienso hacerlo.

      –Pero no puedes culparme por intentarlo.

      –Puedo, pero no lo haré –se enderezó en la silla–. Es una pena que los dos estemos buscando lo mismo.

      Heidi asintió.

      –Un hogar y un lugar al que pertenecer.

      –En realidad, yo estaba pensando en esta tierra.

      –Es lo mismo, por lo menos para mí. Esto es todo lo que siempre he querido. Un lugar en el que establecerme, una casa para Glen y para mí. Y para las cabras.

      –No vas a hacerte rica criando cabras.

      –Nunca he necesitado ser rica, por lo menos hasta ahora.

      Después del almuerzo, Rafe se dirigió a la ciudad. Mientras él estaba montando con Heidi, su madre había redactado una lista de proyectos de los que le gustaría que su hijo se ocupara durante las siguientes semanas. Cuando Rafe le había hecho notar que tenía un negocio que atender, le había palmeado la cabeza y le había dicho que intentara ocuparse de ambas cosas.

      Rafe adoraba a su madre. De verdad. Pero había días, y aquel era uno de ellos, en los que habría preferido alejarse de su familia y no volver a saber nada de ellos nunca más.

      Dejó el coche en el aparcamiento de la serrería, pero en vez de entrar directamente en la oficina, fue al centro de la ciudad. Sus músculos protestaban mientras caminaba. Y eso que solo había montado durante una hora. Cuando regresara a San Francisco, tendría que actualizar su programa de ejercicios. Pasar una hora al día en la cinta no le preparaba para la vida del rancho y, por lo que decía su madre, iba a tener que pasar allí una buena temporada.

      A pesar de las pocas ganas que tenía de estar en Fool’s Gold, se había descubierto disfrutando al montar de nuevo a caballo. Montar a la luz del sol, supervisando aquellas tierras relativamente indómitas le había resultado agradable. Quizá fuera porque era un placer casi primario, o a lo mejor porque había visto demasiadas películas de vaqueros.

      Se metió en un Starbucks y pidió un café y un bizcocho. Al salir, pensó que debería haberle pedido a Heidi que le acompañara. Ella habría...

      Se interrumpió en medio de un trago de café y estuvo a punto de atragantarse. ¿Pedirle que le acompañara? ¿Para qué? ¿Acaso pretendía hacerse su amigo? Heidi no era una amiga, era un problema. Por dulce y guapa que fuera con aquellos enormes ojos verdes. El día anterior había estado a punto de tragarse su actuación. Sí, seguramente no sabía lo que pretendía hacer su abuelo, pero aun así, no podía confiar en ella. Ni en sus cabras.

      Se comió el bizcocho y tiró el vaso de cartón a la papelera más cercana. No iba a pensar en Heidi. Ni en lo guapa que estaba cuando montaba a caballo, ni en su olor a vainilla y a flores cuando la había ayudado a montar en la silla. Tampoco en las arrugas que surcaban sus ojos cuando sonreía, ni en hasta qué punto había sido consciente de cómo se movía su cuerpo a cada paso del caballo. No, no iba a pensar en ella. Heidi solo era una persona que se había interpuesto en su camino, nada más.

      Estaba regresando a la serrería cuando una mujer mayor se dirigió hacia él. Iba elegantemente vestida, con un traje azul marino y un collar de perlas. El pelo, de color blanco, lo llevaba recogido en un moño abultado.

      Como le sonrió, Rafe se sintió obligado a pararse.

      –Rafe Stryker.

      –Buenos días, señora.

      –Soy Marsha Tilson.

      La combinación de su nombre con la firmeza de su mirada activó su memoria. Rafe frunció el ceño.

      –Usted es la mujer que me regaló la bicicleta.

      Y también formaba parte del grupo que enviaba regularmente ropa y comida a su madre. Pero cuando era niño, la bicicleta le había parecido mucho más importante.

      La anciana ensanchó su sonrisa.

      –Sí, me alegro de que lo recuerdes.

      –Fue muy amable con nosotros. Gracias.

      Le resultó difícil pronunciar aquellas palabras. Incluso después de todo el tiempo pasado, le resultaba difícil evocar un pasado en el que se recordaba pasando hambre y a su madre llorando.

      –Eras un niño impresionante –le dijo la alcaldesa–. Estabas completamente decidido a cuidar a tu familia. Y eras muy orgulloso también. Hacías todo lo posible para que tus hermanos no tuvieran que preocuparse de nada.

      Rafe se aclaró la garganta. No estaba muy seguro de cómo responder.

      –No podía hacer otra cosa.

      –Debías de tener nueve o diez años. Eras demasiado joven para cargar con esas responsabilidades. Tengo entendido que ahora eres un exitoso hombre de negocios.

      Rafe asintió.

      –En Fool’s Gold se necesitan hombres como tú.

      –No tengo intención de quedarme. Solo estoy ayudando a mi madre.

      Los ojos de la alcaldesa chispearon.

      –A lo mejor podemos hacerte cambiar de opinión. Ahora mismo aquí hay un ambiente muy propicio para los negocios. De

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