Una reunión familiar. Robyn Carr

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casi siempre recolectando verduras con otros jornaleros migrantes. Cuando se instalaron en Iowa, en la granja de sus abuelos, empezó a ir al colegio de forma normal. Tuvo que soportar acoso escolar en el instituto porque sus padres, Jed y Marissa, eran muy raros. Dakota se avergonzaba de ellos. No los entendía. Él era una persona de decisiones y de acción y habría obligado a Jed a tomar la medicación o lo habría echado a patadas, pero su madre, en cambio, lo mimaba, lo protegía, dejaba que se saliera con la suya aunque estuviera loco. Y Dakota había sido un chico solitario, con muy pocos amigos.

      En cuanto pudo, se marchó de casa, justo después de graduarse en el instituto a los diecisiete años. Se alistó en el Ejército y desde entonces había visto a sus padres unas cuatro veces. Cada vez que iba a la granja de Iowa, le parecían más raros que antes. No telefoneaba casi nunca, pero no parecía que ellos se dieran cuenta.

      También se protegía y no permitía que nadie se acercara mucho mientras esperaba a ver si él también se volvería loco. Con treinta y cinco años, todavía no estaba seguro de que no fuera a ocurrir. Y después de tanto tiempo, sus hermanos habían acabado por aceptar su comportamiento independiente y distante.

      En el Ejército era fácil no atarse demasiado. Tenía amigos cuya compañía disfrutaba, pero había muy pocos con los que sintiera un vínculo especial y ese vínculo era de compañeros militares. Iban juntos a tomar cerveza y lo incluían en las actividades sociales del grupo, en fiestas, salidas al lago o excursiones a esquiar. Como decían sus amigos: «Ya sabes, Dakota, el soltero».

      Había también mujeres, por supuesto. A Dakota le gustaban las mujeres, pero no era de comprometerse a largo plazo con nadie, y menos con novias. Aunque salía a veces un tiempo con la misma mujer, no era hombre de estar en pareja. Había tenido una, pero por un periodo corto, y había terminado de un modo tan trágico, que le había recordado que era mejor no involucrarse demasiado. No era de los que se casaban. Estaba mejor a su aire. Nunca se sentía solo ni se aburría. Tal y como vivía, no tenía que explicar de dónde procedía, cómo había crecido ni lo rara que era su familia. En diecisiete años en el Ejército, nunca había conocido a nadie que se hubiera criado como él, básicamente sin techo, en un autobús y con un par de pirados por padres.

      Pero últimamente había cambiado algo para él. Había sido un cambio lento y sutil. Cal había perdido a su esposa y, dos años después, había vuelto a casarse. Maggie, de profesión neurocirujana, era una mujer fabulosa. Ahora tenían una niña, eran una familia. Cal nunca había rehuido el compromiso, como si estuviera seguro de que sería mejor padre de familia de lo que había sido su progenitor. Su hermana pequeña se había reunido con él en Timberlake y también se hallaba en proceso de asentarse. Sierra había conocido a un bombero, un hombre fantástico. Connie, el diminutivo de Conrad, era listo, fuerte, leal y el tipo de hombre que admiraba Dakota. Le habían bastado cinco minutos para saber que Connie era un hombre íntegro. Y, al ver cómo se sentía Sierra con él, Dakota casi anhelaba algo parecido. Sedona se había casado al salir de la universidad, tenía dos hijos y, aparentemente, llevaba una vida normal. Hasta el momento, ninguno de ellos había decidido vivir en un autobús como sus padres. Poco a poco, Dakota había empezado a pensar que quizá él pudiera llevar una vida de adulto normal. Tal vez pudiera tener amigos y familia y no fuera necesario que se protegiera de sí mismo.

      Pero una cosa que sí haría sería ir muy despacio.

      Cal llamó a los demás. Sierra y Connie no tardaron en llegar con Molly, su golden retriever. Sully, el padre de Maggie, llegó después de cerrar la tienda de su camping, Sullivan's Crossing. Cuando llegó Maggie con la niña, se encontró con una atmósfera de fiesta.

      Como Dakota había llegado sin avisar y Cal no estaba preparado, todo el mundo llevó algo de comer. Sierra apareció con una bandeja de pechugas de pollo nadando en salsa barbacoa y una gran ensalada de siete capas. Connie aportó cerveza y el té verde frío favorito de Sierra. Sully contribuyó con brócoli sellado en papel de aluminio con ajo, aceite de oliva, cebollas, champiñones y granos de pimienta. Lo colocaron en la parrilla con el pollo. Cal suministró patatas asadas.

      —¿Cuánto tiempo te quedas? —quiso saber Sierra.

      —No lo sé —contestó Dakota—. Estos últimos meses estoy explorando.

      —Desgraciadamente, por aquí no hay mucho que explorar —intervino Sully.

      —¡Ah, Cody! —dijo Sierra, llamando a su hermano por el mote de cuando eran niños—. No le hagas caso. Yo creo que recuperé mi cerebro caminando por los senderos de aquí. Cal recorrió el CDT durante un mes.

      Dakota enarcó las cejas.

      —¿Me contasteis eso? —preguntó.

      —No lo recuerdo. Pero sí, seguí el Continental Divide Trail en dirección al norte desde casa de Sully. Pasé dos semanas caminando y acampando y después di media vuelta y volví.

      —Porque yo estaba aquí —informó Maggie con una sonrisa. Alzó la barbilla—. Y me quería mucho.

      —Me gustaría hacer eso —declaró Connie—. Lo máximo que he estado en ese sendero han sido cuatro días. Sierra, tenemos que hacerlo. Irnos un par de meses.

      —No sé —repuso ella—. Soy muy adicta a la ducha diaria.

      —Tengo que decidir dónde voy a deja de explorar —aclaró Dakota.

      —¿Te refieres a asentarte? —preguntó Cal.

      —No sé si eso es posible —respondió su hermano—. Después del Ejército, tal vez mi temperamento no me permita estar quieto en un sitio.

      —Pero ¿te vas a quedar al menos un tiempo? —preguntó Sierra, esperanzada.

      —Eso sí. Me quedo un tiempo. A lo mejor puedo ayudar en algo.

      —Puedes hacer de canguro —propuso Cal.

      —Estoy seguro de que no puedo hacer eso —contestó Dakota—. Se me dan bien las niñas, pero es mejor que hayan salido ya de la universidad.

      Los demás respondieron con risas y gemidos.

      A las nueve, Sully había vuelto al Crossing, Maggie y Elizabeth se habían ido a la cama y solo quedaban Sierra, Connie, Cal y Dakota. Los hombres abrieron unas cervezas más. Sierra, que llevaba un año y medio sobria, bebía té verde.

      —Mañana tendré que ir a dos reuniones después de pasar la velada con bebedores como vosotros —dijo.

      Cal rio.

      —Nosotros tres hemos tomado ocho cervezas en seis horas. Para ser una celebración, yo diría que hemos sido bastante comedidos.

      —Si te molesta… —empezó a decir Dakota.

      —No —contestó ella—. Pero mañana por la mañana estaré mucho mejor que vosotros.

      —Ya que vas a estar tan bien, ¿quieres llevarme al sendero mañana? —preguntó Dakota. Molly se levantó de donde dormía, se sacudió y se apoyó en su muslo, esperando—. ¿Esta sale a andar?

      —A veces me llevo a Molly y a Beau, el labrador de Sully. Pero, si me los llevo, solo puedo estar un par de horas como máximo fuera—. Sierra se levantó—. Vendré a buscarte a las ocho y veinte. Vamos, Connie. Es hora de acostar a la niña.

      Dakota y Cal la miraron

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