Una reunión familiar. Robyn Carr
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—Eso me han dicho. Tienes mi número de móvil, ¿verdad?
—¿Tienes dinero para alquilar algo? Porque puedo…
—Tengo —respondió Dakota—. Y te llamaré antes para que añadas otra patata a la sopa.
Cal guardó silencio un momento.
—Me ha gustado tenerte aquí —dijo al fin.
—Haré todo lo posible por no cargarme eso —contestó su hermano.
Cal, Maggie y Elizabeth salieron a la mañana siguiente temprano para Denver. Si Dakota no había entendido mal, Maggie iba directamente al trabajo, donde pasaría la mañana viendo pacientes y la tarde operando. Después repetiría ese ciclo una y otra vez. Una semana hacía eso durante tres días y, a la siguiente, cuatro días. Una vez al mes tenía que estar de guardia en Urgencias, lo que añadía un quinto día a su ciclo. Y Cal, un abogado penalista, recibía clientes en su despacho de casa o en otros lugares, como la cafetería, el porche de Sully en el Crossing o la biblioteca, y las consultas podían ser desde para redactar un testamento a sacar a alguien de la cárcel. Dakota archivó esa información por si la necesitaba.
De momento, iba a estar solo unos cuantos días. Y, como Sully había previsto, llovía.
Pasó por una agencia inmobiliaria, recogió un folleto de propiedades de alquiler en la zona y después fue a cortarse el pelo. Miró calle arriba y calle abajo y, como vio que la barbería estaba cerrada, entró en la peluquería Fancy Cuts. Cuando cruzó la puerta, vio seis sillas y tres clientes con peluqueras. Mostró su sonrisa más radiante.
—No busco nada del otro mundo —dijo—, pero ¿pueden arreglar un pelo y una barba que llevan un tiempo abandonados?
Pasó un momento. Una joven muy guapa dio un paso hacia él.
—Yo me encargo —dijo a las otras dos, ambas mujeres más mayores—. Deme cinco minutos. Tome asiento.
Volvió a su clienta, una mujer mayor cuyo cabello parecía una masa de salchichas rosas.
—No puedes terminar en cinco minutos —dijo la clienta, en voz más alta de lo necesario.
—Oh, sí terminaré —repuso la peluquera guapa—. Y te encantará.
—Pues espero que no…
La peluquera acercó un cepillo al pelo y conectó el secador de mano. Ahuecó el cabello de la mujer, lo peinó hacia atrás y terminó poniéndole laca.
Dakota tomó una revista y comenzó a hojearla. Leyó un anuncio sobre higiene bucal y, cinco minutos después, estaba en una silla con la hermosa Alyssa pasándole un peine por el cabello moreno.
—¿Qué quiere hacerse? —preguntó esta.
Dakota se dio cuenta de pronto de la cantidad de tiempo que hacía que no se acostaba con una mujer.
—Nada especial —contestó. «¿Te gusta contra la pared?»—, solo recortar. ¿Y puede recortar la barba también? No al estilo Hollywood, basta con que no parezca salido de la serie Duck Dinasty.
—Entendido —respondió ella, con una sonrisa también brillante—. Empecemos con un buen champú. Venga por aquí.
Él no mencionó que se había lavado el pelo esa mañana en la ducha, sino que la siguió a la parte de atrás. Mientras ella le masajeaba el cuero cabelludo y le hacía preguntas, él cerró los ojos con gentileza. Le contó que tenía un hermano cerca de allí, que acababa de salir del Ejército y planeaba explorar el país, empezando por allí. Que le gustaba pescar y hacer senderismo y no pensaba hacer planes durante una temporada. Se mostró vago deliberadamente. Aquello era un pueblo y no quería hacer ni decir nada que pudiera tener consecuencias negativas para Cal o Sierra y la gente que estaba con ellos. Se mostraría un poco misterioso hasta que conociera el terreno que pisaba.
Pero la sensación de los dedos de ella en su pelo era espectacular.
—¿Estás casada, Alyssa? —preguntó con voz suave y ronca.
—Sigo esperando al hombre indicado, Dakota —susurró ella—. ¿Tienes muchos amigos por aquí? —preguntó, cuando terminó de secarle el pelo con una toalla y lo guio de vuelta hacia las sillas de cortar.
—Los amigos de mi hermano —él se encogió de hombros—. Gente agradable.
—¿Novia no?
Él la miró a los ojos a través del espejo.
—Novia no.
—¿Asumo que eso implica que tampoco hay esposa o prometida? —preguntó ella.
Dakota negó con la cabeza, con la sensación de que podía estar a minutos de un buen polvo. Era solo una sensación, no algo que pensara buscar adrede. Ese era el pueblo de Sierra y Cal. Allí no podía haber seducciones con fuga posterior. Las repercusiones podían afectar a la vida de personas a las que quería y él no se arriesgaría a eso. Pero Alyssa tenía piernas largas, era hermosa, simpática y parecía dispuesta. Eso prometía. Tal vez hubiera encontrado una mujer con la que pasar el rato. Valía la pena considerarlo. Y también valía la pena frenar e ir con cautela.
—Sabes manejar bien las tijeras —dijo, mirando el espejo. El corte de pelo era excelente y la barba tenía buena pinta.
—¿Te molestan las canas? —preguntó ella—. Porque si es así…
—No me molestan —contestó él—. Me las he ganado todas.
—Me alegro, porque a mí me gustan. Resultan muy atractivas.
—¿Me estás haciendo la pelota para que te dé propina? —se burló él.
—Estás de broma, ¿verdad? Puesto que eres nuevo por aquí, ¿te vendría bien tener a alguien que te enseñara esto?
—Eso podría resultar útil —contestó él—. Ahora tengo que ir a un sitio, ¿crees que me confiarías tu número de teléfono?
—Claro que sí —ella esperó a que sacara el teléfono y le dio su número—. Para mí sería un placer. Este pueblo es magnífico. Está lleno de posibilidades.
—Ya lo veo —dijo él—. Muy bien, Alyssa, gracias por un buen trabajo. Estoy seguro de que volveremos a vernos.
Pagó en metálico y dejó buena propina. Se puso el anorak, se subió el cuello y salió a la lluvia. Bajó una manzana y cruzó la calle para entrar en el café. Sierra trabajaba ese día. Almorzaría allí y le mostraría el folleto de propiedades para alquilar.
Se sentó en una mesa y se dejó servir por su hermana. Pidió un bol de sopa, medio sándwich y café. Poco después, Sierra se sentó con él con un trozo de tarta de arándanos.
—¿Eso es para mí? —preguntó él.
Ella miró la tarta un momento.
—Sí