Una reunión familiar. Robyn Carr

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Una reunión familiar - Robyn Carr Top Novel

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dejando una mancha de pintalabios rojo en la tela blanca. Él miró a Sid y la sorprendió de nuevo observándolos—. No encontré nada que me gustara aquí, y allí hay más para elegir. Y también más cosas que hacer, más restaurantes, más tiendas… Hay más actividad cultural, más de todo. Timberlake es más para deportistas, rancheros y turistas. Claro que Aurora tiene muchos más habitantes. ¿Y tú? —ella pinchó algo de ensalada—. ¿Estás casado?

      Dakota soltó una risita. Aquello era muy directo.

      —No —contestó—. Y no le devolvió la pregunta.

      —¿Y cómo te ganas la vida, Dakota?

      —Acabo de salir del Ejército. Tengo una entrevista con el condado. Estoy pensando en recoger basura. Me han dicho que pagan bastante bien.

      Hubo un sonido procedente de detrás de la barra, pero Neely no pareció oírlo. Dakota sabía de dónde procedía. A Sid le había hecho gracia. Había reído disimuladamente.

      —Parece un trabajo sucio —comentó Neely.

      —Creo que te dan guantes —respondió él. Se preguntó por qué hacía aquello. Ella era atrevida. Más incluso que Alyssa. Quizá era que emitía algún tipo de olor que indicaba que era un hombre libre y necesitado—. El sueldo es bueno —repitió—. Y para eso están las duchas.

      —Y seguro que será algo temporal —respondió ella.

      —¿Y cómo te ganas tú la vida? —preguntó él. Y se arrepintió de inmediato.

      —Ando metida en distintas cosas. He tenido suerte. He invertido en algunos negocios y propiedades. Y eso, amigo mío, resulta que me ocupa todo el día.

      —Seguro que sí.

      —¿Verdad que este bar es genial? —preguntó ella.

      Dakota asintió y ella comentó entonces que esa era la mejor época del año. Le preguntó si le gustaba cazar o pescar y él contestó que esperaba hacer algo de eso. Ella le dijo, entre bocados de ensalada, que estaba leyendo un libro maravilloso sobre la pesca con mosca en Montana y que tenía unas ganas increíbles de probarla. Él contestaba a sus preguntas superficiales sin dar demasiada información personal. No se ofreció a enseñarle a pescar con mosca y no dijo gran cosa de sus parientes de allí. Hasta que no supiera lo que ocurría a su alrededor, no quería desperdiciar información.

      Pero sí tomó nota de algunas cosas. Ella llevaba ropa cara. Botas hasta la rodilla y una falda de cuero. Un suéter rojo que modelaba su cuerpo. Un chal en lugar de chaquetón. Su reloj parecía caro, pero él no era experto en joyas de mujeres. El maquillaje era de calidad. Y las uñas…

      Si aquella mujer hubiera entrado en el club de oficiales, él se habría colocado el primero de la fila para invitarla a una copa. Pero allí no lo hizo.

      Tuvieron una conversación agradable y superficial. Sid retiró el plato de él, le rellenó el vaso de cola y le dejó la cuenta en la barra. Neely tomó unos bocados de ensalada más y a continuación se limpió los labios, miró su reloj y dijo:

      —Me marcho. Ya llego tarde otra vez —se puso el chal sobre los hombros y se levantó del taburete—. Tengo una idea. Esta noche he reservado mesa para cenar en un restaurante muy interesante y acogedor de Aurora que se llama Henry’s. Sería un placer ampliar la reserva a dos personas. Déjame invitarte a cenar como un gesto de bienvenida a Colorado. Y quizá podamos conocernos mejor.

      —Es muy amable por tu parte —repuso él, sin levantarse—. Me temo que esta noche tengo planes. Pero gracias.

      Ella sacó un bolígrafo del bolso y anotó algo en la parte de atrás de su cuenta del bar. El nombre del restaurante y su número de teléfono. También las siete de la tarde.

      —A veces los planes cambian —dijo. Y le guiñó un ojo.

      Aquel guiño de ojo suponía un dilema moral. Ella ofrecía sexo. Y él no tenía por qué rechazar eso.

      Sid apareció de pronto delante de él.

      —¿Deseas algo más?

      —Tenías razón con lo de la hamburguesa. Espectacular.

      —O sea que ha sido un buen almuerzo —comentó ella. No era una pregunta.

      —El más interesante que he tenido hasta ahora en Timberlake.

      —¿Ah, sí? —ella enarcó las cejas rubio oscuro.

      —A mí no me engañas —dijo él—. Has oído cada palabra.

      —Por supuesto que no —contestó ella—. Nunca oigo nada.

      —Mientes, Sid —él sonrió. Dejó unos billetes en la barra y le dijo que se quedara el cambio. Y dejó adrede el papel de la cuenta de Neely en la barra.

      Tuvo una tarde muy productiva. Visitó a Sully, le ayudó a colocar mercancía en la tienda, tomó café con el viejo Frank, quien era un mueble más de la tienda, y vio a Sierra cuando ella pasó por el Crossing a preguntar si la necesitaban para algo.

      —¿Quieres venir a cenar esta noche? —preguntó—. Estamos Molly y yo solas. He pensado en queso fundido con ensalada y una película romántica.

      —¡Madre mía! ¡Qué difícil es rechazar eso! —respondió él—. Creo que me voy a arriesgar a la pantalla grande de Cal. Tiene que haber algo mejor en la tele. O puedo leer.

      Sully resopló.

      —¡Eh! —protestó Dakota—. Sé leer.

      —Estoy seguro de que sabes —respondió Sully.

      —Supongo que eso ha sido una negativa —intervino Sierra.

      —Si quieres que vaya, iré —contestó su hermano.

      —La verdad es que me gustan mis veladas a solas con la perra —contestó ella—. Lo he dicho por cuidar de ti.

      —La verdad es que a mí también me gusta estar solo —contestó él. Pero le dio un beso en la frente, al estilo hermano mayor cariñoso.

      A las seis y media entró en el bar asador y pub de Timberlake y se sentó a la barra. Sid tardó muy poco en verlo y lo recibió con una media sonrisa tímida. Le puso una servilleta delante.

      —Vas a llegar tarde —dijo.

      —¿A qué? —preguntó él, con su sonrisa más deslumbradora.

      —Cenar en el restaurante repipi, que, por cierto, no se llama Henry’s, se llama Hank’s. Y es caro. Invitaba ella, idiota.

      —Me guiñó un ojo —contestó él—. Eso me aterrorizó.

      Ella echó atrás la cabeza y su coleta de pelo rubio fresa osciló al ritmo de su carcajada.

      —Apuesto a que estabas dividido —dijo, cuando paró de reír.

      —De acuerdo, es verdad. Lo pensé un segundo. Pero mi experiencia es que eso no es buena señal. Si es tan osada,

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