Una reunión familiar. Robyn Carr
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En Timberlake había bastantes hombres atractivos y agradables. Y la invitaban a salir a veces. Pero ¿podía volver a ser amiga de un hombre? Probablemente no.
Aunque se había jurado una cosa. Jamás volvería a permitirse volver a estar tan aislada y a trabajar tanto. Pensaba rodearse de familia y amigos. Amigos, no amantes.
Cuando Cal volvió de Denver, Dakota había firmado el contrato de alquiler, se había llevado sus pocas pertenencias y había firmado un contrato con el condado para recoger basura a media jornada, empezaría diez días después. Antes tenía que hacer unos días de entrenamiento, aunque no sabía qué había que entrenar para recoger basura y confiaba en que le dejaran conducir el camión grande.
—¡Caray! —exclamó Cal—. Esto casi suena a que te vas a quedar una temporada.
—Una temporada —repuso Dakota, sin comprometerse.
—¿Me vas a enseñar tu casa?
—Claro que sí. Cuando tú quieras.
—Pues vamos.
Cal saltó al Jeep y tardaron quince minutos en llegar a la cabaña del bosque. Dakota cruzó el puente despacio.
—Me han dicho que este arroyo crece en primavera. Si las cosas se ponen muy feas, supongo que tendré que saltar con pértiga para volver a casa.
—Esto es muy mono —comentó Cal.
—Cuidado con lo que dices. Esto es muy viril.
—Eso también —asintió Cal.
—Acabo de comprar dos tumbonas de lona. Podemos sentarnos en el porche, tomar una cerveza y observar a los ciervos y los conejos.
Entraron y Cal admiró los suelos de madera, los electrodomésticos, la mesa grande y la chimenea de piedra.
—No está nada mal —declaró.
—Me gusta —repuso Dakota.
—Un poco solitario, ¿no crees?
—Eso es lo que más me gusta —contestó Dakota—. Pero resulta que tengo WiFi. No sé si funcionará bien, pero, si no lo hace, pasaré mucho tiempo en tu casa. O la de Sully. O la de Sierra. ¡Eh!, ¿cuándo se casa Sierra?
Cal lo miró sorprendido.
—¿Te preocupa eso?
—No, pero quiero estar seguro de que cuidan de ella, ¿sabes?
Cal puso los brazos en jarras.
—No, no lo sé. No te has comunicado casi nunca, ¿y ahora te preocupas de la gente?
—Para ser sincero, nunca pensé que viviría cerca de la familia. Y no me disgusta —declaró Dakota con una sonrisa.
—¿Por qué no se te había ocurrido antes? —preguntó Cal.
—¿En serio? Vamos a ver. No solo era que yo estaba en el Ejército, sino que tú estabas en Michigan. ¿Qué pasa? ¿El Polo Norte estaba lleno? Papá estaba en la zona oscura, mamá estaba básicamente allí con él y Sierra era una alcohólica. ¿Estás sugiriendo que podía haber ido a vivir cerca de Sedona para que pudiera dirigir mi vida?
—Tienes algo de razón —comentó Cal.
—¿Cómo iba a saber que Sierra y tú os instalaríais en un lugar tan agradable?
—Yo tampoco lo había previsto. Vine a hacer senderismo. Era la época y buscaba el lugar apropiado para esparcir las cenizas de Lynne…
—¿Y acabaste en el camping de un hombre mayor, que tenía una hija guapísima que encima era neurocirujana? ¿Esas cosas pasan?
—Supongo que hice algo bien —repuso Cal—. ¿Necesitas algo? ¿Podrás vivir aquí?
—No necesito nada.
—Aún no has empezado a trabajar y solo es media jornada. Si necesitas algo, solo tienes que decirlo.
Dakota alzó una mano.
—Me fui de casa hace diecisiete años. He sobrevivido sin ayuda, ¿no?
—Supongo que siempre di por supuesto que el Ejército se ocupaba de ti —respondió Cal—. La verdad es que no nos criamos entre algodones, ¿verdad? Y si hay algo que descubrimos pronto es que no había mucha ayuda disponible. Un buen entrenamiento para buscarte la vida.
—Eso me recuerda algo. ¿Aquí todo el mundo sabe dónde crecimos?
—¿Todo el mundo? No creo que todo el mundo conozca los detalles. Las personas próximas lo saben. Llevé a Maggie a la granja a conocer a nuestros padres antes de casarnos, para darle una última oportunidad de salir corriendo.
—¿Y no huyó?
—No. La tolerancia y la compasión de Maggie sobrepasan todo lo que he conocido. Es una de las cosas que amo de ella.
Dakota no miraba a su hermano, pero sí sentía los ojos de Cal fijos en él.
—Desperdicias mucha energía alimentando todavía tu enfado con ellos —dijo este.
—No fueron unos padres maravillosos exactamente —repuso Dakota—. Y no es porque fuéramos pobres. Ser pobres y mantenerse unidos es algo honorable. Ellos eran negligentes. Jed tendría que haberse medicado. Marissa debería haber insistido en ello.
—¿Sabes lo que dijo Maggie de eso? Que ha visto a mucha gente rehusar tratamiento médico por distintas razones. A veces el tratamiento les resulta peor que la enfermedad, a veces tienen miedo, a veces se han reconciliado con su disfunción y saben vivir con ella. Quizá no fuera el mejor padre, pero Jed es un alma gentil. Loco, pero tierno. Asustado de su propia sombra, pero amable. Siempre ha sido muy bueno de corazón.
—Mientras hablaba de su diseño del Apolo 13, de su nominación para el Nobel o de cualquier otra alucinación.
—Mi favorita era cuando se preparaba para un informe de seguridad —contestó Cal con una risita.
—Yo todavía no quiero reírme de eso —declaró Dakota.
—Vamos a probar tus sillas del porche y ver si podemos hablar de cosas que te resulten más agradables.
Se sentaron y charlaron un rato de temas generales. Del pueblo, del camping de Sully… Cal le contó que este había tenido un infarto un par de años atrás y, desde entonces, la gente que lo quería, Maggie, Sierra, Connie o él mismo iban a verlo regularmente y a ayudar en los trabajos del Crossing. Dakota se había unido al grupo y pasaba a menudo por allí a ayudar.
Al caer la tarde, llevó a su hermano a su casa y se dirigió al pueblo. Aparcó calle abajo y fue andando al pub. Se sentó en la barra y no tardó en acercarse Rob. Charlaron un momento mientras este le servía una cerveza, pero no había ni rastro de Sid. Dakota empezó a beber despacio y al final oyó que otro cliente le preguntaba