Una reunión familiar. Robyn Carr

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él fue completamente genuina.

      —Eres una mentirosa.

      —¿Y qué quieres que te ponga?

      —Una cerveza. Cualquiera de grifo.

      —¿Vas a comer algo con eso?

      —No. Pensaré en comida en la cerveza siguiente. Estoy seguro de que aquí ves y oyes bastantes cosas.

      —¡Oh, no! De eso nada —ella le sirvió una cerveza—. Tuve que firmar un acuerdo de confidencialidad para trabajar aquí. Tu sacerdote hablaría más que yo.

      —Siempre tienes la última palabra, ¿eh? —contestó él—. Oyes muchos chistes, ¿verdad?

      —Sí. Y hasta he aprendido a contar unos cuantos. Tengo que practicarlos delante del espejo.

      —Seguro que no —contestó él, riendo—. Tengo mucha experiencia hablando con camareros y tú no eres lo que pareces.

      —Te puedo asegurar que soy exactamente lo que ves —contestó ella.

      —¿Qué hacías antes de trabajar de camarera?

      —¿No crees que eso es una pregunta personal?

      —No —Dakota negó con la cabeza—. A menos que estuvieras en el Servicio Secreto o algo así.

      —Si hubiera estado, no podría decírtelo.

      —Si hubieras estado, tendrías una tapadera —contestó él. La desarmó con su sonrisa.

      —Trabajaba en informática —dijo ella—. Muy aburrido. En una habitación sin ventanas. Creando programas y esas cosas. Es lo que hace todo el mundo en California hoy en día. ¿Qué hacías tú en el Ejército?

      Dakota se echó hacia atrás, casi satisfecho.

      —Principalmente entrenaba para ir a la guerra y luego iba a la guerra. Mi último destino fue en Afganistán. Y entonces decidí que prefería recoger basura.

      —¿En serio? Parece un cambio muy drástico.

      —Tal vez. ¿Conoces a un hombre llamado Tom Canaday?

      —Sí. Conozco a Tom. Todo el mundo lo conoce.

      —Yo también. Es una persona increíble. Ha tenido todo tipo de trabajos, puesto que es padre soltero y todo eso. Me dijo que arreglar carreteras, recoger basura y quitar la nieve se pagan muy bien en invierno y tienen muchos beneficios extra. Dijo que él sigue trabajando para el condado media jornada.

      —O sea que lo de la basura iba en serio —dijo ella. Y a continuación se sonrojó.

      Dakota rio.

      —¡Ajá! ¡Lo sabía! No se te escapa nada.

      —¿De qué conoces a Tom? —preguntó Sid.

      —Si te lo digo, ¿prometes no decírselo a tus demás clientes? —ella puso los brazos en jarras y lo miró de hito en hito—. Hizo algunos trabajos con mi hermano. Mi hermano quería hacer una reforma y Tom le ayudó.

      —Eso tiene sentido —contestó ella—. Tom ha trabajado por todo este valle. Incluso hizo algunos trabajos en el bar.

      Dakota miró a su alrededor.

      —No sé lo que hizo, pero el bar está muy bien. Volvamos a ti. ¿Por qué cambiaste los ordenadores por ser camarera?

      Ella suspiró.

      —Rob, mi hermano, también es padre soltero. Su esposa murió y sus hijos eran muy pequeños. Así que cambió de vida y se mudó aquí con los chicos, compró este bar y le salió bien. Tiene buenos empleados, por lo que puede permitirse un horario flexible. Puede dejar a alguien al cargo y estar disponible para los chicos. Ahora tienen catorce y dieciséis años y son muy activos. Pero su encargado se despidió de pronto y necesitaba ayuda justo en el momento en el que yo quería un cambio. ¿Quién mejor que la tía Sid? Y resulta que esto me gusta —ella señaló el bar—. Ahora tengo ventanas y todo.

      —Pero es totalmente diferente, ¿no? —preguntó él.

      —Tan diferente como recoger basura de ir a la guerra.

      Dakota tomó un trago de cerveza.

      —Ahí me has pillado. En mi caso, eso podría ser un cambio agradable.

      —¿Alguna vez te has descubierto casado? —preguntó ella.

      Él la miró perplejo.

      —¿En el sentido de si me he despertado una mañana y he descubierto que estaba casado? —preguntó—. No, eso no me ha pasado nunca. ¿Tú te encontraste casada de pronto?

      —Estoy divorciada —contestó ella—. Hace más de un año.

      —Lo siento.

      Ella lo miró con una sonrisa un poco triste, o tímida. Asintió con la cabeza.

      —¡Voy! —dijo. Y se fue a atender a otra persona.

      —¡Vaya! ¡Qué coincidencia! —exclamó Alyssa. Dakota vio su imagen en el espejo y se volvió hacia ella, que puso la mano en el taburete que había a su lado—. ¿Esperas a alguien?

      A Dakota le admiró la rapidez con la que podía escabullirse Sid, quien estaba ya en el otro extremo de la barra.

      —No —repuso.

      —¿Te importa que me siente aquí?

      —Claro que no. ¿Puedo invitarte a una copa?

      —Eso sería muy amable por tu parte —contestó ella, ahuecándose el pelo—. ¿Qué has hecho estos días?

      —Poca cosa. Dar vueltas por aquí. ¿Y tú?

      Ella rio con ganas y él supo que lo había buscado. Debía de haber una gran escasez de hombres en el pueblo. Aquello, que se le insinuaran las mujeres, no era algo que le ocurriera con regularidad. Le pasaba alguna vez, pero no con frecuencia. Era más normal que las persiguiera él. Desde luego, no podía quejarse del aspecto de las dos mujeres que se le habían insinuado desde que llegara al pueblo. Alyssa era espectacular. Probablemente medía casi un metro ochenta y su pelo sedoso pedía a gritos las manos de un hombre. Y sus piernas… Había muchas posibilidades allí.

      Ella empezó a contar su día en la peluquería, riéndose de sus propias historias.

      —Hola, Alyssa —dijo Sid—. ¿Qué te pongo?

      —¿Una copa de merlot? De cualquier marca que tengas.

      —Marchando enseguida.

      Sid se alejó, lo cual decepcionó a Dakota. Le gustaba intercambiar bromas con una mujer que era capaz de seguir el juego. Alyssa era amable y encantadora, no tenía nada que pudiera espantarlo. Le preguntó qué hacía para divertirse y le contestó que iba de compras. Le preguntó también si

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