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al público. En aquello, parecía haber seguido los procedimientos de su padre al pie de la letra, pero ella pensaba introducir algunos cambios. Quería imponer su propia estampa en la consulta.

      Entonces Preston dio:

      –Y aquí estás las llaves. Probablemente las recordarás y la forma en que abren. Esas cosas infantiles van primero.

      –¿Cómo los fantasmas? –no pudo evitar decir ella.

      –Como los fantasmas. Ahora, ya tienes mi dirección de Nueva York por si necesitas algo. ¿Te importa que me vaya ya?

      –No. Como bien has dicho, te puedo llamar si te necesito y yo también tengo que empezar a desempaquetar.

      Ella acababa de llegar esa misma mañana. Había enviado sus posesiones más pesadas el día anterior y se había llevado lo más ligero en el coche con ella.

      Preston Stock se despidió por última vez y le dijo que se mantuviera en contacto como si temiera que no fuera a dejar de llamarlo durante las dos semanas siguientes.

      Entonces desapareció dejándola enfrentarse en silencio a aquella gran casa victoriana y a la imagen de sus cosas apiladas en el imponente recibidor.

      Debería ponerse directamente a ello. Debería, pero no lo hizo. Se sentía bastante inquieta y se estuvo paseando por la casa más de media hora, admirando la nueva pintura, redescubriendo las habitaciones familiares y fijándose en los muebles que habían dejado sus padres y en los que se habían llevado a Florida.

      Preston había atendido a las citas de esa mañana y no tenía más pacientes hasta el lunes o sea que le sobraba tiempo. Y de repente se le ocurrió pensar si Luke Wilde estaría en casa.

      Podría ir a verlo. En ese mismo momento. Podría presentarse y examinar al hombre que sin razón, con un poco de suerte, atraía tan desagradables comentarios. Enterraría la antigua rivalidad profesional entre Brady y Wilde y empezaría a forjar una relación profesional positiva y productiva con su nuevo colega y su antiguo amor.

      Sonrió ante aquella idea sintiendo la fuerza de su nueva posición allí y del indulgente orgullo ante la primorosa y tímida muchacha que había sido y que se había permitido tener fantasías tan apasionadas. ¡Luke se hubiera reído a carcajadas si lo hubiera sabido! Y ella se hubiera muerto mil veces de vergüenza si sus tiernos sueños hubieran sido expuestos al escrutinio de la gente malévola. ¿Cómo serían las cosas ahora?

      Había una forma de averiguarlo. Cerrando la casa de nuevo, se dirigió calle abajo bajo el ardiente sol del mediodía de finales de mayo. La gente estaba cortando su césped, quizá por primera vez desde el invierno y el aire olía a maravillosa hierba recién cortada. Quizá Luke estuviera cortando también su césped.

      Aquella imagen era muy doméstica y al instante pensó que podría estar casado. Incluso podría tener hijos. Ahora tendría treinta y cuatro años. De repente su impulso le pareció más enfrentado al desastre y seguía sin hacerse una idea física de él.

      Quizá fuera un error hacer aquello. ¿Cuál sería la verdad de las antiguas quejas de su padre acerca de la profesionalidad del doctor Wilde y sus malos augurios? En las pocas ocasiones en que ella le había preguntado, había sido evasivo y le había dicho que no se preocupara. Se preguntó cuándo se habría hecho cargo de la consulta Luke Wilde. Su padre no se lo había mencionado. Era posible que ni siquiera lo supiera. Quizá hacer aquello fuera un error.

      Pero acobardarse le hacía recordar a la tímida chica de quince años que lo había visto por última vez y siguió adelante con aire de resolución.

      Entonces unas doscientas yardas más adelante la mansión de los Wilde apareció a la vista y fue su segunda sorpresa del día.

      Al principio no podía creerlo. Quizá sus recuerdos estuvieran equivocados y aquella casa fuera la de los Keating. Pero no, la estructura era la misma y su emplazamiento le sonaba familiar. Sin embargo los detalles…

      El porche que rodeaba toda la casa estaba ruinoso y la mitad de sus decorativos ornamentos de madera habían desaparecido. La magnífica madera de la que estaban construidas casi todas las casas victorianas de la zona, estaba pelándose y en mal estado. El precioso jardín de antaño estaba salvaje aunque notó que habían cortado el césped recientemente; había cristales rotos en el piso de arriba y faltaban tejas en el alero.

      ¿Sería aquel el resultado del escándalo que había alejado al doctor Wilde de la profesión médica? Las pocas veces en que había pensado en aquello, no había considerado algo así. Vaciló. ¿Debería darse la vuelta? No, porque podrían haberla visto desde alguna ventana…

      Sin embargo, ¿qué puerta debía intentar? ¿La imponente y vieja de la entrada principal? ¿O la lateral, que era en su tiempo la que daba a la sala de espera, consulta y oficina? Entonces vio que la segunda estaba abierta y eso decidió por ella.

      Subiendo los escalones laterales, pensó que de todas las emociones que había esperado sentir cuando se encontrara con Luke, aquella era la única en que no había pensado: la lástima.

      No había nadie en la arruinada sala de espera, pero había un timbre antiguo bastante bonito en el mostrador y un cartel pintado con esmero que decía: Llame y espere, por favor.

      Francesca vaciló deseando haber hecho lo más sensato: llamar antes por teléfono. Si hubiera pensado que las cosas estarían así, nunca se hubiera presentado de aquella manera.

      ¿Debería llamar a aquel timbre? Escuchó inmóvil. Todo estaba muy silencioso. Quizá, si no aparecía nadie, podría dar la vuelta y salir a la calle.

      Sí, eso sería lo mejor. Empezó a retroceder de puntillas, pero una tabla crujió bajo sus pies y escuchó un movimiento desde la oficina, un cajón cerrarse y un sonido que reconoció, pero que no tuvo tiempo de identificar. Un momento después, mientras seguía de espaldas, escuchó una voz masculina que dijo con grave cortesía:

      –¿Puedo ayudarla?

      Con el corazón desbocado, se dio la vuelta sintiéndose como un ladrón pillado con las manos en la masa y se enfrentó a él muda de asombro.

      Sí, definitivamente era Luke Wilde, mirándola mientras se abrochaba un gemelo de la camisa. Luke, el hombre que le había robado tantas horas de sueño.

      Él la miró un momento mientras ella buscaba con desesperación algo que decir y entonces, aquella grave voz sonó de nuevo con incredulidad:

      –¿Chess? ¿Chess Brady?

      Capítulo 2

      CHESS.

      Nadie le había llamado así en años. Incluso su hermano, Chris que era el que le había puesto el apodo, ya no lo usaba, aunque por supuesto lo había usado quince años atrás y por eso la conocía Luke Wilde con ese nombre.

      –Me sorprende que me hayas reconocido –consiguió decir.

      –¡Oh, sí! –replicó él con ligereza–. Tardé uno o dos segundos. El tiempo se paralizó, como suelen decir –su sonrisa era un poco cínica–. Pero la verdad es que no has cambiado mucho. Sigues siendo la preciosa princesa rubia.

      Era tan desdeñoso que ella gimió horrorizada y sintió que la rabia

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