Diplomacia y revolución. Manuel Alejandro Hernández Ponce

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Diplomacia y revolución - Manuel Alejandro Hernández Ponce

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diplomática combativa que amenazaba con la intervención en caso de que el gobierno mexicano no aceptara sus reclamos.3 Esta coyuntura fue aprovechada por México mediante la Secretaría de Relaciones Exteriores (sre) a fin de reclamar los saldos por la intromisión estadounidense en Texas.4

      El Tratado de Guadalupe-Hidalgo (1848) es uno de los documentos más célebres en la historia del conflicto entre ambas naciones, ya que en él se propuso poner fin a la invasión estadounidense a México. Aunque el gobierno mexicano firmó la cesión de una buena porción de la superficie nacional, logró renegociar la liquidación de los saldos que aún no se pagaban por causa de los reclamos pendientes de 1839. Por su parte, el gobierno estadounidense se comprometió a resolver a la brevedad los daños causados por las comunidades de indios americanos a propietarios asentados en la región de la frontera norte.

      Es importante señalar que la relación más prolífica entre los gobiernos estadounidense y mexicano se implantó por vía del bando liberal, con quienes a lo largo de la segunda mitad del siglo se estableció un mayor número de tratados y convenios, ello de frente a los conservadores que privilegiaron las relaciones con estados europeos. Desde el restablecimiento de las relaciones bilaterales en 1848, se vivieron momentos de estabilidad diplomática, aunque con graduales niveles de cooperación.

      Con el cambio de siglo, el régimen de Díaz se posicionó frente a Estados Unidos como uno de los más sólidos en Latinoamérica; México fue considerado un ejemplo de paz y disciplina al que otras naciones debían aspirar, como Cuba, Venezuela, Haití y Nicaragua. El éxito del porfiriato, según algunas voces desde el extranjero, fue su similitud con la forma de gobierno estadounidense, pues su “constitución es muy similar a la de los Estados Unidos, la constitución de muchos [de sus] estados está cercanamente parecida a la de los estados americanos” (The Alamogordo News, 18 de enero de 1900: 1).

      El intervencionismo fue sustancial para la política diplomática estadounidense durante la primera década del siglo xx, especialmente en Latinoamérica donde la intervención se justificó por el interés de garantizar el bienestar e inversiones de sus connacionales. El reconocimiento o desconocimiento de la legitimidad de las naciones fue una de las estrategias de presión diplomática que privilegió el Departamento de Estado para establecer condiciones favorables a los intereses de Estados Unidos.

      El cuerpo diplomático estadounidense evaluó que el principal reto hacia México era afrontar la distancia cultural entre el mundo anglosajón y el latinoamericano, por ello los representantes desplegados en Latinoamérica fueron encomendados para atender los desencuentros provocados por la actitud de algunos estadounidenses. Según algunos informes de cónsules, sus ciudadanos en el extranjero “olvidaban que ellos eran, en un sentido, invitados del país en el que residían, abusaban de los habitantes, injuriar instituciones, innecesariamente enfrentarse a oficiales gubernamentales, formular complots, presentar reclamos dudosos, y obligar a las legaciones (representaciones diplomáticas) a lanzar ultimátum” (Marshall Brown, 1912: 156).

      Eran tiempos de prueba para la diplomacia estadounidense. Cuidar el desarrollo de la política exterior fue fundamental para extirpar del continente la influencia europea y lograr que las naciones latinoamericanas siguieran la ruta trazada desde Washington. México fue uno de los casos de especial interés para la administración estadounidense, especialmente porque ahí se emprendieron ambiciosos proyectos comerciales que involucraron un importante número de capitales.

      A pesar de las pequeñas desavenencias, la diplomacia entre ambas naciones se condujo de manera cercana, resolviendo cualquier desencuentro comercial, fronterizo o territorial. La prensa estadounidense informó que su vecino del sur vivía una nueva era; algunos viajeros que regresaban a Estados Unidos declaraban que “en ninguna porción del mundo es la vida o propiedades más seguras que en la república tde México […] El testimonio universal de extranjeros es que México es bien gobernado como ninguna nación en el mundo” (The Alamogordo News, 18 de enero de 1900: 1).

      La diplomacia porfirista privilegió sus relaciones comerciales con Europa y especialmente con Estados Unidos mediante la resolución de las cuentas pendientes respecto a las pugnas territoriales heredadas por sus antecesores. Como resultado de las negociaciones se impulsó la llegada del ferrocarril, lo que a México al comercio exterior y facilitó el intercambio comercial. Esta innovación tecnológica “permitió que un comercio que alcanzaba un valor de nueve millones de pesos en 1870, ascendiera a 36 millones en 1890 y a 117 millones en 1910” (Zoraida Vázquez y Meyer, 1994: 111).

      Fue tan exitosa la política comercial exterior de Díaz que a fines de la primera década del siglo xx Estados Unidos “absorbía 76% de las exportaciones totales mexicanas, básicamente de metales” (Zoraida Vázquez y Meyer, 1994: 116). México avanzaba a la modernidad mediante vínculos con el mercado estadounidense, así como una sólida red de intereses y dependencias que duraría algunas décadas más.

      Uno de los periodistas que más publicaron sobre la situación mexicana fue John Kenneth Turner, reportero de The Mexican Herald, quien escribió una serie de artículos denominada México Bárbaro. Su lectura generó furor en Estados Unidos, y fue tan controversial que el Congreso de Estados Unidos intentó prohibir su publicación

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