Cuando todos diseñan. Ezio Manzini
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Sin embargo, tal vez lo que suceda vaya un poco más allá. Estas personas no solo pueden llegar a superar sus propias dificultades, sino que, con lo que hacen, pueden sentar las bases de una nueva civilización.
La innovación social
“En 2005 en Liuzhou, provincia de Guangxi (China), un grupo de sus habitantes se dieron cuenta de que no tenían acceso a alimentos saludables y seguros en los mercados habituales. Se fueron a las aldeas, a unas dos horas en coche de la ciudad, y vieron que los modelos tradicionales de agricultura sobrevivían aún en el campo, aunque con gran esfuerzo. Con la intención de ayudar a estos agricultores y desarrollar un canal para la distribución de alimentos orgánicos, fundaron una empresa social: una asociación de agricultores que se llama Ainonghui”. (1) Esta historia es una de las muchas recogidas por Fang Zhong para su tesis doctoral sobre servicios colaborativos en China que, por varias razones, me resulta particularmente reveladora: es un caso magnífico de innovación social en el que ciudadanos y agricultores imaginaron y pusieron en práctica una original manera de superar las dificultades y plantear nuevas alternativas (ejemplo 1.1).
Ejemplo 1.1
AINONGHUI, UN CASO DE AGRICULTURA SOSTENIDA POR LA COMUNIDAD, LIUZHOU (CHINA)
Ainonghui es una asociación de Liuzhou, en la provincia de Guangxi (China), que fue fundada por un grupo de agricultores y consumidores urbanos para producir y distribuir alimentos orgánicos. En la práctica se trata de una aplicación china de la idea de agricultura sostenida por la comunidad. “En la actualidad, además de la producción y la distribución de alimentos, la asociación Ainonghui gestiona cuatro restaurantes y una tienda comunitaria de comida orgánica. Con la venta de estos alimentos de origen local a la gente de la ciudad, difunden también lo que es la agricultura tradicional y orgánica y promueven un estilo de vida urbano sostenible. Gracias a Ainonghui y a los vínculos directos que ha creado entre la ciudad y los agricultores, los ingresos de estos últimos permiten sostener la agricultura de siempre y contribuyen a que puedan llevar una vida mejor y más respetable. Es más, varios agricultores han regresado al campo para unirse a la red de alimentos orgánicos”. (2) El interés de este ejemplo reside en la relación sin precedentes que se establece entre agricultores arraigados en su pueblo, que ponen en práctica sus conocimientos y su experiencia tradicional, y ciudadanos urbanos expuestos a las ideas que circulan en las redes globales y dotados de una particular capacidad para el diseño y para el emprendimiento. Al reconocer la naturaleza complementaria de sus motivaciones y capacidades, ambos grupos han sido capaces de cerrar la brecha cultural y superar mutuos prejuicios para generar una solución que, de lo contrario, no habría sido posible.
Pero, en mi opinión, este caso es también mucho más: es un ejemplo de que son posibles otra forma de producción y otro modelo económico. Su método, que parte de la idea de crear vínculos directos entre la producción (en este caso, la agricultura) y el consumo, implica la presencia de alguien conectado a escala local, pero abierto al flujo global de personas e ideas (que convierte esta iniciativa en un sistema distribuido de producción). (3) Este modelo opera en el marco de una nueva economía social que permite la coexistencia de diferentes economías y en el que “todos salen ganando”, (4) tanto la gente de la ciudad que dió el primer paso (y que ahora tiene la comida sana y con garantías que quería) como los agricultores involucrados en el proyecto.
Ainonghui es un excelente ejemplo del creciente número de iniciativas internacionales en el campo de los productos frescos, sanos y orgánicos y de sus vínculos con la agricultura, que van desde los mercados de los agricultores a las cooperativas de alimentos, a los alimentos de kilómetro cero y a la agricultura apoyada por la comunidad. Como ya hemos observado en relación a Ainonghui, lo que proponen todas estas experiencias no es solo una nueva forma de alimentación, sino otra manera de producir, otra relación entre la producción y el consumo, y, en definitiva, entre las ciudades y el campo que las rodea.
Cuando indagamos en busca de iniciativas parecidas, nos encontramos con una gran diversidad de casos interesantes: grupos de familias que deciden compartir algunos servicios para reducir los costes económicos y ambientales, pero también para crear nuevas formas de vecindad (como la covivienda y otras alternativas para compartir y ayudarse mututamente dentro de un bloque de viviendas o de un barrio); nuevas formas de interacción y trueque (desde simples iniciativas de intercambio hasta bancos de tiempo o la creación de una moneda local); servicios en los que los jóvenes y los ancianos se ayudan unos a otros y con los que promueven una nueva idea de bienestar (servicios sociales participativos); jardines vecinales creados y gestionados por los ciudadanos que mejoran la calidad de la ciudad y del tejido social (jardines de guerrilla, huertos comunitarios, tejados verdes); sistemas de movilidad alternativos a los coches particulares (coche compartido, redescubrir las posibilidades que ofrecen las bicicletas); nuevos modelos de producción con recursos y comunidades locales comprometidas (empresas sociales); o comercio justo y directo entre productores y consumidores (iniciativas de comercio justo).
La primera y más evidente característica de estas propuestas es que emergen de la recombinación creativa de los activos ya existentes (desde el capital social al patrimonio histórico, desde la artesanía tradicional a la tecnología avanzada y accesible) y cuyo objetivo consiste en alcanzar metas socialmente reconocidas pero de una manera completamente nueva. Este rasgo común también proporciona una primera definición de lo que es la innovación social y de por qué ha surgido.
Ideas que sirven para cumplir objetivos sociales (5)
“Definimos las innovaciones sociales como ideas (nuevos productos, servicios y modelos) que satisfacen las necesidades sociales y crean nuevas relaciones o formas de colaboración. En otras palabras, se trata de innovaciones que mejoran la capacidad de la sociedad para su funcionamiento”. (6) A partir de esta definición, damos por sentado que, en la actualidad y por diversas razones, se ha generalizado la práctica de la innovación social, que ha existido siempre, y ha asumido características sin precedentes: por un lado, las tecnologías de la información y la comunicación se han extendido del mismo modo que las prácticas sociales que las hacen posibles; por otro, un número creciente de personas en diferentes contextos, por diversas razones, han sentido la necesidad de reinventar sus vidas. Este es el quid de la cuestión: en muchos países occidentales (tradicionalmente ricos) la actual crisis económica ha forzado a un número creciente de personas a aprender a vivir, y si es posible, a vivir mejor, al tiempo que reducen su consumo y redefinen sus ideas sobre el bienestar (y el trabajo). De forma simultánea, la mayoría de la gente en las economías de rápido crecimiento se ve empujada a cambiar velozmente sus contextos socioeconómicos tradicionales por otros nuevos, a los que nos referiremos como contextos “modernos”: (7) todos ellos se sienten obligados a redefinir radicalmente la forma en que viven y sus ideas de bienestar.
En esta situación, millones de personas se ven forzadas por la pobreza, las guerras y los desastres ambientales a dejar sus aldeas y partir a las ciudades (aunque sería más correcto decir que tienen que dejar sus pueblos por suburbios, chabolas o favelas según cada zona) y a dejar su país de origen por otros (donde esperan encontrar una vida mejor y más segura). Todas estas dificultades representan desafíos para la sociedad en su conjunto y para las instituciones y organismos políticos, a cualquier escala, ya sea local o global. Cada una de ellas supone un inmenso problema social cuya solución no puede hallarse en los modelos económicos tradicionales