Cuando todos diseñan. Ezio Manzini
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En definitiva, a pesar de que no constituya el pensamiento dominante en varios países, sobre todo en aquellos donde la crisis actual tiene un mayor impacto, la innovación social provoca un creciente interés por los nuevos modelos sociales y económicos en que se basan sus resultados. En otras palabras, es “un claro reconocimiento de que las sociedades necesitan probar y difundir programas capaces de ofrecer alternativas por menos dinero para paliar lo peor de la recesión”. (15)
No tengo dudas de que la esperanza de “proporcionar resultados por menos dinero” ha sido el principal motor para que la innovación social forme parte de la agenda política de ciertos gobiernos, tanto para lo bueno como para lo malo. El aspecto positivo es que, política y socialmente, esa motivación toca temas sensibles y puede impulsar el interés público por todo aquello que es capaz de hacer la innovación social. Pero por otro lado, existe el riesgo de que esa innovación social se convierta en el rostro amable de un programa de recortes en los presupuestos sociales públicos (con la excusa de que la sociedad civil debe hacerse cargo de servicios que antes eran responsabilidad del estado de bienestar). (16) En mi opinión, esta es una visión negativa basada en una interpretación errónea de lo que supone la innovación social y de cómo funcionan las organizaciones participativas.
A mi juicio, en el intento de hacer frente a los problemas aparentemente insolubles que estamos considerando, este tipo de innovación podría conducir a una nueva generación de servicios sociales que se fundamentan en un pacto renovado entre los ciudadanos y el Estado. Desde esta perspectiva, el Estado, lejos de reducir al mínimo su presencia, se convierte en un socio activo e influyente junto con los ciudadanos y las empresas sociales. (17) Esta última idea nos lleva a entablar una discusión sobre esos asuntos irresolubles pero relativamente localizados con una perspectiva más amplia. En realidad, los problemas que dan impulso a la innovación social y que ésta contribuye a resolver, en mi opinión, son aún mayores que los que hemos señalado; suponen una crisis de las principales ideas acerca del bienestar, del trabajo y de un modelo de producción que no solo pide soluciones específicas sino que clama por una civilización, previsiblemente, más sabia.
Sistemas socio-técnicos e innovación
Antes de continuar, debemos llamar la atención sobre un aspecto teórico. Dado que no existen sociedades humanas sin tecnología, cualquier cambio que afecte a estas sociedades es, al mismo tiempo, un cambio social y técnico, por lo que referirse a la innovación social sin más es una simplificación. Para ser más precisos, deberíamos hablar en tales casos de una innovación en el sistema socio-técnico desencadenada por un cambio social. Con ello quiero decir que la introducción de una forma social que utiliza las tecnologías existentes, pero que las usa y las combina de otro modo, cambia de manera efectiva el sistema técnico.
Hasta ahora era lógico hablar de la innovación social en términos quizá simples porque nos ha servido para poner de relieve la existencia de una transformación impulsada por esa innovación cuando, durante todo un siglo, el único motor de cambio digno de consideración ha sido el factor técnico (o mejor dicho, el factor tecno-científico). Pero esa visión unilateral ha dejado de tener sentido: las pruebas que tenemos ante nosotros muestran que la innovación en el sistema socio-técnico no viene solo desde el lado tecnológico, sino que lo hace por un impulso social y cultural de gran envergadura. Sin embargo, una vez dicho esto (y una vez justificada, la simplificación que lleva a diferenciar la tecnología de la innovación social), debemos dibujar de inmediato una imagen más compleja: por razones que veremos más adelante, en un área creciente de la innovación es muy difícil, si no imposible, hacer tal separación.
El asunto es el siguiente: cuanto más penetran los sistemas técnicos en la sociedad (es decir, cuanto mayor alcance tengan y más difusa sea la interconexión entre la tecnología y la sociedad), más rápido y más intenso será su impacto en los sistemas sociales en los que operan. Además (y esto es lo que más nos interesa), cuanta más gente quede expuesta a estas tecnologías, mayor será la oportunidad y la capacidad de absorberlas y saber utilizarlas o modificarlas para propósitos que ni los técnicos que inventaron y desarrollaron esos sistemas habrían soñado jamás. Así ha ocurrido con las tecnologías de la información y de la comunicación que, al sufrir una rápida penetración en la sociedad, han sido “normalizadas” de inmediato y en pocos años han pasado a ser, para muchas personas, la plataforma organizativa de su propia vida. Además, mucha gente ha sido capaz de adaptarlas a sus necesidades o ha llegado a inventar usos nuevos e inesperados. Esto se ha hecho tan evidente que hay gran cantidad de productos que se ofrecen ahora al público en una versión todavía incompleta (una “versión beta”) con el fin de recoger las mejoras o las ampliaciones que sugieren los propios usuarios (que se convierten de esta manera en codiseñadores).
De ello se desprende que es cada vez más difícil mantener esa simplificación que nos llevó a distinguir entre innovación técnica y social. En un ámbito cada vez más gobernado por las innovaciones socio-técnicas, la discusión sobre cuál de los dos aspectos (el técnico o el social) dio el primer paso, tiende a parecerse al debate absurdo entre qué fue primero, si la gallina o el huevo.
Sistemas distribuidos y resilientes
Al mismo tiempo que la confluencia de la innovación social con la innovación tecnológica puede ofrecer nuevos modos de resolver problemas concretos, dicha convergencia puede transformar la infraestructura y los sistemas de producción y consumo.
En las últimas décadas, ha surgido, y en algunos casos se ha extendido, una nueva generación de sistemas socio-técnicos a los que en su conjunto podemos referirnos como sistemas distribuidos, que se encuentran divididos en partes separadas aunque conectadas, relativamente autónomas y mutuamente vinculadas dentro de redes más amplias. Chris Ryan, uno de los principales entendidos en esta materia, los define de la siguiente forma: “El modelo distribuido contempla las infraestructuras y los sistemas esenciales de abastecimiento (es decir, el agua, los alimentos y la energía, etc.) situados cerca de los recursos y de los sitios que los demandan. Los sistemas individuales pueden funcionar como unidades separadas y flexibles, pero también como si formaran parte de redes de intercambio incluso mayores (a nivel local, regional o global). En cambio, los servicios que hasta ahora prestaban los grandes sistemas centralizados lo hacían por medio de la capacidad colectiva de varios sistemas más pequeños. Cada uno está adaptado a las necesidades y oportunidades de un sitio concreto, pero con capacidad para transferir recursos a un área más amplia”. (18) Por lo tanto, al permitir este nuevo tipo de relación entre la pequeña y la gran escala, y, por ende, entre lo local y lo global, los sistemas distribuidos desafían la tendencia dominante que era habitual en los modelos de producción y en la infraestructura tecnológica que los caracterizaba. El reconocimiento del potencial de estos sistemas crece gracias a su eficacia tecnológica y al entusiasmo de un número creciente de personas, lo que los hace coherentes con la innovación social que estamos tratando aquí.
Los sistemas distribuidos se apoyan, sin duda, en la innovación tecnológica. Sin embargo, su naturaleza emerge de procesos más complejos e innovadores en los que el aspecto tecnológico no puede verse como algo separado de la dimensión social; mientras que los sistemas centralizados, al menos en principio, podían desarrollarse sin tener en cuenta el tejido social en el que se implantan, tal cosa es imposible cuando la solución tecnológica en cuestión es un sistema distribuido. De hecho, cuanto más disperso es un sistema en red más grande es su interconexión, más conectado está con la sociedad y más consideración merece el aspecto social de la innovación. En otras palabras, en relación a lo que estamos discutiendo, podemos afirmar que ningún sistema distribuido puede implantarse sin la innovación social: las soluciones distribuidas (como la producción a pequeña escala y el uso de recursos renovables, las redes alimentarias localizadas o las microfábricas) solo pueden funcionar si los grupos dedicados a ello deciden adoptarlas y comprometerse en su ejecución. (19)
Si prestamos la debida atención a la forma en que han aparecido y se han propagado estos