Cuando todos diseñan. Ezio Manzini

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Cuando todos diseñan - Ezio Manzini Theoria

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que pueden reformarse las actividades humanas. En el centro de este nuevo escenario se encuentra la (re) evaluación del trabajo como medio principal de expresión humana. Tanto quienes promueven estas organizaciones como quienes participan en ellas parecen moverse en esa dirección que reconsidera el trabajo y que ve a los seres humanos como individuos que llevan a cabo actividades significativas, que actúan para “conseguir que suceda algo”, con el fin de dar forma al contexto en que tiene lugar su vida y crear futuros viables. De este modo, se sitúan en radical oposición al sistema dominante que considera a la mayor parte de los seres humanos como meros consumidores, usuarios o espectadores de contenidos preparados por otros; pero también desafían la idea tradicional del trabajo, ya que atribuyen un valor mayor a la actividad manual y extienden la idea de lo que entendemos por actividad laboral a una gama de actividades más amplia. Estas incluyen tareas que normalmente no se consideran trabajos, como la atención y el cuidado de quien lo necesita, la gestión del barrio y la creación de la comunidad, tareas que en última instancia permiten hacer frente a los problemas cotidianos y que constituyen el tejido básico de la calidad de vida de cada día. Este marco lleva a la noción de “trabajo significativo”.

      En este proceso de reevaluación y redefinición de la noción de trabajo, reaparecen el valor y el poder de la colaboración. Es una condición necesaria para “conseguir que suceda algo” y para que la gente pueda desempeñar un papel activo en la construcción del futuro que ha elegido. La mayoría de las soluciones que generan estos innovadores se basan en la colaboración, en grupos de individuos que deciden conectarse con el fin de “conseguir que suceda algo”. Quienes participan renuncian libremente a parte de su individualidad para crear un sistema de vínculos con otras personas igualmente interesadas. Las formas de colaboración son muy diversas, así como las motivaciones para llevarlas a cabo. En estas iniciativas hay una mezcla de lo que supone descubrir la eficacia práctica de hacer algo juntos y del valor cultural que implica compartir ideas y proyectos. En contraste con lo que ocurría en las comunidades tradicionales, esta forma de colaboración no es obligatoria: es una “colaboración por decisión propia”, donde optan libremente por participar o quedarse fuera. Esta disposición intencionada se encuentra en la encrucijada de dos trayectorias: la que va del hiperindividualismo de los sociedades más industrializadas hasta el (re) descubrimiento del poder que supone hacer cosas juntos, y otra, más propia de las comunidades tradicionales en las sociedades menos industrializadas, que se orienta hacia formas más flexibles de colaboración intencionada.

      Relaciones y tiempo

      Las prometedoras iniciativas que aquí discutimos son organizaciones sociales cuya estructura no es más que un sistema de interacciones entre personas, lugares y productos que, en última instancia, caracterizan su funcionamiento. Los promotores y los participantes parecen particularmente sensibles a estas profundas y complejas relaciones humanas; en muchos casos, el interés en la calidad de esas relaciones tiende a orientar las opciones de su comportamiento. Pero este cambio de los productos a las interacciones no es algo nuevo; el actual sistema dominante de producción y consumo ya hizo algo parecido, si bien reduciendo las interacciones a experiencias superficiales (por ejemplo, al proponer que la vida fuera una especie de reality show televisivo y ofrecer entornos como los parques temáticos). Las organizaciones colaborativas, por el contrario, generan soluciones que, a pesar de su diversidad, están dotadas de relaciones vivas: podríamos llamarlas relaciones con un toque humano, que son lo que más valoran quienes participan en ellas.

      A su vez, la búsqueda de esas relaciones vivas necesita de nuevas valoraciones, interpretaciones y usos del tiempo necesario para construirlas. Con esto nos referimos al tiempo que se emplea en vincular múltiples actores, lugares y productos para crear con ellos diversas capas de significados. Los promotores y los participantes reconocen este vínculo y, a diferencia del acelerado tiempo moderno, ven en la lentitud una condición previa para producir calidades más profundas. El descubrimiento de “lo lento” no significa la simple sustitución del “tiempo rápido” que era dominante desde el siglo pasado por su opuesto. El tiempo de la complejidad es más bien una “ecología de los tiempos”, en la que coexisten diferentes tipos con características diversas y variados ritmos.

      Localidad y accesibilidad

      La pequeña escala y la interconexión que caracterizan a las organizaciones sociales les permiten arraigar en un lugar de manera más profunda. Al mismo tiempo, al estar tan interconectadas, quedan abiertas a flujos globales de ideas, informaciones, personas, bienes y dinero. Los promotores y participantes tienden a buscar este equilibrio entre lo local y lo abierto que conduce a una suerte de localismo cosmopolita, capaz de generar un nuevo sentido de lugar. Como tal, los sitios dejan de ser entidades aisladas para convertirse en nodos que forman parte de estructuras de corto y de largo alcance, y donde las redes de ámbito reducido generan y regeneran el tejido socio-económico local, mientras otras más amplias conectan a la comunidad con el resto de el mundo. En este marco, se lleva a cabo una gran variedad de nuevas actividades locales, abiertas y actuales como el redescubrimiento de los barrios, el resurgimiento de la comida y la artesanía local, el interés por la producción local con el fin de tener una experiencia más directa de sus orígenes, y una estrategia basada en la autosuficiencia que favorece la resiliencia de esas comunidades a las amenazas y los problemas externos.

      Veo todas estas ideas, las actividades que a ellas se refieren y las relaciones que generan, como una especie de hermosas islas de sabiduría socioeconómica y cultural en un mar caracterizado por formas insostenibles de ser y de hacer que, por desgracia, siguen siendo la tendencia dominante. La buena noticia es que crece el número de esas islas hasta formar un amplio archipiélago que podría verse como la tierra firme que emerge de un continente a punto de nacer: la expresión ya visible de una nueva civilización.

      ¿Es válida esta manera de interpretarlo? Por supuesto, es una pregunta que queda sin respuesta, pero en mi opinión esa imagen de un continente emergente no es solo una ilusión; al contrario, es una posibilidad concreta. O, para ser más preciso y pertinente con el espíritu de este libro, se trata de una hipótesis propia del diseño: algo que todavía no es una realidad, pero que podría llegar a serlo si se dieran los pasos oportunos. Está claro que esta metáfora, como tantas otras, tiene sus limitaciones: si las islas fueran reales, el continente estaría ahí, aunque fuera sumergido bajo el agua, con todas sus características, pero esto no pasa con nuestras islas metafóricas. Lo que surge es en su mayor parte virtual, pendiente aún de tomar forma. Como sea finalmente dependerá de nosotros, de lo que hagamos en un futuro próximo.

      “Un nuevo mundo es posible” era el reclamo del Foro Social que tuvo lugar en Porto Alegre en 2001. En aquella ocasión, la escritora india Arundhati Roy hizo una declaración que terminaría convertida en una referencia: “Otro mundo no es solamente posible, sino que está en camino. […], si presto atención, puedo oír cómo respira”. Pasados catorce años, no solo podemos confirmar que está en camino y se deja ver en los resultados tangibles de la innovación social que se multiplican por todas partes, sino que propone tanto la visión de una civilización futura como la tendencia con la que se mueve esa civilización con el fin de resolver los grandes y crecientes problemas a que nos enfrentamos en la actualidad.

      Por supuesto, esta nueva civilización no se construye, ni se construirá, sumando iniciativas individuales para la innovación social por numerosas que puedan ser. Son otros los movimientos que han de ponerse en marcha; es necesario hacer cambios a todos los niveles que movilicen los recursos existentes. Sin embargo, algunas señales nos dicen que, en este siglo, debido a las transformaciones que ya se han dado y teniendo en cuenta los retos que quedan por afrontar, la innovación social será el principal motor de cambio. Jugará el papel que, para bien o para mal, tuvo la innovación tecnológica (y el desarrollo industrial) hace un siglo.

      Nota final: Algunos lectores quizá perciban que, en este capítulo sobre la innovación social como motor del cambio hacia la sostenibilidad, no hemos tratado (a no ser de manera muy breve) de las poderosas fuerzas que luchan contra

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