#atrapadaenlared. Albeiro Echavarria
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Después de un rato, papá me pidió que me fuera a descansar y yo fingí que le obedecía, pero en ese momento recordé algo importante y salí para el cuarto de mi hermana. Prendí su computador y activé la aplicación Buscar iPhone, que yo mismo le había instalado porque mi hermana era muy despistada y siempre andaba perdiendo las cosas. Después de un par de minutos logré establecer que el celular se encontraba en un lugar específico del parque El Ingenio, al sur de la ciudad. Salté de la silla como un resorte y fui a comunicarles a mis padres el resultado de mis pesquisas. Más me demoré en decirlo que papá en coger las llaves del carro. Yo recogí el portátil de mi hermana y salimos juntos sin decirnos ni una palabra.
Nos demoramos una hora y pico buscando el celular en el lugar que señalaba la aplicación, la cual nos permitía buscar en un perímetro concreto aunque no tan preciso. Fui yo quien lo encontró al lado de un matorral, en un sector del parque alejado de los senderos que utiliza la gente para trotar. De inmediato supe, sin ser siquiera un aficionado en asuntos forenses, que allí había ocurrido algo grave. No había sangre ni nada de eso, pero las plantas estaban aporreadas, la grama aplastada y había varias colillas de cachos de marihuana. Supuse que algo muy terrible le habían hecho a mi hermana, pero no quise comentarle nada a papá porque mi imaginación tiene cierta tendencia a crear escenarios que después resultan ciertos, y eso asusta a las personas.
Por el lugar en el que encontré el celular supuse que mi hermana había logrado ocultarlo sin que sus atacantes se percataran de ello. Para mi papá fue el presagio de eventos terribles y se puso a llorar. Lo abracé y dejé que se desahogara. Para mis adentros pensé que encontrar el celular había sido bueno porque de esa manera, si estábamos de suerte, íbamos a poder reconstruir lo que había ocurrido con mi hermana.
Esa misma mañana, antes de formalizar la denuncia por desaparición, hice una copia de todas las comunicaciones de mi hermana y empecé a analizar la información que encontré en los chats de WhatsApp, en las fotos de Instagram y en los mensajes de Snapchat. Muy pronto empecé a armar el rompecabezas con solo seguirles la pista a las conversaciones que había sostenido con su befa, Houston, y con su amigo Tobías, quien era a todas luces el principal implicado en la desaparición.
Al descubrir todo aquello me tendí sobre la cama como si un rayo me hubiera desplomado. Me parecía increíble que mi hermana no se hubiese dado cuenta del peligro que estaba corriendo al citarse con un desconocido. Las palabras de ese muchacho le habían adormilado la conciencia. Yo estaba convencido de que ella no era ninguna tonta. Siempre había demostrado sagacidad e inteligencia. ¿Qué le había ocurrido para dejarse engañar de esa manera?
Es claro que a los jóvenes solo les interesa agrandar su círculo de amistades para que crezca su popularidad y no se preocupan por la procedencia de sus amigos. Mi hermana andaba en ese plan y por eso la amistad de Houston le cayó como anillo al dedo. Tobías era el supuesto amigo de la prima de una amiga. Ni siquiera el amigo directo de su amiga Andrea o de alguna otra de Las Comadres. Andrea lo había agregado a Loslocosdelsalón por petición de su prima. Vaya uno a saber cómo fue que la prima lo conoció. Pero Houston le había dado el “visto bueno” y, por lo visto, confiaba más en ella que en cualquier otra persona sobre esta Tierra.
Para consolarme, pensé que al menos había un rostro, una voz y muchas pistas en ese celular. Allí estaba Tobías y todo indicaba que era un muchacho real. Cuando papá regresó a la estación de policía, ya tenía un relato concreto y una denuncia de mucho peso. ¿Aprovecharía la Policía los datos que le estábamos entregando?
Lo que yo descubrí en menos de una hora, ellos se tardaron varios días en corroborarlo. En ese entonces la UIT estaba en pañales y los investigadores no tenían mucha experiencia. Y antes que ellos entregaran resultados concretos, apareció mi hermana.
Un cortero de caña la encontró de puro milagro en un cañaduzal en la vía que de Cali conduce a Candelaria. El hombre creyó que mi hermana estaba muerta, pero cuando sus compañeros se acercaron observaron que aún respiraba. Pidieron ayuda y la condujeron al hospital departamental. Los médicos determinaron que había sido violada, torturada y que, finalmente, producto de una terrible golpiza, había quedado en estado de coma.
A mis papás les quedó, al menos, la ilusión de que Inés se recuperara algún día y eso les dio fuerza para seguir adelante. Fueron días muy difíciles para todos. No me gusta pensar en eso porque me revuelve el estómago y se me hace un nudo en la garganta. Para mí, hubiera sido mejor encontrarla muerta que en ese estado… Si hubiera tenido los conocimientos que tengo hoy, seguro habría dado con los responsables de ese crimen, pero apenas era un aficionado a los videojuegos…
La Policía logró establecer que Tobías fue el anzuelo que le pusieron a mi hermana dos sujetos conocidos como Parkis y Rigo. Ellos utilizaron a Tobías para seducir a mi hermana. Al salir de casa para verse con él, cayó en las redes de los bandidos. Fue atacada en el parque El Ingenio y después conducida a un lugar de la ciudad donde fue sometida a toda clase de vejámenes sexuales. Al cabo de cinco días —tal vez porque la dieron por muerta— sus verdugos la abandonaron en el cañaduzal.
A los dos días de aparecer mi hermana, fue encontrado el cadáver de Tobías —que en realidad no se llamaba Tobías sino Joansen Aparicio— en un potrero cerca de Jamundí. Ese hecho, en vez de acelerar la investigación, la atascó. Lo único que se pudo establecer con total certeza, por los mensajes que recibió en su celular, fue el vínculo que tenía Joansen con Parkis y Rigo, pero estos eran nombres falsos y nunca se pudo dar con su paradero.
Hay algo de todo esto que no saben mis padres, Protón ni nadie. Dos años después de la tragedia, cuando ya estaba estudiando en la Univalle y hacía un trabajo de investigación sobre la red oscura, encontré por pura casualidad un video que circulaba en un chat. De inmediato, sin que la primera imagen lo mostrara, supe que allí había algo que me incumbía. Fue como una corazonada. En efecto, en el video aparecía mi hermana siendo violada y torturada por un par de encapuchados.
Fue entonces cuando comprendí que los hombres que destruyeron la vida de mi hermana tenían como objetivo principal vender esas imágenes en la red a los usuarios que las pedían desde cualquier lugar del mundo. Esas imágenes acabaron con la poca paz que me quedaba.
A pesar del tiempo transcurrido, todavía no he superado el impacto que me produjo ese video. Guardé silencio por respeto a mi hermana y por temor a que las imágenes recibieran más difusión de la que tenía en la red oscura. Pero empecé a trabajar de inmediato con la convicción de que algún día descubriría a los culpables.
Me pasé noches enteras tratando de descifrar la ruta del video, pero este ya llevaba mucho tiempo circulando y fue imposible rastrear el origen. Además, era una tarea que tenía que hacer yo solo, sin ayuda de nadie, y no tenía los conocimientos suficientes para semejante empresa. Lo que sí logré fue desaparecerlo, impedir que siguiera circulando. Sé que aún puede estar guardado en algún computador, pero yo estoy listo para atacar a quien se atreva a publicarlo.
Mi hermana ha permanecido todos estos años en recuperación. A los veinte días despertó del estado de coma, sin daños cerebrales aparentes, pero con un trauma sicológico que la ha dejado irreconocible. No regresó al colegio, casi siempre habla en monosílabos o articula frases cortas, se queda horas enteras mirando por la ventana, no llora ni ríe. Me da mucho dolor verla así, cuando era tan activa, tan conversadora, tan amiguera. Y no es que hablara mucho conmigo, pero su sola presencia le daba alegría a la casa. Mis padres se pasan la vida cuidándola y aunque se han envejecido más de la cuenta esto los mantiene vivos. No pierden la esperanza de que Inés vuelva un día a ser la misma de antes. Quién sabe. A lo mejor se quede así para siempre… Como ida de este mundo.
Cuando Protón escuchó