#atrapadaenlared. Albeiro Echavarria

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#atrapadaenlared - Albeiro Echavarria

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conmigo —dijo—. Te agradezco por contármelo. Y te admiro por hacer las cosas como las haces. Yo, en tu caso, no sé cómo hubiera reaccionado.

      —No deseo venganza, como debería —dije—, pero no pierdo la esperanza de encontrar alguna pista que me lleve hasta las autores de ese crimen, aunque este trabajo no haya dado fruto hasta el momento.

      —Te entiendo —respondió—, yo también me siento impotente frente al sistema. Pero creo que tenemos un buen campo de acción y, con lo que me dices, ya somos dos los que estamos tras esa escoria humana.

      —Al menos los dos somos pacientes —agregué—. En este trabajo hay que actuar con la paciencia del pescador que lanza el anzuelo en aguas poco tranquilas. Se requiere una buena carnada y mucha suerte para dar con una buena presa.

      —¡En eso eres un experto! —dijo sonriendo—. Que lo diga Euclides Torres. O nuestro amigo Richard…

      Protón apuró el jugo de mora que se estaba tomando y yo terminé mi tercer tinto del día. Después salimos a la calle. Hacía mucho calor y parecía que las palmas afuera del edificio estuvieran bailando salsa al ritmo de la suave brisa de la tarde. Respiré profundo y quise creer que me despojaba de todas mis angustias. En ese momento me dieron ganas de estar en otro lugar, en la cima de una montaña tal vez, donde no tuviera que preocuparme por las atrocidades del mundo.

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      Arriba, en la oficina, nos esperaba mucho trabajo. Richard había entrado en acción esa misma mañana en Bogotá. Richard era el personaje ficticio que yo había creado y que estaba siendo interpretado por Tadeo35, un agente de la UIT que fue compañero mío en la universidad. Llevábamos bastante tiempo trabajando en llave y eran muchas las investigaciones que habíamos compartido desde nuestras respectivas ciudades. Él se hacía pasar por Richard de acuerdo con el libreto que yo le había diseñado y tenía la misión de evitar que los usuarios sospecharan que se trataba de una operación policial.

      Según lo que Tadeo35 informó aquella tarde, ya se habían hecho tres ofrecimientos por los hijos de Euclides. La subasta iba para largo porque lo que necesitábamos era tiempo, mucho tiempo para identificar a los verdaderos implicados en la muerte de Beto. Era como esperar en un parque a que se prendiera una luz en el apartamento X de una torre gigantesca. Si esa luz se prendía con cierta periodicidad y en el momento indicado, podríamos deducir que el inquilino estaba en contacto con Richard. Pero en la red oscura era muy difícil llegar al parque, encontrar el edificio y, mucho más, observar la luz.

      Nuestro hombre en la Europol era Alain2. Con él tengo una buena amistad y hemos trabajado en grandes investigaciones, rastreando descargas y conexiones a través de las redes P2P, usadas por pedófilos para el intercambio de archivos en la red oscura. Cuando esa tarde me comuniqué con Alain2, pensé que él estaría muy concentrado en la Operación Terciopelo y que me tendría noticias al respecto. Todas las acciones referentes a la búsqueda de los involucrados en la muerte de Beto habían sido coordinadas entre la UIT, la Europol, la Interpol y la Guardia Civil española. Pero Alain2, hablando un español muy fluido, me sorprendió preguntándome sobre otra cosa.

      —Oye, Nemo, ¿has visto por ahí algo que tenga que ver con un delfín morado?

      De inmediato me incorporé.

      —¡La conmoción planetaria! —recordé con tono burlesco—. Siempre estamos conectados, justamente estaba pensando en eso. Pues sí, resulta que hace unos días descubrí un correo en que dos peches —así llamamos en clave a los pedófilos— hablaban de que delfín morado iba a causar una conmoción planetaria. Estaba por preguntarte lo mismo.

      —¿Me puedes reenviar ese correo?

      —¿Tienes algo? —pregunté—. Si el mundo se va a acabar quiero ser el primero en saberlo.

      —No sé de qué se trata, pero ha ocurrido algo aquí en Francia, específicamente en Marsella. Una niña de quince años, Annette, fue encontrada muerta en el baño de su casa. Tenía tatuado un delfín morado en la palma de su mano izquierda. La investigación indica que recibió alguna instrucción por la red, pero hasta el momento ha sido imposible obtener algo concreto. ¡Envíame, por favor, ese correo!

      —Lo estoy buscando, pero no lo encuentro. Dame unos minutos —respondí, mientras revisaba mis archivos de asuntos clasificados.

      Soy muy cuidadoso con el material de trabajo. Normalmente hago tres backup cuando se trata de material sensible. El riesgo es muy grande. Yo mismo, siendo investigador, puedo ser blanco de ataques por parte de crackers o de agentes anónimos de la red oscura. Aunque mi equipo cuenta con un software muy avanzado, ellos siempre son muy sagaces y a veces es difícil mantenerse a la vanguardia. ¿Cómo iba a desaparecer un simple archivo, una copia de un chat, que no habría ocupado ni media página de Word, así, como por arte de magia? Era de no creérselo. Le pedí tiempo a Alain2 mientras investigaba qué había ocurrido.

      Es difícil reconocer que se es vulnerable. Y aunque uno lo sabe —no hay equipos totalmente seguros—, es peor si se es experto en seguridad informática y ese ataque ha sido exitoso para el adversario. Porque así como un soldado tiene que enfrentar en la guerra a un enemigo que puede acabar con su vida, nosotros, Protón y yo, tenemos que vérnoslas día a día con enemigos despiadados que darían lo que fuera por vernos por fuera del sistema. El ataque a mi computador había sido exitoso y habían borrado todo lo referente al mensaje y a la ruta. Pero igual: no hay daño que no se pueda reparar.

      Me quedé hasta muy tarde en la oficina recuperando lo que me habían robado. Lo logré a eso las dos de la mañana. No me contenté con obtener de nuevo la conversación, sino que descubrí otra charla en la que el tema del delfín morado volvía a salir. Era algo sobre “el chico de Turín” y, por lo que deduje, se trataba de un niño al que iban a someter a una especie de prueba. Todos los mensajes estaban cifrados y me fue imposible avanzar. Concluí que el asunto del delfín morado era algo muy organizado y que debía avanzar a ciegas durante un buen trecho si quería obtener un resultado positivo.

      Justo antes de apagar el computador me llegó un correo enmascarado, cuyo contenido estaba desplegado en su totalidad en el asunto. Era una amenaza:

      image The dolphin will take you to the depths

      Laura

      CIERTO DÍA NO FUI AL COLEGIO porque me dolía todo el cuerpo. Mamá me puso el termómetro y tenía 39 grados. Debí estar al borde del delirio pues la vi desfigurada: tan alta como un dinosaurio y tan voluminosa como esas gordas de Botero que visitamos una vez en Medellín. Me sentía tan mal que durante una hora ni siquiera tuve alientos de mirar el celular. Claro que al rato, cuando la fiebre ya estaba en 38, arrastré un cojín, lo puse sobre la almohada y ¡las que se conectan con el mundo!

      No hay nada tan emocionante como prender el celular: es como abrir una ventana y encontrarse con que una multitud lo está esperando a uno para contarle sus cosas: “¿En que anda mi befa? ¿Daniel se ha dignado responderme? ¿Qué se comenta por los lados de Los Melomerengues? ¿Y mis adoradas Rechiqui? ¡Condesa se ha manifestado otra vez!”.

      A pesar del dolor de cabeza y el escalofrío, leí todo lo que Condesa había escrito y le respondí. Ella, ¡tan linda!, me levantó el ánimo y me aclaró las dudas con respecto a nuestro último contacto, en el cual me hablaba de un juego de delfines azules, que en verdad eran morados, porque en internet uno ve las cosas del color que le plazca, como cuando

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