#atrapadaenlared. Albeiro Echavarria

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#atrapadaenlared - Albeiro Echavarria

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Yo, que andaba tan achicopalada, me reanimé un poco con solo escucharla y salí de mi lamentable estado. El juego se llamaba Delfín Morado y era de carácter privado. Es decir, que no era para todo el mundo. Como dijo Conde, había una lista reducida de invitados. Y habría premios o tal vez dinero, que se pagarían en bitcoines, para quien llegara sano y salvo a la meta después de cumplir con los veintiún retos de la prueba.

      Eso de los retos siempre fue la pasión de Condesa. ¡Sí que se divertía con el No Arms Challenge! Yo me consideraba bastante tímida y hasta miedosa para esas cosas. Condesa me mostró los tiquetes que acababa de ganar por otro juego en el que participó y en el que obtuvo el segundo puesto: ¡un crucero por las islas griegas! Bueno, el caso es que ella me convenció de que participara en Delfín Morado. Además, la primera prueba me pareció tan tonta que me dije a mí misma: “Laura, ya es hora de salir al mundo y vivir emocionantes aventuras. Pronto saldrás del colegio y empezarás tu vida de adulta. Has vivido una juventud tan aburrida que si algún día tienes hijos no tendrás nada qué contarles”. Me imaginé con mi propia cuenta en bitcoines comprando en la red todo lo que se me antojara: ropa, maquillaje y… ¡Una casa en Hollywood! Condesa dijo que si ella se ganaba el reto se compraría un Mustang GT, que era el carro que le gustaba.

      La cosa funcionaba de la siguiente manera: todas las pruebas tenían que ser grabadas, pero no había que subirlas a las redes sociales ni nada de eso, sino enviarlas a un correo donde las clasificaba un jurado. Eso me acabó de convencer porque yo no quería aparecer por ahí haciendo alguna bobada que se volviera viral y por la que mis amigas me matonearan. A medida que superabas las pruebas, los jurados de Delfín Morado te enviarían un correo de confirmación, donde te aceptaban para el siguiente reto. Si no llegaba nada era porque no habías superado la prueba y chao: si te vi no me acuerdo. Lo mejor era que todo sería secreto: solo al final se diría el nombre de los dos ganadores y ni en ese momento los videos saldrían a la luz pública. Condesa dijo que los organizadores de Delfín Morado eran los mismos de La Vaquita Hablantinosa, el juego en el que ella se ganó el viaje a las islas griegas.

      Solo se podía participar por invitación de un concursante activo. Como Condesa ya estaba inscrita e iba por la segunda prueba, ella me aceptó y los del juego me enviaron por la tarde un correo de confirmación con mi primer reto, que decía así:

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      1. Maquíllate al estilo drag queen utilizando los cosméticos de tu madre.

      Me pareció divertido porque a mí siempre me ha gustado el maquillaje. No tan exagerado y elaborado como el que usan las drag queens, que conocí un día en la Feria de Cali cuando paseaba por el Bulevar del Río y me quedé embelesada mirándolas como si fueran personajes que hubieran acabado de llegar del País de las Maravillas. Pero sí me gustaba maquillarme de forma moderada. Lo difícil para mí iba a ser utilizar el maquillaje de mamá porque ella siempre era muy celosa con sus cosas. Una vez se había puesto furiosa porque me puse una camisa suya sin pedirle permiso. Y en cuanto al maquillaje, dice que eso es como el cepillo de dientes: es de uso privado y no debe prestársele a nadie. Pero bueno, yo me las podría ingeniar para cumplir el reto en un momento en que ella no estuviera en la casa.

      El video no podía superar los diez minutos y no debía ser editado, así que tenía que grabarse en una sola secuencia. El viernes siguiente, como llegué temprano del colegio y mamá no estaba, preparé todo y me dispuse a grabar el video. En una situación normal hubiera hecho el trabajo en una hora, por eso siempre llegaba una o dos horas tarde a las fiestas. Así que no podía esperar gran cosa con el tiempo del que disponía: iba a quedar más como un payaso que como una drag queen y sería eliminada de inmediato. ¡Si al menos hubiera podido ponerlo en cámara rápida!

      Aun así saqué el estuche del armario, instalé la cámara en un buen ángulo, me senté junto al tocador y me maquillé a la velocidad de la luz. Para qué, pero me divertí haciéndolo. Como era de esperarse, ¡quedé horrorosa! Mi gata Dulcinea, apenas me vio, salió despavorida emitiendo extraños maullidos como si le hubieran pisado la cola o hubiese visto un fantasma. ¡La muy traicionera!

      Me gustaría haber puesto el video en mi grupo de Las Rechiqui, pero Condesa me advirtió que ni siquiera a ella podía mostrárselo. Solo lo podía enviar a ese correo que me habían dado los de Delfín Morado y, apenas lo hiciera, debía borrarlo de mi dispositivo. Pero yo lo pasé al computador y después lo borré del celular. Quería tener una copia para compartirlo en mi grupo después de que el juego terminara. Del computador, lo pasé a una memoria externa donde le abrí la carpeta #DelfinMorado.

      Y después…, a esperar. Según me dijo Condesa, la respuesta no tardaría. A ella ya le habían respondido y le habían mandado el siguiente reto, que no me reveló porque estaba prohibido. Cada participante tenía un reto diferente y debía mantenerlo en secreto.

      Pasaron dos días y no hubo respuesta. Me mordía los labios para no contarles a mis amigas cuál era el motivo de mi visible ansiedad. Si no pasaba la prueba, no se iba a caer el mundo. Pero si la pasaba… A veces me asaltaban las dudas: ¿Hasta cuándo iba a seguir con el juego? Si todo iba a ser tan fácil… O si, a lo mejor, llegaba hasta el reto veintiuno. Solo el tiempo lo diría.

      Al día siguiente salté de la cama cuando vi un correo cuyo remitente era Delfín Morado. No decía si el primer reto lo había hecho bien o no. Simplemente aparecía:

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      2. Súbete a la cama con un vaso lleno de leche en la mano y vestida en piyama. Salta sobre el colchón hasta que no quede ni una gota.

      Me dio mucha risa. Cuando era una niña, saltar sobre la cama era uno de mis deportes favoritos. Claro que sin el vaso de leche. ¡Qué reto tan bobo! Bueno, lo primero que tenía que pensar era la excusa que iba a darle a mamá por el desastre con la ropa de cama y con mi piyama. Viéndolo bien, el reto tenía su gracia, aunque su grado de dificultad era igual a cero. Decidí que lo haría esa misma tarde cuando llegara del colegio. Pero esa promesa no la cumplí del todo porque cuando llegué del colegio me conecté a WhatsApp y estuve actualizándome de todo lo que había ocurrido en el mundo, y eso me llevó un par de horas.

      Con la que más me demoré hablando fue con Naty Bebita, la más tierna de Las Rechiqui. En ocho días iba a celebrar sus quince años y la fiesta iba a ser por todo lo alto: en el Salón Rojo de Ciudad Jardín. Desde hacía un año estaba organizándola y a todas nos tenía mareadas con los detalles del magno evento. Y no se cansaba de preguntar si iba a ir. Y yo repetía lo mismo como una lora:

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      Era un hecho que iba a ir a la fiesta. El problema era que mamá no me había conseguido el vestido. ¡No me iba a aparecer allá con cualquier hilacha! Y mucho menos si en la fiesta iba a estar Daniel. ¡Las cosas que pueden ocurrir en una fiesta de quince! Una tiene que ir preparada, y sobre todo, inolvidablemente hermosa…

      A las siete de la noche me pasé al grupo The Family Tree y les pregunté a mis papás si iban a ir a la casa esa noche porque yo tenía mucha hambre. Mamá dijo que me preparara un sándwich porque su reunión iba para largo. Papá ni siquiera me contestó. Creo que estaba en un congreso de odontólogos. Salí del cuarto con Dulcinea, fui a la cocina y preparé el sándwich, le di concentrado a la gata y serví un vaso de leche. Fui otra vez al cuarto, me puse la piyama y probé varios ángulos para grabar mi reto. Cuando estuve satisfecha, me subí a la cama con el vaso en la mano. No pude evitar que sin haber dado el primer salto se derramara un poquito sobre el edredón. Salté lo más alto que pude. Casi toda la leche cayó en mi cara y el pelo,

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