¡Viva la libertad!. Alexandre Jollien
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Matthieu: El abogado del diablo te dirá: «Sí, es un momento mágico, pero ¿qué conseguirá cambiar? Eso no durará.». No cabe duda, pero uno puede también esforzarse por comprender por qué ha sentido esa paz durante esos momentos privilegiados. ¿Por qué no intentar prestar mayor atención a las características de ese estado, como tú dices, y cultivarlas?
Christophe: La dificultad que afecta a nuestros pacientes es que no se hallan verdaderamente presentes en esos momentos de belleza, de amistad, de consuelo: beber una taza de té ofrecida por un amigo que nos quiere, etc. Siguen aún inmersos, a veces con empecinamiento, en su tristeza, en su sufrimiento, en su angustia, y su objetivo se reduce a una sola obsesión: dar con la solución duradera, con la respuesta definitiva. De los buenos momentos, dirán: «Ha sido agradable, pero no ha resuelto nada, no me ha impedido volver a mi angustia». Y lo que tenemos que decirles, hacia lo que debemos guiarles a que comprendan por ellos mismos, es esto: «Mientras consideres los buenos momentos como un remedio a los malos momentos, la cosa no va a funcionar. Lo importante es que te entregues plenamente a la amistad, a la admiración, a la naturaleza, a esos instantes, sin asignarles una finalidad prestablecida. Si los sometes a tu angustia, si continúas estableciendo una jerarquía y considerando que la ansiedad, el miedo, la tristeza, el sentimiento de soledad son intrínsecamente más importantes, más verdaderos que esos momentos de felicidad, de tranquilidad, la cosa seguirá sin funcionar. Concede a los momentos de serenidad tanta realidad como a tus inquietudes, da vueltas en tu cabeza en torno a los buenos momentos como lo haces con los malos, ¡trátalos en pie de igualdad y dejarás de cojear!».
Alexandre: Sí, deberíamos prestar más oídos a la interioridad y atrevernos decididamente a desconectarnos de todo lo que nos inclina de forma permanente a la hiperactividad. Sin pretender dárselas de carca, ¿cómo no darse uno cuenta de que hoy en día la vida interior, la introspección, están como parasitadas por los mil reclamos que nos acosan: Facebook, Twitter, correo electrónico, noticias…? En medio de este tumulto incesante, ¿cómo tomar en consideración un retorno a lo más hondo? ¿Quién nos impide concedernos minirretiros que sean otras tantas etapas para abandonar el modo de piloto automático y mudarnos a un hogar más profundo? Hiperestimulados como estamos, ¿sabríamos convivir con el tedio, con nuestros fantasmas, con la aridez de esas horas que, en apariencia, no conllevan fruto alguno? Incluso mientras meditamos, queremos vivir experiencias excepcionales, sensaciones fuertes. ¿Cómo no instrumentalizar la vía, el camino? Zambullirse en lo más hondo es ya desprogramarse, creer que ninguna circunstancia prohíbe la alegría verdadera. El pesimismo del ego responde a una mentira, a una superchería.
Mil veces al día hay que perseverar en la ascesis, disipar las nubes adventicias que nos impiden acceder a nuestra naturaleza búdica. Abandonar una lógica del consumo, conectar con aquello que es más grande que yo, con el medio ambiente si es el caso, ¡he ahí el desafío! Según parece, en nuestros días hay niños que no han visto nunca una vaca de verdad, y que piensan que un pez se parece a un objeto cuadrado y empanado… Pero cuidado con hacernos los moralistas, cuando más bien se trata de desprenderse de las adicciones afectivas, de prestar oídos sordos a las sirenas de las apariencias.
¿ENGANCHADOS A LA ANSIEDAD?
Alexandre: Hay una cuestión que me atormenta: ¿es posible que en el corazón del ser humano haya un mecanismo de autodestrucción? ¿A qué se debe que, con plena conciencia de causa, sigamos adelante con insistencia por una carretera que nos conduce directamente contra una pared? ¿Por qué, en determinados momentos de nuestra vida, nos obcecamos en comportamientos que nos arrastran al abismo? ¿Qué fuerzas imperiosas nos convierten en adictos a las causas de nuestro sufrimiento? Todo esto nos devuelve una vez más de lleno al tema de la acrasía y de la adicción…
Christophe: ¿Enganchados a la ansiedad? No me gusta demasiado acusar a las personas que sufren de «complacencia» con respecto a sus síntomas. Pero en efecto, puede haber en cada uno de nosotros una dependencia, ciertamente involuntaria, a sus sufrimientos. En ocasiones, cuando intentas aliviar a alguien que está muy angustiado, tienes la impresión como si estuviera apegado a ese sentimiento. Incluso en determinados momentos, en una especie de pulso argumentativo, intenta convencerte de que tiene buenos motivos para estar angustiado, y entonces tú, con la misma tonta obstinación, tratas de convencerlo a él de que no hay por qué estarlo. Se llega a un callejón sin salida: convicción contra convicción.
Alexandre: ¿Será que preferimos un hábito nocivo, incluso doloroso, antes que abrirnos a lo desconocido, o acoger de buena gana el vacío?
Christophe: Exactamente. Es por eso por lo que, aun siendo terapeuta, pienso que en toda sanación, en determinado momento, se da un acto de fe: uno se suelta de sus certidumbres negativas para arrojarse al vacío, para agarrar el trapecio que le tiende su maestro espiritual, el terapeuta, o un amigo que quiere su bien. Uno está colgado sobre la sima, tambaleándose sin poder parar, incapaz de controlarse, y allá abajo hay alguien que grita: «¡Suéltate! ¡Arrójate y atrapa esta solución que te lanzo!». Es normal que uno tenga miedo de precipitarse al vacío y que se sienta tentado a permanecer aferrado al trapecio de sus sufrimientos: ¡al menos es un objeto tangible, y por el momento lo tenemos bien agarrado en nuestras manos!
Matthieu: Podríamos definir el samsara, es decir, el océano de la existencia condicionada por la ignorancia y el sufrimiento, como una adicción a las causas del sufrimiento.
Alexandre: ¿Cuáles son los mecanismos de una adicción así? ¿De dónde proviene esta?
Matthieu: De la distorsión de la realidad, característica del extravío: nos precipitamos hacia las causas del sufrimiento y damos la espalda a las de la felicidad. Un texto budista nos dice también que en ocasiones llegamos a tratar la felicidad como si fuera nuestro peor enemigo. No se trata por tanto de complacencia con respecto a los síntomas del sufrimiento, sino de una falta de discernimiento.
Alexandre: Pero a veces, para gran desgracia nuestra, parece decididamente como si se diera en nosotros un empeño en embaucarnos a nosotros mismos, en dejarnos engañar por el señuelo, en perseverar en lo ilusorio y en la ignorancia.
Matthieu: Ciertamente, una de las características de la confusión mental es la de obstinarse en reproducir las causas de nuestros sufrimientos. Uno de mis maestros, que imparte sus enseñanzas en Dordoña, afirmaba: «Lo que la gente llama felicidad, nosotros lo llamamos sufrimiento». Esta afirmación drástica hace referencia a nuestro empeño en alcanzar metas que no son susceptibles de aportarnos un verdadero bienestar: el afán de posesiones, de reputación, de poder, de placeres superficiales, así como nuestro temor a lo que no sea agradable, a perder lo ganado, al fracaso, al anonimato, a las críticas, etc.
Alexandre: