¡Viva la libertad!. Alexandre Jollien

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¡Viva la libertad! - Alexandre Jollien

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restaurar la salud. La salud es un gran intermediario en el suministro de libertad: cuando estamos enfermos, ya se trate de una gripe, de una migraña, y no digamos en el caso de enfermedades graves, dolorosas o incapacitantes, nuestra libertad de movimientos se ve restringida, por descontado. Pero también se ve amenazada la libertad interior, que podría salvarnos. De entrada por el sufrimiento, que hace que nos repleguemos sobre nosotros mismos y nos cerremos al mundo; y luego por el miedo (de no curarnos, de morir), que absorbe el resto de energías necesarias para continuar con nuestra la vida. Nuestro esfuerzo no debe, por tanto, orientarse en exclusiva al restablecimiento de la salud, sino también al de la libertad, exterior o interior, amenazada por la enfermedad. ¿Cómo seguir siendo libres para obrar, para tener esperanza, para disfrutar? Sin duda, los profesionales de la sanidad deberíamos prestar más atención a hablar con nuestros pacientes de cómo pueden preservar en sí mismos esos espacios de libertad.

      En cuanto psiquiatra y psicoterapeuta, con gran frecuencia he percibido que ciertas patologías pueden considerarse en sí mismas como una pérdida de libertad evidente: las fobias limitan nuestra libertad de movimiento, las depresiones ahogan nuestra libertad de decisión y de acción, las adicciones nos esclavizan… Pero, naturalmente, todas estas pérdidas de libertad exterior emanan de una pérdida de libertad interior: nuestros sufrimientos y nuestros miedos son prisiones interiores de las que nos es enormemente difícil salir.

      Sin embargo, la enfermedad no es la única causa de restricción de nuestra libertad. La vida cotidiana nos tiende también numerosas trampas: la trampa de los hábitos y de los rituales (pensamos, actuamos y vivimos siempre de la misma manera), la trampa de las preocupaciones y de las ocupaciones cotidianas (dedicamos lo esencial de nuestra energía mental y física a tareas necesarias, pero triviales, mientras descuidamos aquello que da sentido a nuestra vida). Este último tipo de pérdida de libertad es muy importante, a mi modo de ver: los estudios llevados a cabo sobre el contenido del pensamiento muestran que la mayor parte de nuestra vida interior la constituyen pensamientos «triviales» en torno a nuestras actividades personales —pagar el alquiler, sacar la basura— y profesionales —contestar correos electrónicos, preparar una reunión—. Reservar tiempo para orientar nuestra vida interior hacia otra cosa —contemplar la naturaleza, reflexionar sobre nuestros ideales, meditar sobre la gratitud o la compasión, disfrutar de sentirse vivo— depende de una decisión personal, no tan complicada en apariencia, pero que raramente ponemos en práctica, a la hora de la verdad. Esta libertad, la de elegir seguir siendo un ser humano, y no transformarme en un trabajador-consumidor, constituye una libertad interior que debo hacer que viva en mí.

      Trabajando sobre esta cuestión de la vida interior, he descubierto hasta qué punto nuestro modo de vida contemporáneo nos «externaliza», nos exilia de nosotros mismos, y restringe nuestra libertad.

      Esta necesidad es universal. Sería un error creer que nuestro discurso solo va dirigido a los ricos, a aquellos que disfrutan de una gran comodidad material y de influencia política, cuyo deseo fuera el de mimar su pequeña libertad interior a modo de mullido cascarón, mientras que quienes exteriormente están oprimidos por motivos económicos o físicos no podrían sacar provecho de él. A mí me parece que este modo de razonar es sesgado y empobrecedor, y que la libertad interior incumbe a todo el mundo.

      NO PARTIR AL HOMBRE EN DOS

      Matthieu: Lo diré una vez más: nuestras reflexiones sobre la libertad interior en modo alguno minimizan la importancia de la libertad exterior. Hay muchísimos seres humanos prisioneros todavía hoy de un régimen totalitario, o que no son libres, por el motivo que sea, de sus movimientos, de sus palabras o de sus actos. Otros, demasiado numerosos, son prisioneros de la pobreza y de un acceso limitado a la sanidad y a la educación. Debemos emplear todos nuestros medios para acudir en su auxilio. Pero no por ello hay que descuidar la búsqueda de la libertad interior, que es el objeto de nuestras charlas. No se trata de decirle al galeote: «Continúa remando mientras cultivas tu libertad interior, ¡y todo irá bien!». Oponer libertad exterior a libertad interior tiene tan poco sentido como oponer la salud física a la salud mental, que se completan y se influyen mutuamente. De modo que es perfectamente posible esforzarse por alcanzar el punto óptimo de ambas. Es más, muchos de nosotros suman un proceso de liberación interior a un compromiso por la libertad de los demás, en especial en el ámbito de las asociaciones humanitarias.

      Hay individuos que gozan de condiciones exteriores favorables y que, en su interior, se sienten prisioneros de su condición mental. También a la inversa, he visto buen número de eremitas que irradiaban una gran libertad interior y que, aquí, serían considerados personas sin techo… Asimismo, he conocido tibetanos que habían sufrido años de reclusión en campos de trabajos forzados o en prisiones chinas, y que decían haber sobrevivido gracias a la libertad interior que habían cultivado. Ani Palchen, una princesa tibetana que se hizo monja, y gran resistente, permaneció encarcelada en un calabozo del ejército chino durante seis meses en completa oscuridad: ¡se servía del canto de los pájaros para distinguir el día de la noche! Algo similar cabe decir del médico del Dalai Lama, Tenzin Choedrak, que encontró en una forma de libertad interior la fuerza para soportar el encierro y la tortura. Ambos aseguran que fue el hecho de no sucumbir al odio hacia sus carceleros lo que les salvó la vida. No se trata de promulgar la resignación o el sacrificio, sino de subrayar la importancia y la necesidad del camino interior. La libertad interior no es, pues, algo privativo de los ricos, ni privilegio de aquellos que están bien y a quienes todo sonríe, sino que incumbe a cada uno de los seres humanos, así en la alegría como en el dolor.

      Christophe: ¡Es tan increíble lo que logran esas personas! Cuando te escucho, Matthieu, me digo a mí mismo que no les llego ni a la suela del zapato. Incluso me pregunto cómo hacer para que tales ejemplos sean motivantes, ¡y no más bien desmoralizadores! Creo que algo que puede ayudarnos es no dejar de cultivar en nosotros la capacidad de admiración por los demás: intentar ver siempre aquello que las demás personas, tanto si son corrientes como excepcionales, tienen para enseñarnos, y pensar que aunque no lleguemos a recorrer más que un pequeño trecho de un camino como el suyo, ¡eso será ya apasionante y liberador!

      Por mi parte, lo que me enseñan los relatos de estos seres humanos fuera de lo común es que preservar una pequeña porción de libertad interior («no dejes que la desesperación, el odio y el miedo tomen las riendas de tu espíritu, pues entonces caerías bajo su dictadura») puede permitirnos resistir a los embates de angustia que van ligados a la impotencia y a la pérdida de la libertad exterior. Puede parecer irrisorio buscar qué parte de nuestro territorio interior puede constituir un islote de resistencia, pero es vital. Y en todo caso, es lo que absolutamente siempre cuentan todos los supervivientes de estas grandes adversidades. Tenemos que escuchar la lección y comenzar el entrenamiento hoy mismo, ¡de inmediato! ¿Cuáles son las pequeñas miserias que me afligen en este momento? ¿Una enfermedad, un conflicto con personas allegadas, problemas de dinero? Y luego, preguntarme qué espacio de libertad hago el esfuerzo de cultivar en mí a pesar de todas estas cosas: qué lugar reservo para la felicidad a pesar de todo (tengo preocupaciones, pero estoy con vida), qué lugar para la esperanza (por fuerza tendrá que llegar una solución, ya sea de mí o de mi entorno). Seamos lo suficientemente sensatos como para iniciar este trabajo interior sin esperar a que la vida nos ponga a prueba encerrándonos en la oscuridad de un gran infortunio.

      Alexandre: No tardemos más en eliminar la caricatura del sabio que contempla desde lejos cómo se desencadenan las pasiones humanas. No existe nuestra libertad interior por un lado y por el otro la injusticia, las desigualdades, un océano de sufrimientos. Todo está vinculado, todo es interdependiente. Tenemos que remangarnos todos, con decisión. Somos seres sociales hasta la médula, vivimos en comunidad, construyendo nuestra felicidad los unos con los otros.

      La emancipación de todos y cada uno de nosotros, ¡esta es nuestra gran tarea! En 1789, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano determinaba que la libertad consistía en poder hacer todo aquello que no perjudicara

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