Triatlón con salud. Arturo Guede Seara

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Triatlón con salud - Arturo Guede Seara Deportes

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una imagen que hacía alusión a un Ironman, una prueba desconocida por mí hasta ese momento. Soy un extremista para todo y desde ese instante ya tuve claro que por lo menos lo intentaría. Y a medida que me informaba más sobre la carrera y las historias de superación que en ella ocurrían simplemente me fascinó. Había encontrado el reto que necesitaba en el momento idóneo; pero mucho quedaba por remar.

      No es la distancia adecuada para mi edad y tampoco para una persona que lleva tan poco tiempo en esto, pero me planteé siete meses de preparación con un medio Ironman, y así fue. Mil momentos buenos y malos, gente que empezó el camino a mi lado y no lo terminó, otros que aparecieron por casualidad en los baches difíciles y que invitaban a abandonar esta locura. Madrugones, entrenamientos de muchas horas en solitario, incompatibilidad con el trabajo y los estudios, vida social nula en ocasiones, fines de semana dedicados al deporte… En resumen, muchos sacrificios para algo que es única y exclusivamente por satisfacción personal y afán de superación. Muchas veces me he preguntado: «¿Realmente te merece la pena todo lo que estás dejando de lado?». Ya tengo la respuesta a esa pregunta que me rondaba por la cabeza en los traspiés que surgieron. De hecho, ya la tenía entonces, porque no hubiera sido capaz de lograrlo en caso contrario. La respuesta, sin dudarlo, era SÍ, ya no por el momento en el que cruzas la meta, sino porque echas la vista atrás y recuerdas todo lo bueno. Lo malo… ya te hizo fuerte en su momento.

       Día de la prueba

      Después de haber pasado prácticamente el día previo fuera del apartamento para dejar todo a punto en los boxes, nadar un poco en el lago y ver a unos amigos de Víctor (mi compañero de batalla), lo dejamos todo preparado, y después de cenar, a las diez de la noche, ya estaba entre las sábanas. Era necesario descansar porque lo que nos esperaba sería muy exigente.

      A las cinco en punto de la mañana suena el despertador, aunque desde las tres tenía los ojos abiertos como platos. Después de una cena contundente, decido desayunar una barrita e ir al agua solo con eso. El taxi está en la puerta a las cinco y cuarto, y nos lleva hasta la carrera. Una vez allí, todavía a oscuras, la sensación es muy peculiar, todos ultimando detalles, muertos de nervios. Pocos son los que hablan. Una atmósfera de calma tensa nos envuelve. Ya nos dirigimos a la salida sin neopreno por notificación de la carrera y ahí es donde realmente te das cuenta de que «¡Esto empieza ya!». Me despido de mi hermano y ya me veo rodeado de cerca de 3.000 personas que seguramente habrán vivido muchas situaciones similares para estar ahí en ese momento. Cierro los ojos un instante y mil imágenes pasan por mi cabeza. Definiría la natación como supervivencia (patadas, codazos, agarrones…). Los primeros metros transcurren así, pero a medida que se hacen grupos se vuelve algo más llevadero. Para mi sorpresa, disfruto de la natación aunque en el último kilómetro sufro bastante, ya que la prohibición del neopreno hace que desgaste en exceso las piernas.

      Llegamos a la transición para coger todo lo necesario para la bici, y empiezan los interminables 180 km. Había entrenado mucho los últimos meses y me veía fuerte para afrontarlos. En los 90 primeros kilómetros me encuentro bien, sobre todo en los puertos, donde consigo adelantar a bastante gente; pero en la segunda vuelta de 90 km tengo un pajarón de 20-30 km en el que me digo: «Así no termino». Ver a alguna gente en las cunetas, retirada o descansando, no ayuda. Me había pasado factura el subidón del principio sin darme cuenta; pero, bajando el ritmo, comiendo e hidratándome bien, remonto la situación. Por cierto, el paisaje con los Alpes de fondo es impresionante.

      Por fin terminamos la bici y veo a mi hermano con una cara de felicidad inmensa al advertir que llego (eso no tiene precio). También escucho a alguien decir «¡Venga! Solo queda la maratón»… «¿Perdona? Je, je; pero ¡bueno, a por ello!». Cubro bien las ampollas para que no me arruinen la carrera y me dispongo a empezar mi mejor disciplina. Los primeros kilómetros, al igual que en la bici, me encuentro muy bien y tiro fuerte, pero pronto abro los ojos y me digo: «Calor, humedad, viento… paciencia, a ver si te va a pegar algo y no terminas». Pasan muchas cosas en la maratón, muchos altibajos e incluso me permito seguir a una pro unos minutos. Van pasando los kilómetros, y cuando peor lo estoy pasando, otro participante me dice: “¡Vamos, sígueme!”, se pone delante y empieza a tirar. Al final lo encontré y nos dimos un abrazo, como si nos conociéramos de toda la vida; esas cosas te quedan grabadas en la retina. A falta de 10 km, empieza la lluvia y la tormenta, justo ahí es donde veo a Víctor por primera vez en toda la carrera, y dos palabras suyas hacen que suba el ritmo y acabe con fuerza. Durante el último kilómetro no quería que terminase, mil momentos y personas me pasaban por la cabeza, pero llegan los últimos metros, veo la meta y no puedo contener las lágrimas; me siento en una nube. Muchas veces me había imaginado ese momento, pero ninguno se acercaba a lo que viví. No tengo palabras para definirlo… ¡Soy finisher!

      Acabado el relato, por el título de este apartado y la experiencia vivida, quiero añadir que no es una buena vía de escape apuntarse a una prueba de este tipo para evadirse de una situación personal difícil, un trabajo en el que no te sientes realizado o una vida sin rumbo. Lo único que se va a conseguir es agravar la situación y, en el mejor de los casos, ocultarla. Si tu intención no es ser un atleta profesional, aprende a compaginar las facetas laboral, deportiva y personal de forma eficiente encontrando un equilibrio armónico entre las tres. Así, el camino hasta el gran día, ya de por sí complicado, será más fácil y los extremismos podrán controlarse mejor.

      Durante esos siete meses, marcados por la preparación prácticamente en solitario (mis horarios no me permitían entrenar con mis compañeros), el camino hacia la meta en Zúrich fue tortuoso y sanador a la par. A continuación tocaba descansar varias semanas para ver las cosas con perspectiva. Después de esta experiencia, en una de las primeras salidas en bici con los amigos, empezamos a hablar de qué bonito sería preparar un Ironman todos juntos (ahora sí podría). Al cabo de poco tiempo, y tras irnos motivando unos a otros, estábamos inscritos al que dicen que es el más difícil del mundo.

      Me imagino que también habrán influido las circunstancias, pero el 17 de mayo de 2014 lo recordaré el resto de mi vida. Crucé la meta con lágrimas en los ojos de la mano de mi padre. En un lateral, dos de mis mejores amigas y mi madre gritaban como locas de la emoción (solo faltaba mi hermano). Y, para poner la guinda al pastel, los seis locos que decidimos unos meses antes apuntarnos juntos habíamos conseguido terminar. Así se prepara y se disfruta esta prueba.

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