Estrella Fugitiva. Barbara Cartland

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Estrella Fugitiva - Barbara Cartland La Coleccion Eterna de Barbara Cartland

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significado, admitió Grace, sólo para quien tuviera la clave del acertijo, el plano del laberinto.

      Cuando subió a su cuarto y se preguntó qué podría hacer para salvarse de un matrimonio que ahora le aterrorizaba, comprendió que la única solución posible era huir.

      ¿Cómo podía lastimar a su padre diciéndole la verdad? Y si la callaba, ¿cómo podría explicar su negativa a contraer matrimonio?

      Sabía muy bien que sus protestas serían ignoradas y se atribuirían a los nervios y a una virginal modestia.

      Se vería camino al altar con un hombre a quien ella no interesaba como persona, sino sólo como escudo para poder hacer el amor con su madrastra.

      Y como sabía lo que ambos intentaban hacer esa noche, Grace no había soportado quedarse un instante más en el Castillo.

      Aunque dormía un piso arriba de su madrastra y en una parte diferente del edificio, no hubiera podido conciliar el sueño, imaginando escuchar los pasos de ella al dirigirse a la habitación de su amante.

      «¡Debo escapar! ¡Debo escapar!» se había dicho.

      La dificultad era: ¿A dónde podía ir?

      Ninguno de sus parientes la protegería; todos se mostrarían escandalizados de que pretendiera dejar plantado en el último momento, a alguien tan importante como el Duque.

      Sus amigas se mostrarían igualmente renuentes a ayudarla. Pensó cómo se enfadarían las diez jóvenes que su madrastra había escogido para damas de la ceremonia entre las familias más importantes del país.

      Grace se estremeció.

      A esas alturas, todas habían comprado y pagado sus costosos vestidos. Ya se habían ordenado los ramos de flores que llevarían, y los broches que se les iban a obsequiar, con las iniciales del Duque entrelazadas bajo una corona, se encontraban listos en el Castillo.

      Después de la ceremonia, los arrendatarios de las tierras del Duque se reunirían en un amplio cobertizo y ya se habían colocado allí los grandes barriles de cerveza y las mesas ante las cuales se sentarían durante la fiesta de bodas.

      ¿Cómo podía cancelarse todo eso?

      ¡Pero ella sabía que tendría que hacerse!

      La única forma de estar segura de que el matrimonio no se realizaría era desaparecer.

      Si no había novia, toda la maquinaria que se había puesto a funcionar para la ceremonia del matrimonio tendría que detenerse.

      Durante toda la cena, la misma pregunta le daba vueltas en la cabeza:

      «¿Adónde puedo ir? ¿Adónde puedo ir?»

      Otra parte de su mente había advertido la curva sonriente de los labios de su madrastra, el desagradable brillo de los ojos del Duque y la animada conversación de su padre, que hablaba de asuntos de política.

      —¿Champaña, milady?

      El tono impaciente del mayordomo le hizo comprender que ya le había hecho antes la misma pregunta.

      Entonces, de pronto, recordó… ¡Millet!

      Había sido su madrastra quien despidió al viejo Millet, porque no le simpatizaba y aseguraba que ya no hacía su trabajo correctamente.

      Millet había sido siempre parte de la familia y era inconcebible que fuera despedido después de casi treinta años de servir en el Castillo.

      Pero su madrastra prefería sirvientes que le ofrecieran su lealtad a ella y no al Conde. Había existido, además, otra razón: los sirvientes sabían demasiado, hablaban, pero los que ella contratara, en cambio, no se escandalizarían de nada ni la delatarían.

      Al recordar a Millet, Grace creyó encontrar una tabla de salvación. Después de sus padres, Millet era la persona que ella amaba más en el mundo.

      Una de las primeras palabras que había pronunciado en su vida era: “¡Mitty!”, mientras extendía los bracitos hacia él, en sus primeros intentos por caminar.

      Siempre que podía escapar de su niñera, se la podía encontrar en la despensa, sentada en las rodillas de Mitty, contemplando los objetos de plata que él sacaba de la caja fuerte especialmente para que ella los viera, y la mimaba dándole uvas de los grandes racimos que llegaban de los invernaderos.

      «Mitty me ocultará», se había dicho Grace.

      El hecho de pensar en él, despejó un poco la oscuridad que la había envuelto como un sudario desde que se dio cuenta de que tenía que salir del Castillo.

      Sabía adonde se había dirigido Mitty el día que, lloroso, se había marchado, vestido con ropa ordinaria, la que le hacía parecer un pobre anciano, y no el mayordomo con aspecto de obispo que con tanta dignidad recibía a los invitados en el vestíbulo o servía en el comedor.

      —¿Qué harás? ¿Adónde irás, mi querido Mitty?— le había preguntado entonces Grace.

      Le resultaba difícil creer que alguien a quien consideraba casi como parte de su familia pudiera ser eliminado de su vida con tanta facilidad.

      —Encontraré otro puesto— había contestado Millet—, por el momento, me refugiaré con mi hermana.

      —¿Con la señora Hansell, en Baron´s Hall?

      Millet se concretó a asentir con la cabeza, porque el nudo que tenía en la garganta le impedía hablar.

      —Pero, cuando te vayas de ahí, ¿me prometes que me darás tu nueva dirección?

      —Se lo prometo, milady.

      —¿Y me prometes también que te cuidarás?

      —Estaré pensando en usted, milady. Siempre estaré pensando en usted.

      —Y yo estaré pensando en ti, mi queridísimo Mitty— había contestado Grace.

      Al decir eso, le había echado los brazos al cuello y lo había besado como cuando era niña.

      No le importaba lo que nadie pensara o dijera. Mitty era parte de su vida y ocupaba un lugar en su corazón que jamás había tenido su madrastra.

      —¿Cómo pudiste dejar que mi madrastra despidiera a Millet? ¡A Millet, papá!— le había preguntado Grace a su padre en cuanto supo lo que estaba sucediendo.

      —Sabes que yo jamás interfiero en las cosas de la casa, Grace

      —le había contestado su padre con frialdad.

      —¡Pero Millet ha estado aquí toda mi vida, y llegó como lacayo aun antes que te casaras con mamá!

      —Tu madrastra dice que está ya demasiado viejo para poder hacer bien su trabajo.

      —¡Eso no es verdad!— dijo Grace furiosa—. Todos admiran el brillo de la plata en el comedor, y sabes tan bien como yo que todos en el condado prefieren tener un lacayo que haya salido de aquí, enseñado por Millet, que de cualquier

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