Estrella Fugitiva. Barbara Cartland
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Eso no era muy peculiar de ella, pues Grace casi nunca perdía los estribos, y mientras vivió su madre nunca había tenido razón para hacerlo.
Al verse sola en su cuarto, lloró como no lo había hecho desdel funeral de su madre, pues sabía que cuando Millet se hubiera marchado estaría más sola que nunca.
«¿Por qué no pensé en él inmediatamente?», se había preguntado después, y en aquel momento todo le pareció más sencillo.
De algún modo, Millet resolvería el problema, como le había resuelto sus problemas a través de toda su vida.
I a puerta de la despensa se abrió y Millet volvió.
¡ Llevaba sobre un brazo el enorme bulto que formaban los vestidos de Grace, envueltos en una colcha de seda. Con la otra mano sujetaba una gran bolsa de lona, que las doncellas del Castillo usaban para poner las toallas de manos, cuando ya estaban sucias, antes de llevarlas a lavar.
Todo aquello pesaba bastante, pero César era un caballo fuerte y brioso, que Grace había entrenado desde que era un potrillo, y habría resistido diez veces ese peso sin afectar su paso o resistencia.
Millet colocó los vestidos sobre la banca con dos asientos situada detrás de la despensa y puso la bolsa de lona en el piso, junto a ellas.
Entonces se dirigió hacia Grace y ella comprendió, al ver la expresión de su rostro, que no iba a ser fácil convencerlo de que la ayudara.
—He traído estas cosas, milady —dijo él con voz gentil—, porque usted me pidió que lo hiciera, Pero apenas haya descansado un poco, las pondré de nuevo en la silla y la enviaré de regreso a su casa.
—No tengo intenciones de volver, Mitty— dijo Grace—, y hay… razones… razones que no puedo… decirte, pero que te juro que son muy reales, por las que no puedo casarme con el Duque.
Millet la miró fijamente;
La había conocido toda su vida y ahora vio algo que no había notado antes: una expresión en su carita que le reveló que había sufrido una fuerte impresión.
Se preguntó qué podía haber sucedido.
Sin importar lo que hubiera sido, se dio cuenta de que la niñita que él amaba más que nada en el mundo, estaba profundamente alterada, aunque trataba de ocultarlo.
«¡Es cosa de su madrastra!» pensó para sí mismo, con gran percepción y en voz alta dijo:
—Si quiere escapar, milady, puede refugiarse en casa de su abuela. Ella siempre la ha querido mucho.
—¿Y qué crees que diga ella, Mitty, excepto que debo casar-me con el Duque?
Grace aspiró una fuerte bocanada de aire y, extendiendo las manos hacia él, lo hizo sentarse de nuevo junto a ella.
—Escucha, Mitty— dijo, aferrándose a él—, sabes que confío en ti y tú debes confiar en mí. Te juro que no hay ningún otro lugar al que yo pueda ir y nadie que me pueda ayudar, como no seas tú. Todos los demás me harían volver al Castillo para casarme con el Duque.
Los ojos de Millet estaban clavados en Grace, mientras ella continuaba diciendo:
—Pero yo sé que tú me creerás cuando te diga que prefiero morir a casarme con él. Sería erróneo y perverso de mi parte hacerlo, y sé que si mamá viviera te diría lo mismo.
Grace esperó un poco y después preguntó:
—¿Crees lo que te digo, Mitty?
—Le creo, milady, pero, ¿qué otra alternativa hay?
—¡Quiero que me escondas aquí! ¡Escóndeme en Hall, donde nadie me buscará, hasta que haya pasado todo el escándalo que provocará mi desaparición y el Duque haya aceptado que no pienso casarme con él!
—¡Pero no puedo hacer eso, milady!
—¿Por qué no?— preguntó Grace, todavía aferrada a sus manos.
—Porque Su Señoría ha vuelto a casa. ¡Él está aquí!
—¿Lord Damien?
—Sí, milady. ¡Llegó hace tres días!
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