Un corazón rebelde. Kira Sinclair
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Un corazón rebelde - Kira Sinclair страница 2
Había sido condenado por asesinato. Había matado a otro miembro de la jet-set. Daba igual que ese bastardo mereciera la muerte, porque solo una persona más conocía esa verdad, y él haría lo que fuera para conseguir que eso siguiera siendo así. Incluso declararse culpable y cumplir condena.
–Quedarte aquí de pie no te lo va a poner más fácil.
En eso tenía razón, así que respiró hondo y apuró el vaso. Sí que había echado de menos un buen licor como aquel. Se obligó a sonreír con la esperanza de que su madre no se diera cuenta de lo falso del gesto, y se encontraba ya cerca de la escalera cuando su voz dulce lo detuvo.
–Anderson.
Ella era la única persona que lo llamaba por su nombre de pila. Se detuvo y se volvió a mirarla.
–Estoy orgullosa de ti, hijo.
Pues no podía comprender cómo era posible, pero lo había educado bien y no era el momento de empezar a discutir con ella.
–Tienes todo el tiempo del mundo para decidir qué quieres hacer. Sé que tu padre te ha ofrecido un puesto dentro de la empresa, y a los dos nos encantaría que aceptaras, pero ni él ni yo esperamos que tomes esa decisión ahora mismo. Tómate tu tiempo. Disfruta de la libertad.
Stone asintió. No tenía valor para decirle que no le interesaba unirse a Anderson Steel. La empresa se llamaba así por el abuelo de su madre. En una época en la que pocas eran las mujeres que podían ocupar puestos de responsabilidad en los negocios, sus padres habían ocupado los cargos de gerente y vicepresidente desde mucho antes de que él naciera.
Siempre le había maravillado su capacidad para trabajar juntos todo el día y seguir tan enamorados. Él era lo más importante para ellos, pero nunca había sentido esa profunda conexión. De hecho, nunca había deseado entrar en la empresa, aunque diez años antes no se le habría ocurrido pensar que deseaba tomar otro camino. Sin embargo, en aquel momento… perder diez años de libertad te hacía replantearte hasta la decisión más simple de tu vida.
Ya no le interesaba cumplir con lo que se esperaba de él, en particular en lo referido a participar en Anderson Steel, pero el problema era que aún no tenía otro camino. Aún.
Ya cruzaría ese puente más tarde. Los problemas, de uno en uno.
No había puesto el pie en el último peldaño de la escalera cuando la música suave que se deslizaba por el salón de baile cesó, y todas las miradas de la sala aterrizaron en él.
No tenía ni idea de lo que estarían viendo o pensando y, francamente, no le importó. Bueno, no exactamente. Había una persona que sí le importaba, aunque no debería.
Había sentido su presencia nada más entrar ella en el salón, pero iba a hacer cuanto pudiera por ignorarla, al igual que iba a ignorar miradas y susurros.
Piper Blackburn permanecía en la zona menos iluminada del salón y, a pesar de la copa de Merlot que se había tomado, seguía sintiendo la garganta seca y áspera.
No podía apartar la mirada de él, como tampoco podía controlar el temblor de las manos. Mejor dejar a un lado la copa, no se le fuera a caer. Lo último que quería era llamar su atención. O mejor dicho: no quería llamarla aún. Tenía que estar más tranquila antes de enfrentarse a él. Antes de dar rienda suelta a la frustración acumulada durante diez años, al dolor, a la culpa.
Cerró los ojos y respiró hondo varias veces, empleando las técnicas de relajación que enseñaba a sus pacientes. Cuando se sintió un poco más centrada, los abrió de nuevo, e inmediatamente perdió lo conseguido, pues Stone seguía en su línea de visión, alto, fuerte y guapo como el mismo demonio. Estaba parado, como desafiando a quienes lo escrutaban.
Parecía distinto, pero no podía esperar otra cosa. Diez años en la cárcel cambiarían a cualquiera, ¿no? Lo veía más grande. No más alto, porque con veinte años ya medía más de metro ochenta, pero sí más musculado, con más volumen. Más duro, no solo en cuerpo, sino en actitud. El muchacho que ella conocía se movía con gracia, y esa gracia seguía presente, pero era como si su exterior de seda cubriese un interior de puro acero.
Un brote de risa histérica siguió a su propio chiste. Interior de acero para el hijo de los magnates del acero. Tenía que controlarse si quería que el discurso en el que había estado trabajando saliera como tenía planeado. Lo contrario la cabrearía sobremanera.
Aquella noche era la vuelta de Stone a la sociedad y la libertad, pero al mismo tiempo era también el cierre de una etapa, la última pieza que ella necesitaba para dejar atrás el pasado de una vez por todas.
Los murmullos se recuperaron poco a poco. La gente comenzó de nuevo a moverse. Alguien se abrió paso entre los asistentes para propinarle una palmada en la espalda a Stone y darle la bienvenida. Durante casi una hora, Piper permaneció en la parte más alejada, viéndole saludar a personas que conocía de toda la vida con una expresión vacía. No sonrió, ni rio. Se mostró solo educado y confiado, remoto e inalterable.
Era distinto, y la culpa era suya.
Sin embargo, no por ello iba a dejar de hacerle las preguntas para las que llevaba diez años esperando una respuesta.
Aguardó a que llegase su momento y, cuando lo vio acercarse a su madre para decirle unas palabras al oído y encaminarse después a la escalera, supo que era ahora o nunca.
Respiró hondo y echó a andar pegada a la pared, evitando la escalera principal que Stone había utilizado en favor de otra más pequeña, reservada al personal de servicio. Aquella casa le era tan familiar como si fuera suya. Puede que incluso más. La conocía de cabo a rabo. La había explorado con el hombre que intentaba escapar de la fiesta organizada en su honor.
Escapar de ella. Pero ya se había cansado de que la ignorase.
La pesada puerta de madera que cerraba el paso al final de la escalera daba a un tranquilo corredor, y llegó justo a tiempo de ver cómo se cerraba la puerta de la biblioteca que había al otro extremo. Tendría que haberse imaginado que iría allí, al lugar en el que tantas horas habían pasado juntos. La estancia llena de felicidad y buenos recuerdos.
De niños, se sentaban sobre la alfombra ante la enorme chimenea y reían leyéndose historias de las más rocambolescas aventuras. De adolescentes, acomodados en los sofás, hacían los deberes y fantaseaban con el futuro. La vida era entonces tan increíble, estaba tan llena de posibilidades… Hasta que, de pronto, dejó de estarlo.
Ni siquiera aquel doloroso recuerdo logró evitar que abriera la puerta y entrase. Las palabras que durante tanto tiempo había practicado se arremolinaron en su cabeza mientras cerraba y apoyaba la espalda en la puerta.
Una luz cálida que provenía de varios apliques de pared bañaba la estancia en dorado. Stone estaba de pie ante el ventanal curvo, de espaldas a ella, y sin darse la vuelta, dijo:
–Me preguntaba hasta cuándo ibas a esperar.
El timbre de su voz acabó de desatar el nerviosismo que amenazaba con apoderarse de ella, y sintió una corriente eléctrica recorrerle la piel. Era así de simple y así de complicado. La reacción que experimentaba ante aquel hombre llevaba años siendo un embrollo de emociones en conflicto.