Un corazón rebelde. Kira Sinclair

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Un corazón rebelde - Kira Sinclair Deseo

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el pasado es lo que hago para ganarme la vida como psicóloga –se explicó con la sonrisa más triste del mundo–. ¿No lo sabías?

      Sabía perfectamente a qué se había dedicado aquellos años. Su padre le había puesto al corriente de todo aquel que le importaba.

      –Aunque te diera la razón, que no te la doy, ¿qué hay de las cartas que te escribí y que tú me devolviste? ¿Eh?

      Stone intentó no fijarse en que, al cruzar Piper los brazos, los senos se le habían subido bajo el vestido. O en cómo el tejido brillante le dibujaba la cadera que había ladeado exasperada. La erección que pugnaba detrás de los pantalones era bastante inconveniente.

      Si fuera un hombre más débil, intentaría convencerse de que aquella reacción física tenía más que ver con el tiempo que llevaba sin disfrutar de las suaves curvas del cuerpo de una mujer. Pero sería una mentira, y procuraba no mentir nunca, sobre todo a sí mismo. Su reacción solo tenía que ver con la mujer que tenía delante porque era algo contra lo que llevaba luchando desde los dieciséis para no poner en peligro la amistad que tanto significaba para él. Y después… después, no la había merecido. Seguía sin merecerla.

      Intentó encontrar algún centímetro más en aquellos condenados pantalones de esmoquin, pero por mucho que se moviera, aquella prenda parecía estarle estrangulando.

      –¡Stone!

      Sí, las cartas.

      –No quería leerlas, así que te las devolví.

      De no haberse encontrado sometido a aquella tortura, habría encontrado un modo más sutil de responder, pero ser franco podía ser la mejor solución a largo plazo.

      Desde el minuto en que puso el pie en casa de sus padres, supo que, en algún momento, tendría que enfrentarse a Piper. Obviamente, tenía preguntas, mucha ira y nunca había rehusado enfrentarse a un desafío, pero llevaba días temiendo aquel encuentro.

      Quizás aquellas palabras fuesen el empujón que los sacaría a ambos de la tristeza, que pondría punto final a aquella tortura porque, pasara lo que pasase, no podía tener a Piper en su vida.

      Si ella no veía a un monstruo al mirarle, él sí. Y no solo por lo que le había hecho a Blaine, sino por todo lo que había hecho desde entonces. Y lo que no. Su vida se había congelado diez años atrás mientras que la de Piper había florecido. Había alcanzado el éxito. Había luchado contra los efectos secundarios de lo que había tenido que pasar, y estaba muy orgulloso de ella por haberlo logrado, pero no quería ser un recordatorio constante para ella, y no tenía ni idea de cómo impedirlo. ¿Cómo podía estar en la misma habitación que él y no volver mentalmente a aquella noche?

      Ya había pasado bastante, y no podía ser la fuente de más dolor para ella, de modo que herirla en aquel momento era el mejor modo de evitar que hubiera más tristeza.

      Sus palabras la atravesaron de lado a lado, aunque no era más de lo que se esperaba. ¿Qué otra explicación podía haber? Obviamente la culpaba de que su vida se hubiera convertido en un infierno. Nunca habría estado en la cárcel de no ser por ella.

      Movió la cabeza e intentó respirar hondo. Perder la compostura en aquel momento no serviría de nada y lo miró en silencio durante varios segundos.

      Ya no estaba segura de qué esperaba conseguir forzándolo a mantener a aquella conversación. Bueno, no. Quería verlo con sus propios ojos. Necesitaba verlo. Saber que la necesidad que sentían los dos seguía estando allí. Y para maldición de ambos, lo estaba.

      Se había mentido a sí misma, diciéndose que solo quería poner punto final y no dar alas a la fantasía de que la mirara, la tomase en brazos y la besara como si no hubiera un mañana.

      Por desgracia, estaba claro que la fantasía era solo de ella. Él nunca le había dado señal alguna de que quisiera otra cosa que no fuera amistad así que, en resumen, punto final es lo que iba a llevarse. No había nada que revivir, ni siquiera esa amistad.

      Se obligó a hablar a pesar del nudo que tenía en la garganta.

      –Oírte decir eso duele, pero lo entiendo y no te molestaré más.

      Con una sonrisa enferma, echó a andar dejándolo atrás, ansiosa por llegar a la puerta antes de que las emociones la desbordaran y las lágrimas la avergonzasen. Lo último que quería era que Stone la viera vulnerable.

      Aquella puerta era todo lo que podía ver. Era el modo de escapar. Por eso no estaba preparada para sentir que una mano caliente y dura se posaba en su brazo.

      –Piper…

      –¿Qué quieres de mí, Stone? –le preguntó sin mirarlo.

      El corazón le latía con tanta fuerza que, en el silencio que se extendió entre los dos, seguro que él podía oírlo. Stone no se movió. No la sujetó, pero estaba muy cerca.

      Cuando ya no pudo aguantarlo más lo miró, y lo que encontró en sus ojos la dejó paralizada por dentro. La ira, la desesperación y la esperanza llenaban su mirada. Ojalá pudiera tocarle la cara para calmarlo, para asegurarle que todo iba a ir bien.

      Pero no le correspondía a ella.

      –No quiero nada de ti, Piper.

      –Entonces, deja que me vaya.

      Le vio apretar los puños y pensó que iba a hacer lo que ella le había pedido, pero inesperadamente se iluminó la pantalla de su reloj de pulsera. La tensión desapareció al dejar de mirarse, aunque una ansiedad de otro tipo le contrajo el pecho al leer las palabras que habían aparecido en su pequeña pantalla.

      Me gustaría hablar con usted sobre la muerte de su hermano. Llámeme para que podamos concertar una cita y que pueda darme su versión de la historia.

      Un sudor frío le bañó el cuerpo. Lo último que quería era hablar con algún periodista sobre Blaine. Había conseguido asimilar lo ocurrido, pero no por ello estaba dispuesta a contárselo al mundo.

      Diez años atrás, su nombre apenas había sido un pie de foto en la historia, dado que la muerte de Blaine había ocurrido en su fiesta de graduación. Nadie la había relacionado con lo sucedido. Se había especulado con mujeres, drogas, negocios que habían salido mal… pero nadie había considerado que ella podía ser el centro de la controversia que rodeó aquel escándalo, lo cual había obrado en su favor.

      Los buitres habían vuelto a la carga, buscando algún pedazo de información con que poder transformar la puesta en libertad de Stone en una noticia de alcance nacional.

      –¿Pero qué narices…? –se enfureció él, y tiró de su mano para poder leer mejor lo que acababa de aparecer en la pantalla. Ella ni siquiera intentó impedírselo, y dejó que se acercase más. Era egoísta por su parte, pero se dejó envolver por su calor. Iba a durarle poco.

      –¿Quieres explicármelo?

      –Pues la verdad es que no.

      Stone respiró hondo.

      –Da igual. Habla.

      –Los periodistas llevan meses molestándome –confesó, encogiéndose de hombros.

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