Lugar de enunciación. Djamila Ribeiro
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Esto nos expondrá una vez más a acusaciones de estar cayendo en la política identitaria, de ser metafísicamente no sofisticados, políticamente retrógrados, una crítica que habitualmente ha sido esgrimida desde la metrópolis a las periferias de la academia global. La crítica de la política identitaria nos ha retenido en la acusación de un esencialismo político grosero y de la falta de sofisticación teórica. Creo que la inclinación antiidentidad tan prevalente hoy en la teoría social es otro obstáculo para el proyecto de descolonización del conocimiento, una vez que debilita nuestra habilidad para articular lo que está errado con la hegemonía teórica del Norte global. Muchas personas inmersas en movimientos sociales han aceptado la idea de que la política identitaria es algo diferente a la lucha de clases. Los movimientos políticos basados en la identidad son por definición inclusivos en términos de clase, y, sin embargo, son vistos como sectarios de una agenda basada en clases, como identidades propensas al fetichismo, que presentan identidades de un modo esencialista y ahistórico, oscureciendo el hecho de que las identidades son productos históricos capaces de mudanzas dinámicas. Tales críticas a la identidad son realizadas por la derecha, por los liberales, por la izquierda, unidos en el argumento de que la política identitaria fractura el cuerpo político, es decir, enfatiza diferencias a costa de elementos comunes, y que su foco sobre las identidades solo ofrece una política reduccionista, que reduciría o substituiría una evaluación de la visión política de la persona por una evaluación de su identidad. Importantes teóricos de la izquierda europea como Žižek y Badiou se han sumado recientemente a aquellos que creen que si queremos proponer una revolución social genuina hay que minimizar la organización política basada en la identidad. El problema que la izquierda tiene con la política identitaria, en todo caso, no está relacionado solo con la forma de alcanzar esa revolución, sino también con aquello por lo que creemos estar luchando. Algunos imaginan que las nuevas comunidades idealizadas enfatizarán mucho menos las diferencias raciales y étnicas, diferencias que consideran productos completamente, o casi completamente, de estructuras de opresión como la esclavitud o el colonialismo. El colonialismo crea y cosifica identidades como manera de dirigir a la población y constituir jerarquías entre los grupos. Por lo tanto, hay quien cree que debemos aspirar a un futuro en el que las identidades creadas por el colonialismo puedan desaparecer. (alcoff, 2016, p.137).
Alcoff deja una reflexión rica y sofisticada de cómo es necesario percibir la forma en que el colonialismo cosifica las identidades y cómo no es posible proponer un debate amplio sobre un proyecto de sociedad sin encarar el modo por el cual ciertas identidades son creadas dentro de la lógica colonial. Acusarnos de “aficionados a las políticas identitarias” es un argumento falacioso, en el que se da por hecho aquello que se quiere probar. El objetivo principal al confrontar la norma no es solo hablar de identidades, sino desvelar el uso que las instituciones hacen de las identidades para oprimir o privilegiar.
Lo que se busca con este debate, fundamentalmente, es entender cómo funcionan juntos, dependiendo de sus contextos, el poder y las identidades, y cómo el colonialismo, además de crear, legitima o deslegitima ciertas identidades.
De modo que no es una política reduccionista, sino que se advierte el hecho de que las desigualdades son creadas por el modo en que el poder articula las identidades; son resultado de una estructura de opresión que privilegia a ciertos grupos en detrimento de otros.
Esta insistencia en no entenderse como marcados, en rebatir cómo fueron forjadas las identidades en el seno de sociedades coloniales, hace que personas blancas insistan en el argumento de que solo ellas piensan en la colectividad, y que las personas negras, al reivindicar sus existencias y modos políticos e intelectuales, sean vistas como separatistas o como individuos que solo piensan en ellos mismos. Al persistir en la idea de que son universales y hablar por todos, insisten en hablar por los otros, aunque la verdad es que hablan solo de sí mismos al definirse como universales.
Ahora vamos a entender por qué muchas feministas negras pensaron la categoría mujer negra. Estas reflexiones nos van a ayudar a comprender el lugar de enunciación.
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