Novia prestada - En la batalla y en el amor. Elizabeth Lane

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Novia prestada - En la batalla y en el amor - Elizabeth Lane Ómnibus Harlequin Internacional

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posible. No vayas a pensar que soy una desagradecida. Ésta es su casa, y tiene derecho a un poco de paz y de tranquilidad. Es sólo… —volvió a interrumpirse, y bajó la mirada a sus manos.

      —¿Qué?

      —Que en realidad no importa lo que tu madre sienta por mí. Lo importante es que quiera al bebé. Quiero que mi hijo, el hijo de Quint, sea feliz aquí.

      Judd había estado mirando hacia lo lejos. En ese momento se volvió hacia ella, con su rostro en sombras.

      —Mi madre no es una mala mujer, Hannah. Es vieja, triste y cabezota, eso sí. Dale una oportunidad.

      —¿Me la dará ella a mí?

      —Yo creo que al final sí que te la dará. Pero puede que tengas que dar tú el primer paso.

      Hannah sintió que el corazón se le encogía en el pecho.

      —No sé si podré hacerlo.

      —Eso depende de ti —Judd se levantó pesadamente—. Es tarde. Al amanecer saldré con los hombres a llevar el ganado a los pastos de verano. No volverás a verme hasta dentro de un par de semanas. Pero Sam Burton, el ayudante del capataz, se quedará aquí para cuidar de todo. Él sabrá dónde encontrarme si me necesitas.

      Hannah reprimió un gemido de consternación. Si no amigo, Judd era lo más parecido que tenía a un aliado. Y ahora iba a dejarla sola con aquellas dos mujeres viejas y amenazadoras…

      —Iremos al banco cuando vuelva. Mientras tanto, sacaré algo de efectivo de la caja y lo dejaré bajo el escritorio de mi mesa de despacho. Úsalo para cualquier gasto que necesites.

      Hannah volvió a sentir un nudo de emoción en la garganta.

      —No sé qué decir… Nadie había sido nunca tan generoso conmigo.

      —Sólo estoy haciendo lo que un hermano habría hecho por su hermana. Y espero que a partir de este momento me mires así: como a un hermano.

      La ayudó a levantarse. Tenía la palma áspera y callosa. Cálida.

      —Gracias —murmuró—. Haré todo lo que pueda por no decepcionar a tu familia.

      —Sé feliz aquí. Por ahora, con eso bastará.

      Se la quedó mirando, con el rostro velado por las sombras. No la había soltado. La mano de Hannah, dentro de la suya, parecía un pequeño animalillo en busca de consuelo y seguridad.

      De repente se dio cuenta de que estaba temblando. Judd le soltó la mano y retrocedió un paso.

      —Pareces cansada. Ha sido un largo día para ambos. Vamos, te acompañaré a tu habitación.

      Judd descolgó un farol de la puerta y la guió escaleras arriba, al primer piso. Las puertas de los dormitorios estaban cerradas. El suyo estaba a la izquierda; el de ella, a la derecha.

      —Necesitarás esto —después de abrirle la puerta, le entregó el farol—. Recuerda, si algo te asusta o te preocupa, sólo tienes que llamarme. Estaré aquí al lado.

      —Tranquilo. Gracias por todo, Judd.

      Se quedó durante unos segundos mirándola, con la luz del farol parpadeando sobre sus rasgos. Era su marido. Aquélla era su noche de bodas. Hannah experimentó una sensación de irrealidad. Quizá al día siguiente, cuando se despertara, descubriera que todo aquello no había sido más que un sueño…

      Quizá al día siguiente recibiera carta de Quint, y todo volviera a estar bien…

      —Que duermas bien, Hannah —volviéndose, se metió en su dormitorio y cerró la puerta. Hannah hizo lo mismo. La luz del farol proyectaba extrañas sombras sobre el papel de pared. Podía oír a Judd al otro lado, cruzando la habitación, quitándose las botas, abriendo y cerrando un cajón.

      Y él debía de oírla a ella igual de bien, se recordó mientras se desnudaba y se ponía su camisón de franela. Incluso podría oírla cuando usara su retrete. Necesitaría tener cuidado con cada ruido que hiciera.

      Apagó le vela del farol y se arrebujó bajo las sábanas. Después de tantos años de haber dormido con sus hermanas, Hannah se sentía como perdida en la inmensidad de aquella cama. Estiró brazos y piernas, tocando las cuatro esquinas a la vez. La sensación de vacío resultaba aterradora.

      Estaba agotada después de un día tan duro, y sin embargo le costó conciliar el sueño. La cama era demasiado blanda, la habitación demasiado silenciosa. Echaba de menos el rumor de la respiración y el cálido aroma de sus hermanas durmiendo a su lado.

      Finalmente se quedó dormida. Tuvo un sueño inquieto, plagado de imágenes deslavazadas: el tren llevándose consigo a Quint; Edna Seavers dando órdenes a Gretel; los sombríos ojos grises de Judd y sus manos grandes, llenas de cicatrices; bebés con alas flotando sobre una luna llena…

      Un sonido la despertó. Se sentó rápidamente, escrutando la oscuridad mientras su cerebro se despejaba. Cuando ya se había despertado del todo, volvió a oírlo: un gemido lastimero salpicado de jadeos y palabras susurradas.

      —No, oh, Dios, no…

      —¿Judd?

      Se levantó de la cama para acercarse a la pared que separaba las dos habitaciones. Pegando la oreja, escuchó el ruido de un cuerpo al agitarse. Los gemidos y exclamaciones ahogadas continuaban.

      —¿Judd? —golpeó suavemente la pared. Había oído que había hombres que volvían de la guerra padeciendo horribles pesadillas. Si eso era lo que le estaba sucediendo a Judd, podría ser peligroso despertarlo. En todo caso, sería una imprudencia entrar en su habitación.

      Golpeó de nuevo la pared, más fuerte esa vez, pero Judd no dio señal alguna de haberlo oído. La noche que le había propuesto que se casara con él, le había dicho algo sobres sus fantasmas personales. ¿Se habría referido a eso?

      Sin saber qué más hacer, esperó pegada a la pared. Hacía una noche cálida, pero ella estaba temblando. ¿Sería peligroso? ¿Podría hacer algo para ayudarlo? ¿Se atrevería? Algo duro y pesado, quizá la mesilla de noche, cayó al suelo. Luego, bruscamente, se hizo el silencio. Volvió a golpear la pared.

      —Judd, ¿te encuentras bien?

      —Sí, sí —gruñó—. Una pesadilla, eso es todo. Ya te dije que las tenía. Sigue durmiendo, Hannah.

      —¿Puedo ayudarte en algo?

      —¡No!

      Su tono enfático la disuadió de seguir insistiendo. Todavía temblando, volvió a acostarse. Esperó que Judd hiciera lo mismo, pero escuchó el rumor de sus pasos en la habitación y el tintineo de la hebilla de su cinturón: se estaba vistiendo.

      Momentos después oyó abrirse y cerrarse la puerta y el taconeo de sus botas en la escalera.

      Cinco

      Para el amanecer del día siguiente, Hannah ya estaba levantada y vestida. Pero no había señal alguna de Judd. Su cama estaba hecha, su despacho

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