9 razones para (des)confiar de las luchas por los derechos humanos. Sayak Valencia

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9 razones para (des)confiar de las luchas por los derechos humanos - Sayak Valencia

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de los DH se ubica en el centro de la disputa por tener una genealogía que los coloca dentro de las lógicas de la modernidad procapitalista.

      En el tercer capítulo, Sandra Hincapié habla de las dinámicas contenciosas y de resistencia, en algunas poblaciones étnicas y campesinas de Perú y Colombia, frente a la amenaza de desplazamiento y despojo de sus territorios por parte de proyectos transnacionales de megaminería. La autora resalta el uso estratégico de la Consulta Popular como un recurso utilizado por estas comunidades a fin de ejercer una participación real en sus derechos políticos y a estos como un medio que las ayude a decidir sobre el uso autónomo y no predatorio de sus territorios.

      Es importante destacar que la perspectiva transnacional de la luchas antiextractivistas en América Latina nos da noticias de los recursos y las posibilidades de transformación micropolítica que se dan a lo largo de nuestro continente, lo cual repercute en un diálogo posible entre distintas comunidades étnicas y campesinas que hacen uso estratégico del discurso de los DH para activar acciones colectivas que combinan “la resistencia activa con el litigio estratégico”, cuestiones que no resultan excluyentes entre sí y que más bien nos muestran cómo “la apropiación subalterna de dispositivos institucionales como la Consulta Popular” puede articular redes globales de discusión y acción en torno al desarrollo territorial en el ámbito rural. También pone en el centro la importancia del cuidado de los comunes1 y de la sostenibilidad de la vida a través de la relación de los seres humanos con la naturaleza.

      En este sentido, Daniel Vázquez hace un importante análisis acerca del significado de la acción política, el poder político y la transformación social, utilizando siete teorías: marxismo, hegemonía, antagonismo, gubernamentabilidad, socialdemocracia, pluralismo y neoinstitucionalismo, para dar cuenta de la validez o invalidez de las interlocuciones al apelar a los DH desde estos marcos teóricos.

      Este recorrido conceptual es indispensable a fin de clarificar los lugares de enunciación desde los cuales están actuando tanto los académicos como los defensores de los DH en relación con la política y con lo político, pues como afirma el autor: “en la real politik las posibilidades de éxito de los discursos dependen de las condiciones materiales en las que los discursos son pronunciados” devolviéndonos al carácter histórico, legal y contextual que debe considerarse al apelar a los DH.

      En el sexto capítulo, Ariadna Estévez, desde una perspectiva crítica, propositiva y creativa, y tras una revisión exhaustiva de las conceptualizaciones sobre gubernamentabilidad, necropolítica y antagonismo, propone una relectura de la instrumentalización del discurso de los DH en México, poniendo énfasis en su institucionalización en el escenario de violencia generalizada e híbrida (criminal/legal) que viene realizando el Estado mexicano, el cual, bajo la máscara de protección y atención a las víctimas, rentabiliza y burocratiza el sufrimiento de estas.

      Desde una nueva categoría interpretativa que Estévez denomina “el dispositivo de administración del sufrimiento” se han desarrollado una suerte de “necropolíticas públicas” que aunadas a las políticas públicas, regulan y administran de modo tecnócrata “los efectos adyacentes a la aplicación de la muerte, como el sufrimiento social”. Más aún, la autora afirma que estas lógicas de administración del sufrimiento puestas en marcha a través de las necropolíticas públicas tienen un efecto inmovilizador en la subjetividad política. Lejos de conformarse con la mera descripción y el análisis del fenómeno, Estévez propone una alternativa posible, en una reinterpretación de Foucault: las luchas de contraconducta. Para ejemplificar su argumento, muestra la lucha de los familiares de los 43 normalistas desaparecidos en Ayotzinapa y la de las madres de las mujeres jóvenes desaparecidas y asesinadas en Ciudad Juárez.

      El argumento es muy sugerente, pues busca proponer alternativas que “desafíen al necropoder y su dispositivo desde el discurso de los derechos humanos”. Así, este cambio en el enfoque tradicional sobre la argumentación y apelación a los DH presentado por Estévez da cuenta de la importancia de la imaginación política para construir disenso y activar con este una discusión no solo académicamente relevante sino corporalmente significante.

      Amarela Varela Huerta revisa las discusiones en torno al juvenicidio y su relación con la neoliberalización de la violencia, para aplicar este aparataje conceptual a lo que se ha denominado crisis de menores migrantes no acompañados.

      El aporte de Varela Huerta es significativo en tanto que aplica una perspectiva que busca tanto desvictimizar como descriminalizar a los niños migrantes; a través de un dispositivo de análisis intelectualmente refrescante, señala la violencia estructural y las responsabilidades de los Estados necropolíticos de Centro y Norteamérica. Lejos de la indolencia intelectual, Amarela se posiciona frente al continuum de las violencias que tocan y rasgan las vidas de millones de jóvenes centroamericanos y mexicanos que ejerciendo su derecho de fuga (concepto de Sandro Mezzadra que la autora retoma) quedan atrapados en la maquinaria de producción de muerte que los considera desechables y que al mismo tiempo lucra con sus vidas y sus muertes, convirtiéndolos en lo que Marina Grzinic denomina necrociudadanos.

      En contraposición a los usos estratégicos jurídicos y legales de los DH, el libro también brinda una visión donde la crítica a estos se torna compleja y minuciosa en relación con la participación constitutiva de ellos dentro de las lógicas del capitalismo depredador. En este sentido, en el noveno capítulo, Mariana Celorio Suárez revisa la dificultad contemporánea a la que se enfrenta la convivencia entre sistemas democráticos y capitalismos.

      En este sentido, la incompatibilidad radical se sitúa en el fortalecimiento del capitalismo por desposesión que mientras se expande, a su paso estrecha, neutraliza o simplemente desatiende los ordenamientos jurídicos respecto de los DH de las poblaciones que busca desplazar y despojar de su territorio. Celorio Suárez aporta conceptualmente que la desposesión no se limita a los ámbitos de lo extractivo y lo económico, sino que en la fase actual del neoliberalismo son los DH en sí los que se desposeen tanto en el plano simbólico como en el digital.

      Cabría preguntarse si hablar de violación de DH conserva su pertinencia o si se debe empezar a hablar de desposesión como categoría analítica que “le cancela al sujeto su propia humanidad, lo cosifica y, por ende, facilita una subsecuente cadena de desposesiones”. Sin embargo, la autora argumenta que esta desposesión no trabaja de manera transparente puesto que, mientras proliferan decretos de leyes y convenios para la protección de derechos, el Estado gerencial certifica, aprueba y decreta otras leyes que contravienen el interés social y contradicen el respeto a los derechos sobre el territorio, el cuerpo, el trabajo, la cultura, el salario, la educación, etc., en alianza con los proyectos de neoliberalización intensiva.

      Para concluir, me parece importante apuntar que además de ser un recorrido sobre temas diversos y pertinentes, que abonan al terreno de la discusión en torno a la complejidad en los discursos y los usos de los DH, este libro se arriesga a disentir de las perspectivas que no revisan ni se preguntan por el vínculo de la neoliberalización extrema en nuestros territorios como una de las fuentes estructurales del continuum de violencias y estas, a su vez, como factor fundamental en la violación de garantías y derechos de las poblaciones que lo habitamos.

       Sayak Valencia

      24 de septiembre de 2016

      Introducción. Los derechos humanos frente al capitalismo neoliberal: la raíz de la (des)confianza

      A diferencia de las décadas de 1980 y 1990, cuando el estudio crítico del capitalismo se consideraba como un anacronismo político y una posición amargada frente al inminente fin de la historia, para la segunda década del siglo XXI, el análisis de las dinámicas de dominación del capitalismo y de su envoltura discursiva, el neoliberalismo, es casi una

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