E-Pack HQN Sherryl Woods 1. Sherryl Woods
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–No intento desmoralizaros –le aseguró Will–. Es más, si funciona, seré el primero en levantarme y proponer un brindis en vuestra boda. Es solo que me preocupa que estéis volcando demasiada fe en un programa de ordenador y que no confiéis en vuestro propio juicio. Lleva tiempo llegar a conocer a otra persona. El ordenador es una herramienta que puede acortar el proceso, pero no es infalible.
Kathy se levantó.
–Bueno, había esperado que viniera a la boda, pero ahora me parece una idea terrible. No quiero malas vibraciones que arruinen el día más feliz de mi vida. Vamos, Carl.
Carl la siguió hasta la puerta.
–Para ser sincera, creía que eso del programa informático era una locura, pero una vez que conocí a Kathy me convertí en un creyente. Esto saldrá bien, doctor. No tiene que preocuparse por nosotros.
Will agradeció el esfuerzo de reconfortarlo, pero los miró con una sensación de pavor en el estómago. La confidencialidad con los pacientes le impedía decirle a Carl que Kathy tenía una larga historia de entusiasmos que se desvanecían con demasiada rapidez. Una cosa era aficionarte por algo y dejarlo prácticamente de la noche a la mañana y otra muy distinta era hacer eso mismo con un marido.
Estaba intentando pensar si había algo que pudiera hacer para detener esa impulsiva boda que estaban planeando cuando sonó su móvil. Aliviado por la distracción, respondió al segundo tono.
–¿Will Lincoln? –preguntó vacilante una mujer.
–Sí.
–Tu nombre me apareció como pareja potencial de Almuerzo junto a la bahía. Estaba preguntándome si podrías quedar para almorzar algún día de esta semana. Probablemente debería haber esperado a que tú llamaras, pero temía que si esperaba, perdiera el valor de hacerlo. Nunca antes he hecho nada parecido.
Will contuvo un suspiro. ¿Cómo podía rechazarla? Era él el que había fundado la empresa en parte para poder conocer a gente y destrozaría su reputación que el dueño comenzara a rechazar parejas.
–Me encantaría almorzar contigo –dijo intentando inyectar una nota de entusiasmo en su voz–. ¿Qué te parece el viernes?
Charló un poco más y después colgó. Merry Landry tenía una voz dulce y, por la información que había obtenido del ordenador, parecía que compartían algunos intereses. Era una mujer formada, con su propio negocio y una gran familia, como las que él siempre había envidiado. Una familia como los O’Brien.
Claro que Merry tenía un gran inconveniente que la chica, obviamente, no podía remediar: ella no era Jess.
El viernes al mediodía, Jess recibió una llamada de Heather, la mujer de Connor. Heather tenía una tienda de colchas en Shore Road justo al lado de la galería de arte que su madre había abierto.
–¿Estás ocupada? –preguntó Heather.
–Es viernes, así que esperamos tenerlo lleno el fin de semana, aunque la mayoría de la gente no aparecerá hasta dentro de unas horas. ¿Por qué?
A Jess le pareció haber oído un susurro de fondo, pero podrían haber sido clientes hablando.
Al momento Heather dijo:
–Esperaba que pudiéramos quedar para comer algo rápido. Y Connor también. Te hemos echado de menos.
–¿Está Connor ahí?
–No –respondió Heather apresuradamente–. Acaba de irse para reservarnos una mesa en Panini Bistro. ¿Puedes ir?
–¿Tenéis noticias? –preguntó Jess suponiendo que tal vez Heather estaba embarazada. Ya tenían un hijo nacido antes de que se hubieran casado.
Heather se rio.
–Si dejas de hacer preguntas y vas allí, tendrás respuestas en menos tiempo.
Jess suspiró.
–Vale, dame diez minutos. Pide un panini de jamón y queso con lechuga y tomate para mí.
–Hecho –le prometió Heather.
Jess fue a hablar con Gail, se aseguró de que Ronnie estaba de nuevo trabajando en la cocina y se marchó. Tardó varios minutos en encontrar aparcamiento y otros pocos más en ir caminando hasta el restaurante. Inmediatamente vio a su hermano y a su mujer y, entonces, en otra mesa demasiado cerca como para ser una coincidencia, estaban Will y una atractiva rubia que parecía estar mirándolo con adoración.
Aunque desde la silla que Connor y Heather le habían dejado se podía ver perfectamente a Will y a su acompañante, Jess la agarró y la colocó entre los felices recién casados para estar de espaldas a él.
–Por favor, decidme que esta no es la razón por la que me habéis hecho venir –dijo casi sin aliento.
Connor la miró con inocencia.
–¿Estás hablando de Will? Creo que tiene una cita de esas de Almuerzo junto a la bahía. Una chica preciosa, ¿no te parece?
Jess enfureció.
–Me importa un bledo si es más guapa que Marilyn Monroe. ¿Por qué hacéis esto? ¿Para volverme loca?
Heather empezó a reírse y después se cubrió la boca, aunque no pudo ocultar la expresión de diversión de sus ojos.
–Entonces, ¿ver a Will con otra mujer te vuelve loca? –y aunque empleó un tono inocente, en su voz había demasiada diversión–. ¿Por qué?
Jess quería matarlos a los dos. De verdad que sí, pero no iba a darle a Will la satisfacción de presenciar cómo perdía los nervios en un sitio público. De modo que se plantó una sonrisa en los labios y miró a la camarera.
–¿Podrías prepararme lo mío para llevar, por favor?
Tengo que volver al trabajo.
–¡Jess! –protestó Heather consternada–. Por favor, quédate.
–Salir corriendo no es la respuesta –añadió Connor–. ¿No ves que es una tontería que los dos sigáis perdiendo el tiempo al negar vuestros sentimientos?
–El único sentimiento que tengo por Will ahora mismo es desprecio y, sinceramente, mis sentimientos hacia ti, querido hermano, no son mucho mejores –miró a Heather con seriedad–. ¿Por qué has participado en esto? Sé que ha sido idea de Connor.
Heather se sonrojó.
–Me parecía que era buena idea –admitió y añadió–. Connor tiene razón. Al menos deberías darle a Will una oportunidad.
Jess decidió que necesitaba señalar lo obvio.
–Will