E-Pack HQN Sherryl Woods 1. Sherryl Woods
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу E-Pack HQN Sherryl Woods 1 - Sherryl Woods страница 7
Ella negó con la cabeza.
–Una cosa que he aprendido de la banca es que para mirar todos esos números necesito tener la cabeza despejada. Tómala tú, si quieres.
–Yo no; mis pacientes esperan que les dé consejos sensatos y que, al hacerlo, esté sobrio.
Miraron las cartas, pidieron la comida y se acomodaron en sus sillas. A Will no se le ocurría nada que decir que no hubiera dicho ya en sus e-mails.
–He ido a ver a Jess antes de venir aquí –dijo Laila al cabo de un instante.
Will sintió que el corazón se le detuvo un instante.
–¿Ah, sí? ¿Cómo está?
–Se ha quedado un poco asombrada cuando le he dicho que iba a verte, pero sentía que tenía que contárselo.
–¿Por qué?
–Bueno, no estoy segura… –admitió–. Supongo que es porque siempre he pensado que los dos teníais una especie de conexión. Y, claro, nosotras somos amigas. Ya te dije que no se me daba bien ocultarles secretos a mis amigas.
Will se dijo que lo que Laila estaba contando sobre la reacción de Jess no significaba nada, que probablemente la había sorprendido tanto como si le hubiera dicho que los dos se habían encontrado en el supermercado.
Cuando no dijo nada, Laila añadió:
–Jess se preguntaba si todo esto del servicio de citas era idea tuya. ¿Lo es?
Will vaciló, pero no le vio sentido a darle una respuesta evasiva.
–Sí –explicó las razones por las que había creado la empresa y añadió–: Hasta el momento ya he formado diez parejas para que tengan su primera cita, aunque esta es la primera para mí.
–¿En serio? –le preguntó impresionada–. ¿Y me has elegido a mí? ¿Por qué?
–¿Sinceramente?
–Por supuesto.
–Quería comprobar por mí mismo los criterios que he empleado y tú parecías ser la oportunidad menos amenazante para hacerlo –admitió–. En el peor de los casos, si resultaba ser un absoluto desastre, pensé que podríamos reírnos de ello.
–No estoy segura de si hay algún cumplido enterrado en alguna parte de lo que has dicho o no…
—Seguro que enterrado muy en el fondo —respondió Will riéndose.
—Bueno, ¿y qué tal las demás parejas?¿Alguna parece estar funcionando?
—Mi criterio parece estar funcionando, por lo menos cuando se trata de extraños. Varias personas me han dicho que ya van por la tercera, e incluso por la cuarta, cita con la primera persona con la que quedaron emparejados.
—¿Y qué criterios te hicieron emparejarte conmigo? —preguntó Laila y lo miró fijamente—. En lugar de con Jess, ¿por ejemplo? Ella se registró el mismo día que yo.
Will no podía negar que él había pensado eso mismo. Después de todo, era la oportunidad perfecta para animar a Jess a pensar en él de forma distinta, pero no había estado preparado del todo para la humillación de que ella se riera a carcajadas ante la sugerencia de que tuvieran una cita.
—Jess y yo no encajamos en realidad.
—¿Según tus criterios?
—No exactamente. Me excluí de su búsqueda de pareja cuando encontré sus datos en el ordenador.
Laila pareció sorprendida.
—¿Por qué?
—Como te he dicho, ya sabía que no encajaríamos.
—¿Pero nosotros sí, según el ordenador?
Él asintió.
—Tú y yo teníamos al menos unas cuantas cosas en común, intereses parecidos, ambiciones y cosas así.
Ella lo miró divertida.
—Parece que somos una pareja ideal.
—¿Quién sabe? Podríamos serlo —la miró fijamente esperando sentir algo, el más mínimo atisbo de la química que sentía cuando Jess y él se encontraban en la misma habitación, pero no pasó nada. No obstante, eso no significaba que sus criterios no funcionaran, sino que él no tenía un modo cuantificable de medir la atracción, a pesar de saber que era un ingrediente clave en cualquier relación.
Tras un incómodo momento cambió de tema para pedirle opinión sobre una variedad de asuntos económicos y de banca. Laila era una persona informada, una que daba sus opiniones y que era directa, todas ellas buenas cualidades según él lo veía. Habían terminado el postre antes de que se diera cuenta de que era tarde y que debía volver al despacho para atender a su próximo paciente.
—Ha sido divertido —dijo, y lo dijo en serio—. Me encantaría volver a almorzar contigo.
—A mí también, pero la próxima vez invito yo.
Will interpretó esa declaración como lo que era: una oferta de amistad. Y ya que él había estado pensando lo mismo, se sintió aliviado.
—Trato hecho.
—Pero no una cita. Olvídate de tu estúpido ordenador, Will, y pídele salir a Jess. Sabes que es la chica que quieres. Siempre lo ha sido.
—No encajamos.
—¿Y eso quién lo dice?
—Principalmente, Jess —confesó él.
—¿Le has pedido salir de verdad y te ha dado calabazas?
—Bueno, no, pero me ha dejado abundantemente claro que la hago sentirse incómoda.
—Eso es exactamente lo que Jess necesita, alguien que pueda darle caña. Deja de perder el tiempo intentando encontrar una sustituta que nunca llegue a igualársele. Ve a buscar lo auténtico —le dio un abrazo—. Ese es mi consejo —sonrió—. Y por suerte para ti, no te cobro por él.
Se alejó por la calle dejando a Will mirándola y preguntándose por qué no podía haber sido ella la mujer de su vida. La sincera y directa Laila Riley era mucho menos complicada de lo que jamás sería Jess O’Brien.
Suspiró. Ese, por supuesto, era el problema. Al parecer, le gustaban las complicaciones y, por desgracia, esa sería su perdición.
La primera cita a ciegas oficial de Connie fue con un contable de Annapolis, un padre soltero cuyos hijos, al igual que Jenny, estaban ya en la universidad. Por escrito, le había parecido un tipo genial; los e-mails que se habían intercambiado habían revelado otras cosas que tenían en común, incluyendo el amor por el agua. Por todo ello, ya se había imaginado que disfrutarían de un agradable almuerzo con una estimulante conversación, aunque