Persuasión. Margaret Mayo
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—Todos.
—Entonces, ¿por qué no lo está usted? —preguntó ella, dándose cuenta enseguida, por el gesto de él, de que se había excedido—. Lo siento, olvídese de lo que le he preguntado. Esta salsa boloñesa está deliciosa.
—Así debería ser —dijo él, más relajado—, pero espera a probar la que nosotros preparamos. Es una receta especial de la familia. Es meravigliosa.
Tenía que haber alguna razón para que no se hubiera casado. Celena se preguntó por qué. Se imaginaba que tenía que tener unos treinta años y le parecía extraño que siguiera soltero. Era de lo más codiciable, así que ¿por qué no le había robado nadie el corazón? Probablemente él era el culpable de eso. Tal vez su trabajo le robaba demasiado tiempo, tal vez había tenido una mala experiencia. Tal vez… Tal vez… Podría haber miles de razones.
Aquella noche, en la cama, al lado de la habitación de Luciano, Celena no pudo dejar de pensar en él. Era el hombre más misterioso que había conocido. Atractivo, rico… Era todo lo que una mujer podría desear.
Le preocupaba que Luciano le hubiera impresionado tanto, que estuviera derribando sus barreras tan fácilmente. Después de descubrir que Andrew estaba viendo a otra mujer a sus espaldas, había pensado que sería siempre inmune a los hombres. Además, la mujer con la que su novio la había engañado era su mejor amiga y por eso, se había jurado que nunca volvería a confiar en nadie. Se había dedicado en cuerpo y alma a su carrera y desde entonces, nadie había conseguido despertar ningún sentimiento en ella hasta el punto de que sus compañeros le habían puesto el apodo de «Mujer de hielo».
El corto vuelo desde Inglaterra en el avión privado de Luciano había sido una experiencia en sí misma. No solo le había impresionado que tuviera su propio avión y que estuviera equipado con todo lujo de detalles, sino que también le había abrumado la fuerte personalidad que él tenía.
Cada vez que se encontraba con él, las sensaciones eran muy fuertes, pero en el reducido espacio del jet, lo habían sido aún más. Le había costado respirar, como si no dispusiera de suficiente aire en la cabina. Él parecía llenar todo el espacio con su presencia. Aunque estaba ocupado trabajando con su ordenador, ella no había podido dejar de observarlo.
En aquel momento, cuando solo una delgada pared de ladrillo los separaba, seguía sintiendo su presencia. Y aquello la turbaba profundamente. Definitivamente, era una fuerza que no podría ignorar.
Falta de sueño, una llamada a muy temprana hora y la intranquilidad que Luciano le provocaba, hizo que Celena se sintiera irritable. Cuando se reunió con él para desayunar, casi no sonrió.
—¿Es que no te encuentras bien? —preguntó él, con un aspecto fresco y vital, vestido con una camisa blanca y pantalones de lino oscuros y con el inevitable aftershave que tanto la atormentaba.
—Tengo dolor de cabeza —mintió ella.
Efectivamente, no podía decirle la verdad. Él llevaba en su vida seis semanas y solo habían contactado en tres ocasiones antes de aquel viaje a Italia. Sin embargo, él parecía haberse adueñado completamente de su mente. Era una locura pero, al menos, estaba cumpliendo su palabra de no insinuársele.
—¿Te duele la cabeza con frecuencia? ¿Sufres de migrañas? —quiso saber él. Celena negó con la cabeza—. Entonces, supongo que es solo por el viaje y el cambio. Tómate un par de aspirinas y te encontrarás mejor enseguida.
—¿Cuáles son los planes para hoy?
Celena se sentía algo incómoda ante la idea de conocer a su familia. Él le había explicado que descendía de una familia siciliana de rancio abolengo, casi aristocrática, con unos puntos de vista muy conservadores sobre las novias y el matrimonio. No daba la sensación de que fuera un donjuán.
—Esta mañana, negocios. Por la tarde, iremos a visitar a mi familia. No te preocupes, Celena. Les encantarás.
Ella frunció el ceño. ¿Encantarles? ¿Por qué les iba a encantar una empleada? Desde el principio, todo aquel asunto le había dado mucho que pensar. La oferta de trabajo inesperada, el generoso sueldo, el viaje a Italia… ¿Acaso había razones reales para preocuparse?
—¿Hay algo que no me haya dicho, señor Segurini?
—Llámame Luciano, por favor.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué debería llamarle Luciano cuando usted es el dueño de la empresa para la que trabajo? Creo que no estaría bien que yo le llamara por su nombre cuando soy solo una recién llegada a su equipo y, especialmente, siendo este un viaje de negocios.
—De negocios y de placer. Es siempre un placer estar con mi familia.
—¿Y es siempre un placer llevarse a una chica?
—No. Nunca he llevado una chica a mi casa.
—¿Es que nunca ha ido en serio con nadie?
—Sí, claro que sí, pero no salió bien. Preferiría no hablar de eso. ¿Has terminado? Quiero empezar cuanto antes.
Celena se dio cuenta de que, sin quererlo, había dado con un punto débil. Aunque sentía curiosidad por conocer algo más, sabía perfectamente que no sería adecuado. Tal vez más adelante, cuando le conociera mejor, descubriría algo más sobre aquella mujer que había dejado una huella tan profunda en él. Evidentemente, ella era la razón por la que no se había casado.
Su cita era con una firma de coches muy conocida y resultó muy emocionante. Celena se sintió honrada de haber podido participar en aquello.
Algo más que tenía en su favor era que hablaba italiano. Sin duda, Luciano había sabido también eso cuando le ofreció aquel puesto. Seguramente, era eso a lo que se refería cuando le había dicho que estaba doblemente cualificada. Aunque el dialecto siciliano era algo diferente, lo entendía perfectamente. Hasta los propios sicilianos se quedaron impresionados con el conocimiento que tenía de su lengua.
Después, almorzaron en un restaurante a las afueras de Palermo y Luciano la elogió profusamente, pero no se detuvieron más de la cuenta. Resultaba evidente que estaba deseando ver a su familia y en particular a su bisabuela. Hablaba de ella sin parar, dejando claro que existía un fuerte vínculo entre ellos.
Luciano dirigió el coche por la autopista que rodeaba la costa. Luego, giraron hacia el sur, hacia el centro de la isla. Las montañas eran altas y el paisaje dramático. La autopista seguía el valle del río Hymera, por la falda de las montañas Madonie y llegaba por fin a la ciudad amurallada de Enna, con su castillo y la leyenda de Deméter y Perséfone.
Finalmente, Luciano se detuvo delante de un viejo palazzo a las afueras de la ciudad. Celena contempló asombrada la magnífica mansión de piedra con sus arcos y pilares. Resultaba evidente que, en el pasado, había sido muy hermosa. En aquellos momentos tenía un aire decadente que, a pesar de todo, le impresionó mucho. Nunca antes había visto nada tan grandioso como aquello.
La puerta se abrió lentamente a media que ellos se acercaban. Una mujer joven, vestida de negro, sonreía tímidamente a Luciano mientras miraba con curiosidad a Celena.
—Buon