Persuasión. Margaret Mayo
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Avanzaron a lo largo de un pasillo, a través de una puerta y luego a través de otro pasillo. Todo estaba profusamente decorado con escayola y del techo colgaban hermosas arañas de cristal. De repente, se encontraron frente a una pesada puerta de madera. Luciano llamó, sin atreverse a entrar sin permiso.
—Avanti!
Celena había esperado escuchar una voz frágil y temblorosa, pero aquella palabra sonó con fuerza y autoridad. Al entrar en la habitación, iluminada por una luz tenue, vieron a la bisabuela Segurini. Era una mujer diminuta y estaba sentada, muy erguida, sobre una butaca de terciopelo. Iba toda vestida de negro, con un encaje también negro sobre el pelo blanco. Tenía los ojos hundidos, pero todavía conservaban una fuerza que decía que ella seguía siendo la matriarca de la familia. Al ver a su bisnieto, se iluminaron y él se acercó rápidamente a darle un beso y un abrazo.
—Por fin has llegado —dijo la mujer, en italiano—. Llevo tanto tiempo esperando tu visita, Luciano. ¿Y esta es Celena? Acercate, jovencita. Déjame mirarte —añadió la anciana, refiriéndose a ella. A pesar de que la sorprendió que Luciano ya la hubiera mencionado, Celena se acercó obedientemente—. ¡Dios mío! Eres más hermosa que en la fotografía.
¿Fotografía? ¿De qué estaba hablando aquella mujer? Celena miró a Luciano y frunció el ceño. Sin embargo, él sacudió la cabeza, haciéndole un gesto para que no dijera nada. Ella decidió que la fotografía de la que hablaba la anciana debía de haber sido de su anterior novia y que Luciano no quería avergonzar a su bisabuela mencionándolo. Probablemente, la ex novia de Luciano y ella se parecían mucho y de ahí el error.
Poco a poco los ojos de Celena fueron acostumbrándose más a la poca luz y pudo ver más claramente a Giacoma Segurini. Era muy delgada. Las manos, con los dedos muy nudosos, estaban adornadas de diamantes y granates, al igual que las orejas y garganta. Parecía una reina sentada en su trono y Celena no tuvo duda alguna de que así era como su familia la consideraba. Sin embargo, a pesar de su porte erguido y su aire totalitario, parecía frágil y estaba muy pálida, como si el hilo que le unía a la vida fuera muy débil.
La anciana extendió las manos. Celena las tomó entre las suyas y recibió un beso en cada mejilla.
—Luciano ha elegido bien —dijo, sonriendo—. Todo el mundo está muy ansioso por conocerte.
—Pero yo no soy quien… —empezó Celena, deseando aclararlo todo.
Por el rabillo del ojo, vio que Luciano se ponía muy tenso, pero no le importó. No estaba bien que engañara a su bisabuela. Sin embargo, la anciana siguió hablando, sin prestar atención a la frase que Celena había dejado a medias.
—Supongo que te habrá dicho que es mi bisnieto mayor y mi favorito.
—Sí —admitió ella—, pero tengo que…
—Sin embargo, me ha desilusionado mucho no casándose antes. ¡Treinta y siete! —exclamó, escandalizada—. Mi marido tenía veintidós cuando me casé con él. Yo tenía veinte. Cuando él tenía la edad de Luciano, nuestro hijo mayor ya tenía catorce años y teníamos, además, otros tres hijos. ¿Cuantos años tienes, Celena?
—Veintiocho —respondió ella, de mala gana.
—La gente de hoy en día… ¿qué os pasa? ¿Qué ha pasado con el amor y el romance? No hacéis más que trabajar y trabajar. Os pasáis la vida trabajando en vez de tener una familia. No lo entiendo.
—Las cosas han cambiado, bisnonna —dijo Luciano.
—Tal vez, pero no me gusta. Y no lo apruebo. Al menos ahora, tú has recobrado la cordura y has elegido a una hermosa mujer. Déjanos a solas, Luciano. Me gustaría hablar con ella.
—Ahora no, bisnonna —respondió él, para disgusto de Celena. Hubiera aprovechado la oportunidad para decirle a la anciana quién era—. Nos hemos levantado muy temprano y hemos tenido un día muy agitado. Celena necesita descansar.
—Entonces, más tarde —concedió la mujer.
Cuando salieron de la habitación, Celena se encaró furiosa con Luciano.
—¿A qué demonios estás jugando, haciéndole creer a tu bisabuela que soy tu novia?
—Es solo una mentira piadosa. No hará daño alguno.
—No estoy de acuerdo en eso —replicó ella—. La mujer está en su elemento. ¿Cómo va a sentirse cuando descubra que no soy nada más que una empleada? Tiene un aspecto tan frágil que el susto probablemente la matará.
—Entonces, tal vez no deberíamos decirle nada.
—Espero que no estés hablando en serio.
—Totalmente.
—Esto es lo más ridículo que he oído en toda mi vida. Y no pienso formar parte de ello. Insisto en que se lo digas. Ahora.
—No puedo hacerlo, Celena.
—Entonces, se lo diré yo misma —declaró ella, volviéndose a la puerta.
—No, no lo harás —dijo Luciano, agarrándola del brazo y tirando de ella hasta que alcanzaron la intimidad de un estudio en el piso inferior, donde hizo que se sentara en un sofá—. Quiero que toda mi familia acepte que tú eres mi novia.
—Esto no es una casualidad, ¿verdad? —dijo ella—. Me la has jugado. Este trabajo no era más que un señuelo —añadió, confirmando sus sospechas.
—Yo no diría exactamente eso. Eres muy valiosa para mi equipo. Esto es solo un pequeño favor que quiero que me hagas.
—¿Pequeño? Yo no diría que hacer que represente una mentira es un pequeño favor. Es increíble y me niego en redondo.
—¿Quieres hacerle daño a mi bisabuela? Como has dicho tú misma, la conmoción que le provocaría descubrir lo que estoy intentando hacer terminaría con ella con toda probabilidad. Lo único que quería con esto es hacer que una anciana fuera feliz.
—¿Por qué yo?
—Por… por tu parecido con Simone. Es increíble.
—¿La chica de la fotografía?
—Sí.
—¿La misma de la que no querías hablar?
—La misma.
—Creo que me merezco una explicación —dijo Celena, con la barbilla alta y una frialdad en la mirada.
—Hace seis meses —respondió él, tras una pequeña pausa—, creía que estaba enamorado de Simone. Ella era todo lo que yo buscaba en una mujer: hermosa, amable, cariñosa… Había tenido novias antes, pero Simone era especial.
—¿Qué ocurrió?
—Lentamente, empecé a darme cuenta de que me había equivocado con ella, que era superficial y egoísta… No se parecía en nada a la mujer que había pensado que era. Sin embargo, hasta