Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio. Barbara Hannay
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–¿No le han ido bien las entrevistas?
Se puso rígido al oír la pregunta y pensó que estaba dando una imagen poco profesional. Se agitó en su asiento tratando de no fruncir el ceño. Había bajado la guardia y no recordaba la última vez que le había pasado. Sacudió la cabeza: necesitaba unas vacaciones. Volvió a sacudirla: no tenía tiempo para vacaciones.
–No me sorprende –intervino ella malinterpretando el gesto de Rico–. Busca a un gerente de restaurante altamente cualificado y con experiencia, pero el sueldo que ofrece no es lo que se dice atractivo.
–Y, sin embargo, usted lo ha solicitado.
Ella señaló la carpeta que había sobre el escritorio.
–Como sin duda habrá leído en mi currículo, no tengo mucha experiencia.
–¿Y, a pesar de ello, ha solicitado el empleo?
–Y usted ha accedido a entrevistarme.
Definitivamente, era una chica con carácter. Quizá no fuera jovial o concienzuda, pero tenía personalidad, y eso era más importante, por lo menos, para ese trabajo en cuestión.
Lisle entró con dos tazas de café humeante y se marchó.
–¿Qué ha ocurrido? –preguntó él señalando las huellas con un gesto vago, pues no quería que ella pensara que se estaba fijando en su pecho. No pensaba preguntarle, pero el comentario que Neen había hecho acerca del sueldo le llevaron a dejarse de delicadezas.
Por otro lado, aquellas huellas eran las culpables de que hubiera sufrido un lapsus momentáneo, y cuanto antes se aclarara el misterio, antes podría concentrarse en la entrevista y volver a tomar la riendas de la situación.
Ella fue a tomar la taza, pero al oír su pregunta la soltó bruscamente con un golpe.
–Hoy nada me está saliendo como tenía planeado. Tenía preparado un discursito sobre por qué soy la mejor candidata para el puesto, y en su lugar, me dedico a hacer comentarios sarcásticos sobre el sueldo… –hundió los hombros momentáneamente, antes de volver a enderezarlos–. Estoy decidida a disfrutar del café. Me imagino que nada de lo que diga a partir de ahora importará mucho, y después del día que llevo no pienso mortificarme al respecto.
Se equivocaba si pensaba que había quedado fuera de la carrera, si bien él no tenía intención de decírselo todavía.
–¿Y bien? –preguntó él arqueando una ceja.
Ella acunó la taza con las manos y cruzó las piernas, proyectando una de sus rojas rodillas hacia él.
–Mi vecina, que tiene mucha cara, me ha hecho cargar con su perro mientras se va a Italia por tiempo indefinido a ejercer de modelo. Dice que «me lo regala», ¿no le parece increíble?
–¿Entonces el perro…? –preguntó él volviendo a hacer un gesto vago.
–Montgomery.
–¿… le hizo eso?
–Y mucho más. Debería de ver el estado de mi traje azul marino y mis medias.
Se llevó la taza a los labios y bebió un sorbo de café. La miró fascinado mientras ella cerraba los ojos con satisfacción. Soltó el aliento que había estado conteniendo sin darse cuenta y relajó los hombros un poco más.
–Claro, que Monty no tiene la culpa. Audra nunca lo adiestró y es muy pequeño, solo tiene catorce meses.
Él miró las huellas.
–¿Cómo de pequeño?
–Es un gran danés –respondió ella con un gesto de fastidio–. ¿Audra con un chihuahua monísimo o un caniche de juguete? No, por favor, eso está demasiado visto. A ella le gustaba más la imagen de la modelo con un gran danés; pensaba que las fotos quedarían fabulosas.
–¿Por qué accedió a hacerse cargo de él?
–Bueno, porque ella se metió en mi apartamento sigilosamente mientras yo estaba en la ducha y me dejó una nota explicándomelo todo antes de marcharse al aeropuerto.
–¿Qué va a hacer con Monty?
¿Llamaría a la perrera? No la juzgaría por ello, pero…
–Me imagino que tendré que buscarle un hogar –de pronto le lanzó una sonrisa tan dulce que Rico se quedó momentáneamente sin aliento–. Señor D’Angelo… tiene usted toda la pinta de necesitar un perro.
Él vaciló momentáneamente antes de recuperar el sentido.
–No paso el suficiente tiempo en casa, no sería justo.
«¡Qué picaruela!», pensó para sus adentros. Toda la dulzura de la que ella había hecho gala hacía un momento se desvaneció.
–Ojalá fueran así de previsores todos los que deciden tener perro –murmuró–. Debería haber un examen que certificara si la gente está capacitada para tener mascotas.
–Lo mismo podría decirse de los que tienen hijos.
Ella se lo quedó mirando.
–Lo dice por los jóvenes problemáticos de los que se ocupa, ¿no?
–Desfavorecidos –la corrigió.
–Lo que sea.
–No digo que no tengan problemas, pero lo único que necesitan es una oportunidad en la vida. El objetivo de la cafetería es formar a jóvenes marginados como camareros y cocineros, para que posteriormente puedan encontrar empleos permanentes en el sector de la hostelería.
Ella terminó de beberse el café, depositó la taza sobre la mesa y se inclinó hacia él con expresión sincera.
–Señor D’Angelo, le deseo todo lo mejor en su proyecto. Y también le agradezco el café y el rato agradable que hemos pasado.
–Neen, no está descalificada.
Ella, que había comenzado a incorporarse, se dejó caer de nuevo en la silla.
–¿Ah, no? –preguntó, boquiabierta.
–No.
Neen entornó los ojos.
–¿Por qué no?
Él soltó una inesperada carcajada. Una dosis sana de suspicacia no vendría mal en ese trabajo, y Neen parecía tener todas las cualidades necesarias.
–No todos los solicitantes han sido desastrosos –le aseguró–. Hay un par de ellos que tienen posibilidades…
–¿Pero?
–Dudo de su dedicación.
Ella cruzó los brazos.
–¿Y