Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio. Barbara Hannay

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Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio - Barbara Hannay Omnibus Jazmin

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usted sincera, algo que valoro en un empleado. También tiene agallas y sentido del humor, lo que sospecho será útil en este trabajo en cuestión.

      –¿Así que no va a ponérmelo bonito y a decirme que esta es una oportunidad única en la vida?

      –Será un desafío, pero gratificante.

      –Humm… –Neen no parecía muy convencida ante esto último.

      –Además, le gustan los perros.

      Eso era importante. Los amantes de los perros solían llevarse bien con los niños, y…

      –No, no me gustan.

      Él parpadeó.

      –Los odio. No los aguanto: son ruidosos y estúpidos, y además huelen fatal. Preferiría mil veces tener un gato.

      –Pero está intentando encontrar un hogar para Monty; no lo ha llevado a la perrera.

      –No es culpa del pobre perro que su dueña lo haya abandonado.

      Él se inclinó hacia ella.

      –Neen Cuthbert, eso significa que es usted una persona íntegra. Algo que me parece muy importante.

      El día le parecía de pronto mucho más luminoso.

      –¿Y qué hay de mi falta de experiencia?

      Aquello era un problema pero… Tomó su currículo y lo leyó.

      –Veo que ha desempeñado trabajos diversos en el sector de la hostelería desde que terminó el colegio hace ocho años.

      Ella asintió.

      –He sido camarera, he preparado comida rápida y he trabajado para dos empresas de catering bastante conocidas.

      Pero nunca había regentado un restaurante.

      –Veo que hace poco hizo un curso sobre pequeñas empresas.

      –Mi sueño es abrir mi propia cafetería algún día.

      –Es usted ambiciosa.

      –Es bueno tener grande sueños, ¿no cree?

      Él estaba de acuerdo.

      –¿Qué cree que podría aportar usted al puesto, Neen?

      Su mirada volvió a iluminarse.

      –¿Además de sinceridad, agallas, sentido del humor e integridad?

      Tenía razón. Fue a decir algo, pero hizo un esfuerzo sobrehumano por cerrarla. Todavía le quedaba una persona por entrevistar, y él no era muy dado a las decisiones y gestos impulsivos.

      Ella lo miró con seriedad.

      –Trabajaré duro, señor D’Angelo. Eso es lo que puedo ofrecerle.

      Lo dijo como si fuera la aportación más valiosa del mundo. Y Rico pensó que quizá lo era.

      –He hecho de encargada muchas veces en la mayoría de los establecimientos en los que he trabajado, pero nunca he desempeñado el cargo como tal. Me interesa la experiencia que este empleo podría aportarme. A cambio, trabajaría duro y no le dejaría en la estacada.

      Él la creyó. Solo quedaba una pregunta por hacer. Más bien dos.

      –¿Por qué no tiene trabajo actualmente?

      Ella vaciló.

      –Por razones personales.

      Él se recostó en el asiento y esperó a que se los contara. Neen lo miró tratando de decidir si era necesario que conociera la verdad y si podía confiársela. Al final, se encogió de hombros.

      –A principios de año, heredé un dinero y decidí hacer realidad mi sueño de abrir mi propia cafetería –explicó–. Pero el testamento ha sido impugnado.

      –Lo siento.

      –Cosas que pasan. Pero hasta que se solucione el problema, lo mejor será que encuentre un empleo.

      Él dio varios golpecitos con el bolígrafo en la carpeta.

      –Una última pregunta. ¿Estaría dispuesta a firmar por dos años?

      –No –respondió sin dudarlo un instante.

      Él volvió a sentir un peso sobre los hombros y el día se oscureció.

      –Podría firmar un contrato por doce meses.

      Algo es algo, pensó él. Pero no lo suficiente. Una pena, porque Neen Cuthbert podría haber sido la candidata ideal.

      A la mañana siguiente, Rico examinó la lista de los tres candidatos preseleccionados. Llamó para pedir referencias personales de los dos primeros.

      Al primero, que era el que tenía más experiencia, lo descartó tras hablar con su antiguo jefe.

      Que fuera un buen repostero con cinco años de experiencia como encargado no compensaba el hecho de que tuviera un carácter irascible y temperamental. Para aquel proyecto necesitaba a alguien que fuera capaz de crear un entorno alentador y que a la vez no tolerara las tonterías. Aquello le hizo pensar inmediatamente en Neen Cuthbert, pero se la sacó de la cabeza y comprobó las referencias proporcionadas por la otra candidata preseleccionada. Eran impecables.

      Siguiendo un impulso, sacó la ficha de Neen y llamó a las personas que podían dar referencias suyas. Sus testimonios fueron muy halagüeños. Si él no le daba el trabajo, ellos volverían a emplearla sin pensarlo dos veces. Rico mordió la punta del boli paseando de un lado a otro de la oficina. Aquel trabajo era demasiado importante para emplear a la persona equivocada. Volvió al escritorio y puso los tres currículos uno al lado del otro. La rival de Neen tenía un poco más de experiencia pero… ¡Qué diablos! ¿Por qué dudaba tanto? Helen Clarkson estaba dispuesta a firmar un contrato por dos años. Eso sí demostraba compromiso.

      Recogió las solicitudes y las metió en una carpeta. A continuación, salió de la oficina.

      –Lisle, ¿podrías llamar a Helen Clarkson y decirle que el puesto es suyo? Si acepta, le…

      –Acabo de hablar con ella ahora mismo. Ha aceptado un empleo en Launceston.

      ¿Cómo? ¿Y la charla que le había dado sobre el compromiso? Mentiras, todo mentiras. Neen, en cambio, no había mentido.

      –Está bien –espetó–. Ofrécele el trabajo a Neen Cuthbert. Dile que venga a firmar el contrato a lo largo de la semana.

      –Entendido, Rico.

      Volvió a su oficina dando un portazo. Tenía una montaña de papeles que revisar, y varios informes que escribir, por no mencionar las solicitudes de subvenciones que debía rellenar. Conseguir financiación para sus proyectos era un desafío continuo y no le convenía rezagarse.

      Al

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