Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa Southwick

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick страница 11

Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick Omnibus Julia

Скачать книгу

de contarte a ti que tienes una hija por si algo llegara a ocurrirme. Y ahora mismo tengo que decir que me estoy arrepintiendo.

      —¿Y eso por qué?

      —Te estás entrometiendo en mi vida —respondió ella.

      —¿De verdad crees que podría contarme lo de mi hija y esperar que no me implicara?

      —No serías el primero —dijo pensando en el padre biológico que nunca había conocido. Y nunca se había sentido tan sola como cuando tenía quince años y le dijo al chico con el que se había acostado que iba a ser padre y no volvió a verlo nunca más.

      —Yo no soy como el padre del hijo de Lucy.

      —Estoy de acuerdo. Eres todo lo contrario. Tú apareciste sin avisar.

      Lo que no le dijo fue lo contenta que se puso al verlo.

      —Si te hubiera llamado, ¿hubieras puesto una excusa para que no viniera? —preguntó Cal.

      Emily le señaló con el dedo.

      —No confías en mí. No creíste que te estuviera diciendo la verdad sobre Annie.

      —¿Y puedes culparme?

      No podía, pero eso tampoco se lo dijo.

      —No voy a pasarme la vida demostrando que lo que hago y digo es sincero. Yo no miento, Cal.

      —Excepto por omisión.

      —No soy perfecta. Cometo errores, pero al parecer en tu mundo la gente no se permite ese lujo.

      —Eso es un poco duro.

      —Entonces, ¿por qué me estás vigilando? —quiso saber ella.

      —Creo que es mi derecho como padre —respondió Cal—. Igual que tú no quieres dejar a las adolescentes de tu programa, yo no quiero dejar sola a Annie. ¿No es ésa la razón por la que viniste a mí en un principio?

      —Sí —admitió Emily.

      —Pues no puedes decirme que existe y luego sacarme del cuadro. No soy un irresponsable. Me voy a ocupar de ella, pero quiero tener voz en lo que le pase. Derechos legales.

      —De acuerdo.

      Cal parpadeó.

      —¿Así de fácil?

      —¿Esto te parece fácil?

      —Ahora que lo mencionas…

      Annie se agarró a la falda de su madre para ponerse de pie. Emily se la subió a la cadera. Nunca había pensado que fuera una mujer que no supiera compartir, pero ahora se preguntó si Cal no tendría razón. Se había esforzado mucho por ser independiente porque no quería volver a necesitar a nadie de nuevo. Entonces conoció a Cal y cometió el error de dejarle entrar.

      Estaba claro que la atracción no había terminado cuando acabó su relación. Emily había tratado de olvidarle, pero nunca llegó a conseguirlo del todo. Tal vez porque era el padre de su hija.

      Lo cierto era que ambos eran responsables de aquella niña, así que ella tenía que encontrar la manera de coexistir pacíficamente. Pero irse a vivir con él, apoyarse en él, era algo que no podía hacer.

      Cal le sonrió a Annie, que parecía tener más curiosidad que precaución.

      —¿Estoy es una tregua?

      —Creo que un alto el fuego es una idea excelente —reconoció Emily.

      Y confió en que no se arrepentiría de aquellas palabras. Sería muy fácil enamorarse de él, y eso la asustaba más que estar sola.

      Cal no estaba por encima del soborno. Su objetivo era conocer a su hija, y si eso significaba comprar la voluntad de Annie, lo haría. También quería comprar la de Emily. Por eso había llamado antes de presentarse en su puerta con regalos para la niña.

      Llamó al timbre, lo que no le resultó fácil porque iba muy cargado. Emily abrió la puerta y se rió. Cielos, siempre le había gustado su risa, era un sonido que le hacía sonreír.

      —¿Eres tú, Cal? ¿O se trata de Papá Noel?

      Emily volvió a reírse, pero él hizo un esfuerzo por no sonreír.

      Una tregua significaba sólo que debía llevarse bien con ella. No tenía por qué caerle bien. De ninguna manera volvería a dejarse engañar por una mujer que mentía.

      Cal pasó y dejó las bolsas de juguetes justo al lado de la puerta. Los grandes ojos azules de Annie, que estaba en medio del salón, seguían todos sus movimientos. Con interés, notó Cal. Aquél era un paso en la dirección correcta. Tenía el cabello rubio todavía húmedo, la prueba de que su madre la había bañado antes de acostarla. Llevaba un pijama rosa de princesas, y Cal sintió deseos de abrazarla con fuerza.

      Y eso era lo que más le desconcertaba. Sabía cómo tratar a niños de todas las edades que aparecían en urgencias. Aquella niña era carne de su carne y sin embargo no tenía ni idea de cómo proceder. Lo único que sabía era que no quería hacerla llorar de nuevo. Miró a Emily, que también le estaba mirando. Llevaba una camisola amarilla y falda blanca corta que dejaba al descubierto sus piernas suaves y bronceadas. Cal se moría por deslizar las manos por aquella piel suave y hacerla temblar de deseo como solía hacer.

      —A ver —dijo escogiendo un paquete del montón. Pasó por delante de Annie, cuya mirada lo siguió hasta el sofá en el que él estaba sentado—. He comprado unas cositas.

      —Sí, ya lo veo. Si esto es porque sí, me imagino lo que será cuando cumpla su primer año dentro de un par de semanas.

      Mientras Emily y Cal hablaban. Annie se había ido deslizando hacia la pila de juguetes que había al lado de la puerta, y lo utilizó para ponerse de pie. Balbuceando como una loca, le dio un golpe con la manita a un teléfono móvil de juguete.

      Emily se agachó a su lado.

      —Sé amable, Annie. Tu papá te ha traído estos regalos. ¿Le das las gracias a papá?

      ¿Papá? Aquella única palabra lo llenó de felicidad y le hizo sentir una gran responsabilidad por lo que implicaba. Protección. Guía. Bienestar. Educación. Y muchas otras cosas que formarían la personalidad de su niña y la convertirían en una mujer. Eso era lo que Emily estaba haciendo con ella.

      —Quería comprarle una muñeca bonita, pero tenían muchas etiquetas de advertencia —Cal le sonrió a Annie, que había dejado de balbucear al escuchar su voz—. ¿Te habías dado cuenta de que la edad mágica para empezar a disfrutar de los juguetes son los tres años?

      —Sí, ya me había dado cuenta —reconoció Emily. Le brillaban los ojos divertida—. Supongo que ésa es la edad mágica en la que deja de llevarse todo a la boca.

      Cal asintió.

      —Entonces tendremos que confiar en que no empiece a meterse cosas por la nariz y los oídos.

      —Oh,

Скачать книгу