Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa Southwick

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Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick Omnibus Julia

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no está en casa —respondió la joven con desconfianza.

      Lucy lo miraba con hostilidad. El niño seguía llorando sin cesar.

      —¿Quién llora así?

      —Es Henry, el hijo de mi compañera de piso, Patty. Está enfermo.

      —¿Qué le pasa?

      —Probablemente sea un catarro —la joven se encogió de hombros.

      —¿Tiene fiebre? —preguntó Cal.

      —Sí, un poco.

      —¿Quieres que le eche un vistazo?

      —¿Eres médico? —preguntó una voz detrás de Lucy—. ¿Pediatra?

      Carl asintió y entró en el apartamento, que era una réplica del de Emily. Una joven rubia que tendría la edad de Lucy avanzó hacia él con un niño pequeño lloroso en brazos.

      —Yo soy Patty. Y éste es Henry. Si eres médico… ¿podrías examinarlo? —preguntó con la preocupación reflejada en sus ojos azules.

      —Claro.

      Otro bebé, Oscar, recordó, estaba en una colcha al lado del sofá rodeado de animales de peluche. El niño parecía limpio y bien alimentado.

      Cal se acercó y Patty.

      —Hola, amigo —le dijo al niño lloroso que tenía en brazos—. ¿No te encuentras bien?

      Cal le palpó el cuello en busca de nódulos, pero no encontró nada anormal.

      —Le acabo de tomar la temperatura —dijo Patty—. Tiene treinta y ocho.

      Cal asintió.

      —No es tanto. ¿Tienes una linterna? Me gustaría mirarle la garganta.

      —Hay una en la cocina —dijo Patty entrando y abriendo un cajón.

      —Déjala en la encimera y veamos si podemos conseguir que abra mucho la boca—. ¿Qué edad tiene?

      —Dieciocho meses.

      Patty hizo lo que le decían y, cuando Cal se acercó, Henry comenzó a llorar, lo que significaba que estaba abriendo mucho la boca. Él acercó la luz y le vio la garganta un poco roja.

      —No tengo otoscopio para verle los oídos —se lamentó Cal—. ¿Se ha estado tocando las orejas?

      —No —Patty acarició la frente de su hijo—. Tuvo una infección de oído a los seis meses, y desde entonces he estado atenta. Pero no está siendo él mismo ahora.

      Cal tampoco tenía estetoscopio, así que apretó la oreja contra el pecho del niño para escuchar alguna señal de dificultad respiratoria, pero todo parecía normal.

      —¿Qué le pasa? —preguntó Patty.

      —Creo que es sólo un resfriado.

      —Eso fue lo que yo dije —intervino Lucy.

      —¿Hay alguna medicina que pueda tomar? —quiso saber Patty fulminando a su compañera de piso con una mirada.

      —Un antipirético le hará sentirse más cómodo. El antibiótico no ayudará porque tengo la impresión de que se trata de un virus —que Henry seguramente le habría transmitido ya a su compañerito de piso—. ¿Ha mostrado Oscar señales de encontrarse mal?

      —Todavía no —aseguró Lucy—. Pero lo estoy observando. Estamos intentando mantenerlos todo lo separados que podamos.

      —Eso sería lo mejor. Y lavaos las manos con asiduidad —Cal asintió—. En cuanto a otro tipo de medicación, no es necesaria. Si toma antibióticos sin que le hagan falta, desarrollará una tolerancia a ellos y no funcionarán cuando de verdad los necesite.

      —De acuerdo —Patty asintió—. ¿Hay algo más que yo pueda hacer?

      —Que tome líquidos. Soda diluida. Zumo. Agua. Asegúrate de que moja los pañales. Eso significará que está bien hidratado.

      —Eso he estado haciendo —le dijo Patty.

      —Y si le sube la fiebre a treinta y nueve, llévalo a la sala de urgencias del Centro Médico Misericordia para que le eche un vistazo.

      —No podemos permitirnos ir allí —aseguró Patty con expresión sombría—. No tenemos seguro médico. Si alguno de los dos tiene que ir a urgencias, no sé qué vamos a hacer.

      —Emily sabrá qué hacer —intervino Lucy—. Ella siempre encuentra solución.

      —No sé qué haríamos sin ella —reconoció Patty.

      Las dos chicas hablaban de Emily Summers como si tuviera alas y caminara sobre el agua. Pero Cal sabía que no era así. Los ángeles no mentían respecto a tener un hijo. Alguien llamó a la puerta con los nudillos y Lucy fue a abrir.

      —Hola, Emily.

      —Hola, ¿qué tal está Henry?

      —El médico dice que seguramente sea sólo un resfriado —explicó la adolescente.

      —¿El médico? —Emily entró llevando a Annie en brazos—. ¿Cal?

      —Hola —Annie balbuceó algo y trató de bajarse, pero su madre la sujetó con fuerza. Mejor, porque no debía acercarse mucho a Henry—. ¿Qué estás haciendo aquí?

      —Pasaba por el barrio —mintió él.

      —Ya —su tono indicaba claramente que no se lo había creído ni por un momento. Sin entrar del todo, Emily le pasó una bolsa blanca a Lucy—. Te he traído aspirina infantil.

      —Gracias.

      —Espero que Henry empiece a sentirse mejor pronto —dijo mirando al niño con simpatía—. Tengo que llevar a mi hija a casa.

      Cal la siguió y luego miró hacia las adolescentes.

      —Si tenéis alguna pregunta…

      —Gracias, doctor —dijo Patty.

      —De nada.

      Cal siguió a Emily hasta su apartamento, que estaba en la puerta de al lado. Cuando se inclinó para recoger un juguete, la atención de Cal se centró en su cuerpo bien formado. En su vestido de algodón blanco sin mangas con sandalias bajas a juego. Parecía un ángel. Aunque había suficiente perversión en su oscuro y alborotado cabello como para aumentarle el latido del corazón. Aquellos mechones sedosos que le rodeaban el rostro le recordaban las veces que le había acariciado el pelo mientras le hacía el amor. Sintió un nudo en el estómago, y tuvo ganas de estrechar a Emily contra sí, como en los viejos tiempos. Luego le echó un buen vistazo a la expresión de su rostro.

      —¿Qué estás haciendo aquí? —volvió a preguntarle ella—. Los dos sabemos que este barrio no está

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