Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa Southwick

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Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick Omnibus Julia

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hablamos de eso —protestó Cal.

      Emily compuso un gesto de desdén.

      —Todas las mujeres del hospital y probablemente del área metropolitana de Las Vegas saben que tú no haces promesas.

      —La medicina es una profesión muy exigente.

      —No estoy hablando de salir a cenar y al cine el sábado por la noche. Tu aversión hacia las responsabilidades, el compromiso y la lealtad es legendaria. Eres tan poco profundo como una bandeja.

      —Eso es muy poco amable.

      —Pero es la verdad. Yo lo sabía la primera vez que salí contigo. No me importaba. Yo tampoco quería nada estable. Me venía tan bien como a ti, tal vez incluso mejor.

      —Pero ¿de qué hablamos en esa conversación?

      —Sólo te pregunté si algún día querrías tener hijos. Eres pediatra, y no es tan descabellado asumir que quisieras ser padre. ¿Recuerdas tu respuesta?

      —No en detalle.

      —Yo sí —los ojos de Emily se oscurecieron todavía más—. Soltaste un discurso de cinco minutos sobre lo que no iba a pasar. Dijiste que nada podría atarte bajo ningún concepto y que, si yo quería subirme al tren del compromiso, tú te bajabas en la próxima estación. Me dijiste que no querías ataduras, y añadiste con voz firme que nada podría hacerte cambiar de opinión.

      Ah. Sí, ahora lo recordaba. El discurso le resultaba familiar, porque lo había pronunciado muchas veces.

      —Yo quería sacar el tema de mi embarazo —continuó Emily—. Tu soliloquio sobre «Antes muerto que comprometido» no ayudó precisamente a que me sintiera segura.

      —Podrías haberme llamado en cualquier momento después de eso, dejarme un mensaje…

      No sería la primera vez que una mujer trataba de manipularlo soltando la bomba del embarazo.

      Emily parecía pequeña y tensa en el gran taburete que estaba frente a él.

      —En tu mundo, un mundo de hombres, tal vez funcione así, pero en el mío no. Dejaste muy claro lo que pensabas, y de ninguna manera iba cargar a mi hija con un padre que no la quería.

      Sonaba muy frío visto así.

      —No me diste oportunidad para reaccionar con todos los hechos. Si hubiera sabido que estabas embarazada, podríamos haber hablado de ello…

      —Tú hablaste. Yo escuché y capté el mensaje. Así que ya no quise escuchar nada más.

      —Hasta ahora —le recordó deslizándole la vista hacia los senos.

      —Sí —Emily movió los hombros para aliviar la tensión—. Cuando me descubrí el bulto me puse en lo peor e imaginé qué sería de Annie sin mí. Mira, Cal —colocó las manos sobre la mesa—, lo que pensemos el uno del otro es irrelevante. Lo único que importa es el bienestar de Annie.

      —¿Has ido ya a ver al especialista? —preguntó Cal negándose a hablar de aquella hija que todavía no creía que fuera suya.

      —Todavía no. Tengo cita la semana que viene con mi médico de cabecera, Rebecca Hamilton. Dicen que es mejor empezar por ahí.

      Cal odiaba tener que admitirlo, pero ésa era otra de las razones por las que había llamado. A pesar de lo que Emily estaba tratando de hacer, no le gustaba el hecho de que estuviera enferma.

      —¿Qué quieres de mí, Emily?

      —No quiero nada.

      Cal agarró su taza de café frío.

      —¿Cómo sé que la niña es mía?

      —Estoy más que dispuesta a hacerme la prueba de ADN si con eso te quedas tranquilo.

      Cal no creía que existiera una prueba capaz de dejarlo tranquilo desde que había vuelto a verla.

      —Eso sería buena idea. Me encargaré de ello.

      —De acuerdo entonces —asintió Emily.

      Si estuviera tratando de engañarle, no hubiera accedido tan deprisa a hacerse la prueba. Eso acalló algunas dudas, pero no todas. Cal no quería que volvieran a reírse de él nunca más.

      Era un adolescente la última vez que una mujer quiso engañarle. Le dijo que estaba embarazada y Cal la creyó, se casó con ella. Pasaron los meses y ella no engordaba, aunque se lanzaba sobre él a la menor oportunidad. Cuando Cal descubrió que no había ningún bebé, supo que estaba intentando quedarse embarazada. Su mentira quedó al descubierto, pero también la creyó cuando le dijo que lo había hecho por los dos, para que pudieran estar juntos. También se tomó en serio los votos que pronunció de permanecer a su lado en lo bueno y en lo malo. Y lo que obtuvo fue lo malo. Ella se volvió más creativa en sus manipulaciones mientras su matrimonio fallecía de una muerte lenta y dolorosa. Cuando cerró aquel capítulo de su vida, borró la palabra «compromiso» de su vocabulario.

      Desde entonces se había cuidado mucho, protegiéndose en sus relaciones sexuales. Era casi una obsesión, y por eso nunca se le había pasado por la cabeza la idea de tener un hijo. Pero eso no exoneraba a Emily de su culpa. Tenía la obligación de haberle contado que iba a tener un hijo. Había pasado demasiado tiempo como para que ahora creyera que la niña era suya. No era más que otra mujer tratando de hacerle bailar a su son.

      —Entonces esperaremos a ver qué dicen las pruebas —le dijo Cal.

      —No tengo ninguna duda de que confirmarán lo que te estoy diciendo. Y siento haber esperado tanto para hacerlo. Pero necesito saber que tendrá un padre que cuidará de ella si llega el caso —Emily se levantó del taburete—. Avísame dónde y cuándo tengo que llevarla para las pruebas.

      Se dio la vuelta para marcharse y se abrió camino entre los taburetes de la barra. La mirada de Cal se deslizó inconscientemente hacia el sensual balanceo de sus caderas. Sintió un estremecimiento interior, un dolor que no sabía que estuviera allí.

      —Emily.

      Ella se detuvo y se giró para mirarlo.

      Entonces Cal dijo algo que no se le había cruzado por la mente de manera consciente.

      —Quiero ver a tu hija.

      EMILY estaba recorriendo arriba y abajo el salón de su apartamento de la planta baja mientras esperaba a Cal. Con lo enfadado que estaba, no esperaba que padre e hija fueran a encontrarse hasta las pruebas de ADN, así que su solicitud de ver a Annie la había pillado por sorpresa.

      Escuchó un grito enfadado en el pasillo y corrió para encontrarse con Annie intentando gatear para salir de su habitación. La niña llevaba un vestido de encaje blanco y sin mangas que sin duda suponía una tortura para ella. Las rodillas le pisaban el bajo, lo que minimizaba sus progresos y aumentaba su frustración.

      Emily la agarró en brazos. Sus rizos dorados le rodeaban el rostro de ojos azules y mejillas sonrosadas.

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