Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa Southwick

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Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick Omnibus Julia

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maravilla.

      Emily creyó percibir demasiado entusiasmo en su voz. ¿O acaso quería pensar que Cal deseaba convencerla de que estaba muy bien desde que rompieron?

      —¿Cómo has estado, Emily?

      Ya no podía seguir postergándolo más. Emily suspiró con fuerza.

      —Tengo un bulto en el pecho.

      El rostro de Cal se nubló con una expresión preocupada.

      —No hay razón para temer lo peor. ¿Has visto ya a alguien?

      —Tengo cita con un médico, pero…

      —Lindquist es especialista en pecho. Lo conozco muy bien. Le llamaré y…

      —No, no es eso de lo que quería hablar contigo. No estoy preocupada por mí, sino por mi hija.

      —¿Tu hija? No sabía que…

      —Nuestra hija. Tiene once meses. Se llama Ann Marie. Annie.

      —Ann es el segundo nombre de mi madre —dijo Cal como si no se le ocurriera nada más que decir.

      —Y Marie el de mi madre. Me pareció justo —aunque no lo era, después de lo que la madre de Emily le había obligado a hacer.

      Cal se pasó la mano por el pelo.

      —¿Qué diablos estás diciendo? ¿Por qué debería creerte, Emily? Tú fuiste la que se marchó. Y antes de eso, no mencionaste nunca que estuvieras embarazada.

      —No me diste oportunidad.

      —¿Esto es culpa mía? —Cal alzó los dedos—. Dos palabras: «Estoy embarazada». Eso es lo único que tenías que decir.

      —No era tan fácil —no después de la horrible experiencia que sufrió cuando no era más que una niña.

      —Y perdona que te lo pregunte, pero ¿por qué me lo cuentas ahora?

      —Por el bulto —aseguró ella sin vacilar—. Si algo me ocurriera, Annie no tendría a nadie.

      Cal entornó los ojos con desconfianza.

      —¿Por qué debería creerte después de todo este tiempo? ¿Qué buscas, Emily? ¿Qué quieres de mí?

      Emily pensaba que no podría sufrir más que la noche en que trató de contarle a Cal Westen lo del bebé, pero se equivocaba. Su segundo rechazo resultaba igual de doloroso, porque incluía a Annie. ¿Cómo podía rechazar a una niña tan dulce?

      —Fue un error no contártelo en su momento —admitió—. Pero espero que no castigues a tu hija por mi error.

      —No tengo motivos para pensar que sea mi hija. Siempre usé protección cuando estuvimos juntos. Yo no me arriesgo.

      —Yo tampoco —aseguró ella. El error que había cometido hacía tanto tiempo la había vuelto muy cautelosa—. No sé qué decirte, excepto que supongo que el preservativo se rompió.

      En aquel momento entró Rhonda Levin. Emily había visto de vez en cuando a la jefa de enfermeras de urgencias cuando trabajaba allí. La robusta mujer la miró con los ojos entornados y luego clavó la vista en Cal.

      —Tienes trabajo, doctor. Están trayendo a las víctimas de un accidente de coche. Uno de ellos es un niño de once meses con un golpe en la cabeza. Tenéis tres minutos —dijo Rhonda mirándolos con dureza antes de salir.

      —¿Dices que el preservativo se rompió? Vamos, puedes inventarte algo mejor —al parecer, Cal tenía pensado utilizar sus tres minutos para interrogarla—. Una vez más te pregunto por qué debería creerte.

      Ella lo miró fijamente.

      —Si me preguntas eso, está claro que no me conoces. Yo nunca te mentiría, Cal, y menos sobre algo así.

      Emily sintió que ya había vivido aquella situación cuando se giró para marcharse, pero esta vez también tenía el corazón roto por Annie.

      Dos días después de que Emily Summers volviera su mundo del revés, Cal estaba sentado en una cafetería de Eastern Avenue, preguntándose si ella aparecería. Si había cambiado de número de móvil, no sería capaz de contactar con ella. Ya no vivía en la dirección en la que tantas veces la había recogido para salir a cenar y donde después le había hecho el amor. La había echado de menos cuando desapareció.

      Cuando fue a buscarle a la sala de urgencias, él había tenido que salir a ocuparse del bebé. Por suerte había sido sólo una brecha sin importancia en la cabeza que se cerró con unos cuantos puntos y que probablemente el niño no recordaría. Pero él no tenía tanta suerte, no podía olvidar las palabras de Emily: «Nuestra hija». Tenía once meses. Sabía que Emily no era mentirosa, y parecía enfadada y sorprendida al ver que él no la creía.

      Cal le dio un sorbo a su café y miró el reloj por enésima vez. Eran las seis y cuarto, ya casi había oscurecido. Emily había escogido el punto de encuentro, territorio neutral, porque no quería darle su dirección.

      Alzó la vista y vio a Emily avanzar hacia él. Tras todos aquellos meses y ese lío en el que estaba intentado meterle, ¿cómo era posible que le diera un vuelco al corazón al verla? Tenía una boca hecha para besar. Aquellos labios carnosos lo habían excitado más veces de las que podía contar.

      —Siéntate —le dijo cuando ella estuvo a su lado. Llevaba una fina camiseta amarilla de tirantes y pantalones blancos. Estaba muy sexy.

      —¿De qué quieres hablar? —le preguntó—. Dejaste tu posición muy clara. En lo que a mí respecta, no queda nada más que decir.

      —Yo no había terminado cuando te marchaste el otro día —dijo Cal alzando la vista para mirarla—. Si es mi hija, ¿por qué no me dijiste que iba a ser padre?

      Emily dejó escapar un suspiro y dirigió la vista hacia la ventana. Había un gran atasco de coches en Eastern. Allí dentro hacía fresco, pero en la calle habría más de cuarenta grados. Estaban en Las Vegas y era julio.

      —¿Recuerdas la última vez que estuvimos juntos? —le preguntó tomando asiento frente a él.

      —Sí —por supuesto que se acordaba—. Un instante todo estaba perfecto y al minuto siguiente dijiste que habíamos terminado. No es fácil que un hombre olvide algo así.

      Emily sonrió de medio lado, pero sin atisbo de humor.

      —Es difícil que un hombre como tú olvide algo así porque siempre eres tú quien pone fin a las situaciones. Conmigo no fue así y eso te molestó.

      El hecho de que tuviera razón no ayudaba. A Cal le gustaban las mujeres, y era correspondido. Terminaba las relaciones antes de que se volvieran formales. Pero con Emily no estaba preparado para poner fin a su historia.

      —Me pilló por sorpresa —fue todo lo que admitió.

      Los grandes ojos marrones de Emily parecían heridos.

      —¿Recuerdas la última conversación

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