¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres?. Arwen Grey

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу ¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres? - Arwen Grey страница 3

Автор:
Серия:
Издательство:
¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres? - Arwen Grey HQÑ

Скачать книгу

que el picor de la cara le hizo frotársela con fuerza, haciéndole perder la pose imponente.

      —La gente aquí es muy profesional, Reuben, y se toma muy en serio su trabajo. —Lo miró de arriba abajo antes de volver a caminar—. Te recomiendo un cambio de armario si no quieres que te despellejen el primer día. Victoria en particular es muy especial en cuanto a la etiqueta en todas las ocasiones y, quieras o no, esto es una revista de moda, y una de prestigio. Tendrás que vestir de modo apropiado durante el tiempo que dures. Que no se note que te han contratado porque conoces a alguien que conoce a alguien. —La mirada de Tim al decir esto fue tan venenosa que Reuben sintió deseos de soplarle en la cara para que le picase todavía más, por víbora.

      Sin embargo, lo que más le molestó de todo lo que había dicho el muy idiota fue que, en efecto, estaba allí por enchufe y que no tenía ni idea de moda ni de lo que iba a hacer. Aunque, si lo pensaba bien, ahora se preguntaba si la recomendación era un favor o un castigo. Una cosa era que estuviera pasando una temporada de necesidad, pero aquello tal vez fuera caer demasiado bajo.

      Joder, qué iban a decir sus colegas cuando se enterasen de que había terminado en una revista de tías.

      Incómodo, pensó que no se había planteado nada de todo eso cuando había recibido la llamada de Lola ni al entrar allí. Más bien al contrario. Un trabajo era un trabajo. Un periodista tenía que estar dispuesto a hacer lo que fuera, sobre todo si era uno de los buenos como él.

      Solo cuando había hablado con la jefa y con ese mequetrefe de Tim sobre su aspecto, que a él no le parecía tan malo, había visto ese lugar, y le habían empezado a asustar con lo de desearle suerte, había empezado a preocuparse. Cualquiera diría que se dirigía al matadero.

      Intentando parecer elegante y guapo, Reuben se sacudió la chaqueta con nerviosismo y, al hacerlo, el botón que bailaba saltó al suelo, rodando hasta los pies de Timothy, que sonrió con algo cercano al desprecio.

      La expresión «muy profesional» le había sonado a insulto, por no hablar de la sonrisa de ese joven que parecía a punto de perder la piel de la cara con solo suspirar. ¿Qué tenía de malo su traje? Le había servido durante años en su anterior redacción, en entrevistas, en giras, en ruedas de prensa, y jamás ningún jefe se había quejado. Solo faltaba que le dijera que su corbata no era adecuada.

      —Y esa corbata… —añadió Timothy, como si escuchara sus pensamientos, levantando un dedo largo y esquelético para apuntar a uno de los escudos con león rampante que pululaban por el poliéster rojo.

      —Oye, Tim… —Reuben le apartó el dedo de un golpe, con ganas de metérselo en un sitio donde no le haría tanta gracia—. Que sepas que esta corbata es el símbolo de uno de los equipos más antiguos y dignos de este país, así que no se te ocurra decir nada de lo que puedas arrepentirte.

      Un carraspeo hizo que los dos se girasen hacia la puerta de la sala de reuniones.

      Reuben sintió que lo que fuera que estaba a punto de decir moría en sus labios. Junto a la puerta, lo más cercano a un ángel caído en la Tierra lo recorría de arriba abajo con una mirada llena de curiosidad y cierta irritación, deteniéndose en la parte baja de su chaqueta, abierta por culpa del botón desaparecido.

      Llevaba un traje de color claro que él no sabría nombrar y que solo podía calificar de elegante, con una falda hasta la rodilla, sin mostrar ni un centímetro más de lo debido, y con una chaqueta ceñida, pero sin llegar a lo indecoroso. Sus pies calzaban unos tacones de al menos diez centímetros. Sin ellos, seguiría siendo una mujer alta y esbelta. Su cabello era oscuro y largo, de la longitud justa para rozar los hombros, de una forma de seguro tan estudiada como todo el resto de su aspecto. Y sus ojos… en su vida había visto unos ojos como aquellos: azul oscuro, grandes, espectaculares. Y en ese momento estaban llenos de desaprobación.

      Solo en ese instante fue consciente de que tal vez su traje ya no fuera tan adecuado como había creído instantes antes.

      —Victoria —dijo Tim, dando un paso hacia ella, con la voz llena de ansiedad—. Este es el nuevo chico de los deportes, Reuben Barton —añadió, haciendo en su dirección un gesto que le hizo pensar que le presentaba como una maldición egipcia—. Viene recomendado.

      Ella esbozó una sonrisa tirante y exenta de humor, como si eso lo explicara todo. Se agachó y recogió algo del suelo. Tendió una mano y lo depositó en la palma sudorosa de Reuben.

      —Creo que esto es suyo —dijo, antes de dejarlos para volver a entrar en la sala, de la que salía un coro de voces y risas digno de cualquier pub.

      Reuben se miró la mano y sonrió al comprobar que se trataba del botón que se le había caído.

      Mientras Tim lo dejaba solo en el pasillo, dándolo por imposible, Reuben se sintió optimista ante su futuro.

       Al fin y al cabo, acababa de enamorarse.

      Capítulo 2

      Índice: en este número…

      Reuben se removió en su silla mientras trataba de tomar todas las notas posibles, al mismo tiempo que intentaba no dar la imagen, totalmente cierta, por otra parte, de que no entendía nada de lo que se contaba en esa sala.

      Al entrar casi había suspirado de alivio al ver que se trataba de una sala de reuniones normal, con una cafetera, un hervidor eléctrico, algo para picar, sillas alrededor de una mesa llena de papeles y carpetas a rebosar. Hasta ahí todo era como en el resto de redacciones donde había trabajado, solo que con una apabullante abundancia de tonos blancos y luz estridente. Lo que ya no lo era tanto era la gente que lo miraba como si fuera un infiltrado.

      A Victoria ya la conocía. Le dio un vuelco el corazón al ver que lo miraba, aunque solo fuera para olvidarlo al instante. Timothy lo dejó también en cuanto se encontró rodeado de sus iguales, solo junto a la puerta y mirando a su alrededor como el niño nuevo de clase.

      Nadie más se presentó, siguieron hablando como si ni siquiera hubieran notado su presencia. Al principio lo agradeció. No mucho después se sintió avergonzado y al final irritado. ¿Acaso no sabían quién era? ¡Era su nuevo compañero! ¿No deberían fingir que era bienvenido?

      —Buenos días, señores. ¿Qué tenemos? —preguntó, como había hecho cada mañana al entrar en salas de reuniones como esa en sus anteriores puestos.

      Pero si quería causar miradas de reconocimiento o siquiera de sorpresa, fracasó estrepitosamente. Solo Tim (en adelante sería Tim para él, con campanas sonando en su cabeza o no) se dignó alzar la vista de lo que hacía para ignorarlo unas décimas de segundo después.

      Ahogando un gruñido de frustración, Reuben traspasó el umbral, decidido a actuar como lo que era, el único redactor de aquella revista que vivía en el mundo real y que escribiría sobre cosas que les importaban a las personas normales.

      Estaba a punto de sentarse en la silla libre, que era la que presidía la mesa cuando, entonces sí, se escuchó un grito unísono y aterrador, que lo dejó paralizado con el trasero rozando el asiento.

      —¡Ahí no!

      —Es la silla de Lola —se dignó explicarle una mujer de edad indefinida, como congelada entre los treinta y los cuarenta años, de sonrisa dulce—. No le gusta que nadie se siente ahí.

      Reuben se irguió, sintiéndose el centro de

Скачать книгу